JEAN MANINAT
EL PAÍS
Si por un guiño de la ciencia ficción, un habitante de Madrid o Barcelona entrara en una boca de metro para ir a presenciar un duelo del Clásico, y desembocara en cualquier capital latinoamericana, quedaría sorprendido del número de camisetas culés o merengues que vería colorear los bares y cafés de las zonas acomodadas, y la pasión arremolinada en torno a las pantallas gigantes sembradas aquí y allá. Un partido Barcelona vs Real Madrid, es un evento mayor, una final de la liga entre los dos es el mega evento. La rivalidad histórica entre los dos clubes ha echado raíces, incluso en ciudades caribeñas como Panamá, Santo Domingo o Caracas, orgullosas vasallas del béisbol, “la pelota”, casi desde la primera vez que se gritó, playball, para dar inicio a un partido, arriba del Río Grande.
¿Cómo llegó a prender bajo el sol del Caribe la animosidad entre las dos agrupaciones? ¿De dónde proviene tanta enjundia histórica entre los noveles hinchas, acerca de los logros y desdichas de sus jugadores? ¿En qué cruce del camino, la pasión por dos equipos de fútbol extranjeros se apoderó de una parte del ADN deportivo al otro lado caliente y luminoso del Atlántico? Seguramente hay suficientes respuestas especializadas: la globalización, las nuevas tecnologías de los medios de comunicación, las noticias sobre la magia millonaria de algún jugador que llegaban junto a las remesas, o la simple refistolería de esta parte siempre alucinada del mundo. Lo cierto es que incluso en el Caribe, que encegueció a Colón, se toma partido con entusiasmo alrededor de la disputa futbolística más célebre del planeta.
Ahora bien, nadie, en el calor del partido gritará: vamos catalanes, a por ellos; o adelante castellanos, ya son de ustedes. Aún para los fanáticos más enterados se trata de un juego entre españoles, o entre “gallegos”, el término cariñoso con el cual se denomina a todo habitante de del Reino en estos lugares. Poco a poco, las muy adolescentes generaciones recién llegadas al fútbol español por el fútbol mismo, se han ido enterando de los diferendos nacionalistas en el campo de juego, gracias a un abucheo al himno nacional, o por el ondear frenético de banderas regionales o locales en las gradas de los estadios de la madre patria. Y lo que allí subyace, se queda congelado en la pantalla, como algo ajeno a La Roja, la selección nacional española que se aupó como propia en cada país latinoamericano, cuando ganó el Mundial de 2010.
Algo similar sucedió con parte de nuestra generación cuando vimos emerger a España del largo bostezo franquista -al menos así nos pareció a nosotros- y destaparse hasta los sesos: en las portadas de las revistas (quién no recuerda Interviú de aquellos años), la literatura, las artes plásticas, el cine, los cantautores. Uno no se extrañaba que un catalán llamado Serrat cantara tan bien en español; se alegraba de que también lo hiciera en catalán. Y Joan Miró y Antoni Tàpies eran pintores españoles universales nacidos en Cataluña. Pablo Casals era un genial cellista español nacido en Cataluña y fallecido en San Juan de Puerto Rico. De la misma manera que Jorge Semprún, nacido en Madrid, prefirió vivir y morir en Francia, y siempre fue considerado un gran escritor de España. (Me moriré en París con aguacero, vaticinó el más grande poeta latinoamericano, nacido en Perú, Cesar Vallejo). Los más prominentes autores del boom literario latinoamericano -antes de serlo- partieron a vivir, escribir, y luego publicar sus obras en español en Barcelona, gracias a Carlos Barral y Esther Tusquets; y la tradición aún perdura entre los jóvenes y menos jóvenes escritores de la región que se abren paso. Luego, nos iríamos enterando de la profundidad de la falla sísmica que yacía latente en el subsuelo psíquico del Condado.
Tomar partido por uno u otro de los argumentos que animan la controversia acerca de las tensiones secesionistas en Cataluña sería, en nuestro caso, desproporcionado. Cualquier atisbo sobre un proceso secesionista, arrojará que ambas partes siempre llevan algo de razón en la argumentación histórica, y en pleitos de familia íntima, hasta los primos lejanos suelen salir mal parados. ¿Y a usted quién la ha dado vela en este entierro? Suele ser la respuesta, cuando narices ajenas se ponen a husmear en mesa propia.
Así que mejor pareciera dejar que sean los propios interpelados -los catalanes- quienes decidan su destino como colectivo. Nada peor que un matrimonio, o un divorcio… obligado. Escocia tuvo su referendo sobre la independencia en 2014 y una mayoría de escoceses decidió mantenerse en el Reino Unido. No hubo drama. En 1995, la provincia francófona de Quebec realizó también un referendo pidiendo autorización para reclamar la autonomía frente a Canadá. El no ganó por un estrecho margen. Tampoco hubo mayor drama.
A medida que se va postergando algún tipo de consulta, se abren nuevas heridas y las viejas -hay quienes las cultivan con sal y vinagre- se gangrenan. En el entretanto, nosotros, sudacas de vieja cepa, seguiremos rogando a las deidades de los pasaportes para que a una visa de entrada en español, no la suceda otra en catalán.
Jean Maninat es articulista en El Universal de Venezuela y El Comercio de Perú, y los blogs de Cesar Miguel Rondón y El Montonero, entre otros, en Latinoamérica.
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