ALBERTO BARRERA TYSZKA
El verdadero debate nacional no tiene que ver con la ideología sino con la cordura. Los ciudadanos vemos al Estado como a una enfermedad mental, una experiencia descontrolada que ha perdido cualquier relación con la realidad. Y el gobierno, por su parte, trata a los ciudadanos como si todos los ciudadanos estuviéramos locos. La vida cotidiana del país pone a prueba permanentemente cualquier tipo de coherencia. Hemos perdido el lenguaje común y cualquier orden ya parece imposible. Somos el pozo de Babel.
Tomo cualquier ejemplo al azar. Aquí va: esta semana, el presidente de la República afirmó que los jóvenes venezolanos no se quieren ir del país. Es una frase que obviamente necesita un diván. Es una sentencia que convoca demasiadas preguntas: cuando dice “jóvenes venezolanos”, ¿a quiénes se refiere? Cuando alude al país, ¿cuál territorio menciona? ¿Habla en serio? ¿Está jodiendo? ¿Realmente cree en lo que dice? ¿A quién le falta un tornillo? ¿A él o a nosotros?
La nota del periódico reseña que Maduro resaltó que “la derecha maltrecha” quería hacer “una campaña de que la juventud de este país se quiere ir de Venezuela. La juventud de este país ama a Venezuela y quiere hacer patria”. La rima inicial es extraordinaria. Ver al primer mandatario, como si estuviera en un programa del Chavo del 8, jugando musicalmente con la de-re-cha/mal-tre-cha, ya resulta sorprendente. Pero que luego afirme que esto es un paraíso del que ningún joven se quiere fugar, eso sí que rompe todos los moldes. Es un colosal desafío a cualquier sentido común.
Una encuesta realizada en 2013 por la UCAB ya mostraba que casi 30% de los jóvenes tenían firmes planes de emigrar del país. Conviene precisar que, en ese año, la situación económica no era tan dramáticamente exasperante y desalentadora como en la actualidad. Otro estudio, realizado por Tomás Páez el año pasado, sostiene que cerca de un millón y medio de venezolanos ya se encuentra pateando el planeta, intentando buscarse la vida en otras geografías. En el contexto de una población tan joven como la nuestra, es fácil deducir que un alto porcentaje de esa cifra tiene menos de 30 años de edad. El hombre nuevo tiene una nueva utopía: escapar del país.
Pero si esto no bastara para arrimar algo de sensatez ante lo dicho por Maduro, no está de más entonces recordar las palabras de su segundo de abordo. A finales del año pasado, en una cumbre en Veracruz, el propio vicepresidente Arreaza dijo que “en Venezuela no solo sufrimos una fuga de cerebros… también sufrimos el robo de cerebros”. O recordar lo ocurrido hace poco con los estudiantes palestinos. Todos jóvenes, todos becados. Y la mayoría ya de regreso a su país, deseando huir de esta excitante forma de “hacer patria” que llamamos Venezuela. La respuesta oficial, por supuesto, fue tan aguda como novedosa: fueron manipulados por la oposición.
El gobierno ha sustituido la estadística con ficciones narrativas. Ante la falta de datos, se promueve una retórica oficial cuya imaginación resulta delirantemente positiva, cruelmente optimista.
En 1984, la fabulosa novela de George Orwell, las “telepantallas” están de manera continúa, en todos lados, ofreciendo anuncios del “Ministerio de La Abundancia”. Solo ofrecen buenas noticias: “En comparación con el año pasado había más comida, más ropa, más casas, más muebles, más utensilios de cocina, más combustible, más barcos, más helicópteros, más libros y más recién nacidos…” Winston Simth escucha los mensajes antes de volver a su trabajo. Es un funcionario dedicado a destruir palabras, a desaparecer el pasado, a borrar la memoria…El proyecto del poder es una forma de locura: que la ficción se convierta en realidad.
Repite conmigo: los jóvenes venezolanos son felices, aman al país y no desean irse. Todos quieren quedarse aquí haciendo Patria. Repite conmigo: los jóvenes venezolanos son felices, aman al país y no desean irse. Todos quieren quedarse aquí haciendo Patria. Repite conmigo:
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