jueves, 27 de octubre de 2011


La irresistible tentación del fracaso


Antonio Sánchez García
27 Octubre, 2011


En memoria de Franklin Brito
“Nuestro país es la simple superposición cronológica de procesos tribales que no llegaron a obtener la densidad social requerida para el ascenso a nación. Pequeñas Venezuelas que explicarían nuestra tremenda crisis de pueblo. En los distintos órdenes del progreso no hemos hecho sino sustituir un fracaso por otro fracaso”.
Mario Briceño Iragorri, Mensaje sin destino, 1950


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Todos, absolutamente todos los desmanes que hoy son carne viva de nuestra pesadilla fueron reconocidos y pronosticados en detalle durante el proceso electoral que llevó a los venezolanos a cometer en 1998 uno de los más graves errores de sus vidas. Para mayor INRI reiterado en varias oportunidades, sin que a nadie se le pusiera un puñal en el pecho. Nadie puede esgrimir su ignorancia como causal de los daños y perjuicios que estamos sufriendo. Elegir a Chávez era un gigantesco error. Cometerlo, el comienzo de nuestra disgregación y nuestra anarquía. Y como lo establecen todos los códigos penales del mundo: la ignorancia de la ley no exime del castigo al delito cometido al violarla.

Lo dijo Manuel Caballero, con todas sus letras. Salpicadas en él por su lógica y coherente aunque polémica animadversión contra quienes hegemonizan el uso de las armas de la república. Entregarse en brazos de un soldado, en este caso ágrafo, inculto y golpista, era transitar la dudosa caminata al cadalso. Lo alertó con su inconmovible lucidez el entonces rector de la Universidad Católica Luis Ugalde, uno de los más ilustres y nobles venezolanos de nuestra minusválida modernidad. Nada legitimaba claudicar ante el avance de la barbarie, que él y muchos veíamos asomarse en nuestro horizonte inmediato. Lo analizó Juan Nuño, pensador, escritor y hombre comprometido con una azarosa lucha contra la estupidez de las dictaduras. Rendirse ante el poder amorfo y amenazante de mayorías descontroladas, una traición al pensamiento y la acción.
No sirvió de nada. Un pobre infeliz – en palabras del tardíamente arrepentido Uslar Pietri – se hizo con el mando de la república en andas de la euforia colectiva y el aterrador silencio de los inocentes. En esa y anteriores ocasiones siempre hubo otras opciones electorales, despreciadas por la ignorancia, la comodidad y la irresponsabilidad colectivas. No había que ser un experimentado historiador como Caballero, un esclarecido hombre de espíritu como Ugalde o un preclaro filósofo como Juan Nuño para saber que el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías era un traidor – había conspirado desde que ingresara a la Academia militar, había protagonizado no uno, sino dos golpes de Estado y su analfabetismo era tan manifiesto como su imprudencia – bastaba oírlo para saber que el clásicocaudillo autocrático que se revolvía por expresarse en su interior era iletrado; un malvado – ¿quién no vio las horrorosas imágenes de sus cuerpos armados ametrallando con artillería pesada el domicilio oficial de la familia presidencial ocupado por su esposa, sus hijas, sus nietos?
Venezuela corrió a golpear las puertas del infierno pujando por derribarlas como el tanque de los militares felones lo hicieran por orden de Chávez Frías contra las de Miraflores. Y lo hizo provocando no el horror, sino una desenfadada, cómica e irresponsable algarabía. Pensadores, comediantes, publicistas, editores, guionistas, empresarios escribieron las páginas de uno de nuestros más insólitos dislates. Y lo hicieron, allí descansa la brutal irresponsabilidad, perfectamente consciente del tercio que entronizaban. Ponían gozosos el arma con que serían degollados en manos del verdugo. ¿O tendremos el descaro de afirmar hoy, a trece años del trágico suceso, que nadie podía prevenirlo, que no habíamos sido alertados?
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Hoy, ninguno de los principales protagonistas de nuestro drama y muchísimo menos la dirigencia política, académica y empresarial del país puede sostener impunemente que así como ayer desconocía los verdaderos propósitos de Hugo Chávez hoy desconoce la magnitud de la crisis existencial en que hemos venido a parar desde ese trágico error. Es una crisis de excepción, sin duda la más grave vivida por la República en estos doscientos años de historia. Así el saldo en sangre derramada, la devastación de nuestros medios materiales y el derrumbe moral de nuestra cultura no hayan sido el producto inmediato y brutal de una sangrienta conflagración. Como lo fuera la Guerra Federal, el único episodio comparable. Así el resultado sea tanto o más aterrador que el de aquella llamada Guerra Larga.
