BERNARD HORANDE
Me permito contarles una experiencia muy personal.
Por razones familiares, pasé varias semanas fuera del país. Concretamente, en los Estados Unidos. Ese sitio que tirios y troyanos, indistintamente, llaman jocosamente "El Imperio".
Varias personas muy queridas me advirtieron, buenamente, que me impactaría mucho el momento en que me tocara regresar a Venezuela. En términos generales, en base a los comentarios que escucho y por mis propias vivencias, entiendo que nos sucede así a muchos venezolanos desde que el chavismo asumió el poder en Venezuela. Hay un inmenso deterioro del país, y aquellas frases que uno solía oir, como por ejemplo esa de "¡Ya tenía ganas de regresar a Venezuela, a mi casa!", han desaparecido. Más bien, ahora las frases se parecen más a algo así como "¡Tenía unas ganas de quedarme afuera.....!".
Lo cierto es que debo admitir que los impactos esperados, esos que forman parte de lo normal ahora, no me ocurrieron esta vez.
No me impactó el hecho de que los precios de los productos y servicios en 6 semanas se hubieran disparado como bala de AK-47, en niveles que pueden fácilmente moverse entre el 30% y el 120%.
No me impactó que ahora la gama de productos que escasean se montó en uno de esos ascensores rapidísimos que hay en los rascacielos de Nueva York. Sin embargo, confieso que me llamó mucho la atención que la cerveza se haya sumado a la larga lista de productos "missing in action". Siempre hemos tenido en Venezuela una creencia mitad-en-broma mitad-en-serio según la cual cuando escaseara la cerveza, aquí se armaría el propio.... lío...
No me impactó constatar que, entre que salí y regresé, el dólar - no ese tipo múltiple de cambio fantasioso que el gobierno intenta vendernos sino el de verdad-verdad, ese que se consigue con sangre, sudor y lágrimas - haya subido más de un 60% en tan corto período.
No me impactó el crecimiento exponencial de la terrible inseguridad personal que se ha apoderado de Venezuela y que asesina compatriotas inclementemente cada día.
En fin, no me impactaron los hechos como tales. Será que uno se ha ido acostumbrando....
Lo que sí me embargó, más que las sensaciones producidas por los hechos anteriores, fue un muy desagradable sentimiento. Un sentimiento que, en resumen, podría definir como que más que regresar a mi país, estaba regresando a una prisión. Me sentí como si me hubieran otorgado una libertad provisional por un período determinado. Y, pues, ya me tocaba regresar a mi encierro.
Estos infaustos 16 años nos han convertido a todos los venezolanos, chavistas y no chavistas, en unos prisioneros. Prisioneros de la ineficacia y la ineficiencia. Prisioneros de la maldad y de la mala intención. Prisioneros de una pésima calidad de vida. Prisioneros de la corrupción más grande que este país haya conocido en su historia. Prisioneros de un resentimiento, una venganza y un reconcomio nunca vistos. Prisioneros de la falta absoluta y total de escrúpulos, principio y valores. En fin, prisioneros de oportunistas, fanáticos y enchufados, que se han erigido en reyes del país y que no están dispuestos a soltar el poder fácilmente.
Ya no disfrutamos de los aires de libertad que se respiran en otras países, lejanos y cercanos. Son esos mismos aires de libertad que no supimos apreciar los venezolanos durante 40 años y que, por supina y masiva ignorancia y por la necia creencia en los cuentos de un habilidoso charlatán, este pueblo se dio a la tarea de borrar.
Venezuela hoy es una inmensa cárcel, una inmensa prisión de 916.000 km2, habida cuenta que, en su nocivo transitar, ya el territorio del Esequibo fue regalado por el chavismo.
Vivimos en una gran penitenciaría que se huele desde la soberbia y prepotencia de sus gobernantes, hasta las obligatorias e interminables colas que el ciudadano común debe hacer para conseguir productos elementales que en cualquier otro país, desarrollado o no, abundan. Que se siente desde el funcionario público holgazán que nos mira de reojo negándose a atendernos, hasta el militar que, fusil en mano, vigila con actitud intimidante nuestros movimientos ya sea en un aeropuerto, en cualquier calle o dentro de un supermercado.Los ya innumerables presos políticos que sufren injustas penas en recintos penitenciarios venezolanos están soportando vivencias espantosas. Ningún ser humano se merece lo que están viviendo. Ningún ser humano merece la falta de libertad y el castigo al cual han sido sometidos por estos desalmados inquisidores del Siglo XXI. Pero no son ellos los únicos presos.
Todos los venezolanos, a final de cuentas, estamos presos. Por ahora...
En Diciembre de este año, tenemos la oportunidad de comenzar a liberarnos de nuestros carceleros. La oportunidad de romper los barrotes de esta prisión llamada - repito, por ahora - Venezuela.
No la perdamos.
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