Han faltado el brillo de los machetes y el hedor de la pólvora enlutando los hogares en el fragor de cruentas batallas. Pero sólo nuestra insólita apatía puede soslayar el espanto ante el número de venezolanos asesinados por otros venezolanos durante el imperio del régimen. Ya supera la cifra de 150 mil bajas, la más alta adelantada al hacer el balance de un país consumido por la guerra civil como la de la Guerra Federal. Sin que esas bajas se hayan producido en combates: son simples asesinatos cometidos con una aterradora violencia, con tanta barbarie como la que se expresara durante la Guerra a Muerte, todas o casi todas ellas cometidas a mansalva, en despoblado, con agavillamiento y alevosía. Bebés, niños, adolescentes, ancianos, mujeres embarazadas, familias enteras acribilladas por jóvenes, hasta niños venezolanos, carentes del más mínimo sentido de la compasión. Y de la conciencia del horror cometido contra los seres privilegiados por Dios para rendir testimonio de su grandeza.
Si el dantesco panorama que estos hechos describen, y del que ninguno de nosotros es ignorante, no fuera suficiente, podría describirse el paisaje de nuestra decadencia moral, del imperio del crimen en el tráfico de armas, de personas, de estupefacientes elevados a la enésima potencia por el gobierno que las mayorías y nuestras élites no sólo cometieran la insondable estupidez de elegir, sino reelegir mediante buenas o malas artes durante tres períodos sucesivos. Venezuela ha llegado a un nivel de degradación tal, que se ha convertido en la capital de la droga, de la prostitución y el crimen globalizado, entronizado en las fuerzas armadas, en los altos mandos ejecutivos del gobierno, en todas las instancias estatales y paraestatales.
Quienes a pesar de las revelaciones suficientemente difundidas por parte del rey de los capos de la droga a nivel planetario, el sirio venezolano Walid Makled, no se sientan conmovidos – y por lo menos 20 generales de nuestras fuerzas armadas y cinco parlamentarios del oficialismo han sido inculpados con nombres y apellidos – pueden recurrir a la documentación hecha pública por Moisés Naim en su libro Ilicito: Cómo Traficantes, Contrabandistas y Piratas Están Cambiando el Mundo. Son revelaciones que provocan nauseas, desasosiego y pesar.
¿Puede alguien con dos dedos de frente invocar su ignorancia frente a estos hechos, ya forme parte del régimen o sea un activo o pasivo militante opositor? ¿Puede desconocer que se trata de hechos documentados, públicos y notorios? ¿No pesan a la hora de comprar o responder encuestas, de asumir candidaturas, de proclamar livianas e irresponsables estrategias?
3
Y sin embargo seguimos cabalgando en la inconsciencia, en la irresponsabilidad, en el culposo crimen de lesa política en que hoy navegamos en la más satisfecha y agradecida liviandad. Seguimos mirando de soslayo, pretendiendo ocultar el pantano en que chapoteamos con las carantoñas de nuestros programas nocturnos de política ficción, con el circense entretenimiento de encuestas amañadas, de columnistas tarifados, de políticos que apuestan sus vidas en el juego del toma y daca del mercantilismo electoral. Poco importa que chavistas de uña en el rabo recién desprendidos del autócrata se sumen a quien hasta hace unas horas descalificaban por ultra derechista, golpista y conservador. Recibidos con los brazos abiertos por quienes hacen alarde de su apoliticismo. Y para quienes la política – una de las sagradas vocaciones del hombre – no es más que el acarreo a las urnas de masas votantes por cualquier medio.
Hoy el capricho inducido por la irresponsabilidad colectiva no apunta a un payaso de manos ensangrentadas que promete freír las cabezas de sus enemigos. Apunta a la veleidad de imágenes absolutamente ajenas a las necesidades profundamente políticas que la historia nos impone. No es la experiencia, es la inmadurez; no es la sapiencia, es la ignorancia; no es la comprobada capacidad de enfrentarse a grandes desafíos, es la juventud; no es la cultura, es la espontaneidad. Seguimos embriagados de anti política, encaprichados con el anti partidismo, resentidos con nuestra propia identidad. Seguimos negando nuestra historia, negando nuestros valores, negando nuestros mejores logros.
Pero por sobre todo: seguimos trastornados por el mal del siglo: la política como espectáculo. El líder como entertainer. El desprecio a los partidos, considerados cofradías de forajidos o administraciones de voraces clientelas. Apenas si se escucha a quienes siguen poseídos por la necesidad de enaltecernos, de convertirnos en un colectivo responsable de su historia, de su pasado, de su presente y de su futuro. ¿Es esa “la corriente” que tanto apreciannuestros recién llegados al frágil entramado de la democracia? ¿Son esas las tendencias que aúpan quienes ayer auparan la necesidad de un hombre fuerte que llegara a vengarnos de nuestros imaginarios victimarios?
Nos encontramos en un momento crucial de nuestro devenir. A medio siglo de ese conmovedor reclamo místico de Mario Briceño Iragorri, cuando en su estremecido Mensaje sin destino escribiese: “nuestro país es la simple superposición cronológica de procesos tribales que no llegaron a obtener la densidad social requerida para el ascenso a nación. Pequeñas Venezuelas que explicarían nuestra tremenda crisis de pueblo…En los distintos órdenes del progreso no hemos hecho sino sustituir un fracaso por otro fracaso”. Corría el año de 1950. Hacía dos años del derrocamiento del gobierno constitucional de Rómulo Gallegos. Faltaban todavía ocho años de tiranía y represión para el gran amanecer de nuestra libertad. Imposible olvidarlo.
@sangarccs

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