JUAN ARIAS
Nos levantamos con buena suerte si lo hacemos “con el pie derecho”. Al revés, el día empieza mal si lo hacemos con “el pie izquierdo”. En la Biblia se bendice y se transmite la herencia con la mano derecha. Los justos estarán a la derecha de Dios y los condenados a la izquierda. Sin embargo, nacemos con el corazón a la izquierda. Y el corazón es considerado popularmente el motor de los afectos y de la vida.
Es curioso que desde la más remota antigüedad todo lo mejor se asigne al lado derecho y lo peor al izquierdo. En el sistema jeroglífico egipcio, entrar es ir hacia el lado derecho, mientras que se sale por el lado izquierdo. En la Grecia Antigua, Pitágoras obligaba a entrar a los templos paganos con el pie derecho. Para Píndaro, la derecha significaba la sabiduría y la astucia.
En nuestro mundo posmoderno se discute sobre el significado de los términos de izquierda y derecha sobre todo después del recrudecerse del capitalismo financiero de rapiña, de la caída del comunismo y del desastre de los populismos socialistas que acaban resbalando en los fascismos de Estado.
Al mismo tiempo, psicólogos, antropólogos, sociólogos y lingüistas siguen sin saber descifrar el hecho, que como afirma el poeta y simbolista catalán Juan Eduardo Cirlot, desde siempre los humanos identifican al lado derecho con el futuro, lo legítimo, la vida, y al izquierdo con el pasado, lo siniestro, lo reprimido y la misma muerte.
La Biblia y con ella toda la cultura del judaísmo también elogia y privilegia a la derecha. A los sacerdotes se les ofrecía la pierna derecha de la víctima sacrificada, según el libro del Levítico (7) Moisés, en el Éxodo (15) se dirige así a Yavé: “En tu derecha, gloriosa está la fuerza”. Y en el Eclesiastés (10) se lee: “El corazón del sabio lo guía hacia la derecha y el del necio hacia la izquierda”.
En toda la tradición rabínica, la oscuridad fue creada por la mano izquierda de Dios y la luz por su derecha. En la lengua hebrea se lee de derecha a izquierda.
En el Nuevo Testamento, el Mesías se sentará “a la derecha de Dios” (Mt. 16) y tras el juicio final, los justos se colocarán a la derecha del Altísimo y los condenados a su izquierda.
Los evangelistas recuerdan que en la cruz, el buen ladrón estaba a la derecha de Cristo y el malo a su izquierda. Y en la mayor parte de la iconografía cristiana, la cabeza de Cristo muerto se inclina hacia el lado derecho, raramente hacia el izquierdo.
Cuando los apóstoles se quejan al Maestro de que no conseguían pescar, Jesús les dice que es porque estaban echando las redes a la izquierda. “Echadlas a la derecha” (Jn. 21) les recomienda, y las redes volvieron cargadas de peces. La suerte y la eficacia eran prerrogativa de la derecha.
Más tarde, Dante Alighieri en la Divina Comedia coloca el Paraíso a la derecha y el infierno a la izquierda.
La única explicación plausible según antropólogos e historiadores a esa preferencia de los antiguos por la derecha es que se creía que el sol nacía a la derecha trayendo la luz y la vida y se ponía por la izquierda, llevando la oscuridad y la muerte.
En la era moderna, los términos izquierda y derecha adquieren en política significados diferentes de los meramente históricos. Todo nace con la Revolución Francesa. Los nobles se sentaban a la derecha del monarca y los radicales a la izquierda.
Aún hoy, en los banquetes y ceremonias oficiales, se coloca a la derecha del anfitrión al comensal más importante. Curiosamente hasta en los rituales marxistas se levanta en alto con el puño cerrado la mano derecha, no la izquierda.
Tras las revoluciones socialistas la izquierda se venga de su atávico papel de inferioridad espacial. Los comunistas y socialistas empiezan a identificarse con las causas de la justicia y de la libertad, se colocan al lado de los más débiles y marginales y luchan contra el capitalismo para dar el poder a la clase trabajadora.
Es la reivindicación de la izquierda social en defensa de los trabajadores contra la injusticia de una derecha egoísta y excluyente.
Hoy esa izquierda aparece en crisis o desilusionada y las políticas se juegan en el centro.
Lo que ha ocurrido es que una cierta izquierda, cuya bandera era abrazada por las masas desheredadas y huérfanas de identidad acabó aburguesándose, contagiándose de los pecados de la derecha hasta perder su virginidad ética. Ocurrió en Italia, donde floreció uno de los partidos comunistas más fuertes de Europa. Y lo está siendo en Brasil, donde hasta Lula confiesa que su partido, que ya fue el mayor y con mayor prestigio de América Latina, está en crisis y no entusiasma a los jóvenes.
La izquierda se dejó seducir por los halagos de la riqueza fácil y sus dirigentes empezaron a vivir como los ricos capitalistas.
En Brasil, como en buena parte de América Latina, la izquierda sigue sin embargo manteniendo para muchos la fascinación y la memoria de las reivindicaciones sociales contra la avaricia capitalista.
Sin embargo, tras la caída del Comunismo y del Muro de Berlín, los países buscaron nuevos caminos de política socialdemócrata sin dicotomías radicales, haciendo política alejada de los extremos de la izquierda y de la derecha.
La defensa de los derechos humanos y de los trabajadores ya no fue prerrogativa única de las izquierdas. Fueron un imperativo para crear sociedades más igualitarias.
Hoy el mundo vive momentos de arenas movedizas. Vuelven, alimentados por las crisis económicas mundiales, los extremismos de ambos colores y las nuevas clases medias, llegadas del mundo del trabajo se mueven con parámetros diferentes de las antiguas reivindicaciones radicales de la lucha del proletariado contra la burguesía.
Es un momento de pasaje de ciencia política y económica que exige soluciones nuevas y creativas para huir de viejos esquemas del pasado.
Cuando mi hija Maya tenía cinco años y empezaba a aprender los conceptos básicos de tiempo y espacio me preguntaba dónde estaban la derecha y la izquierda. Recuerdo que le decía, con clara complicidad, que la izquierda estaba siempre de la parte del “corazón”, que es con el que ella “me amaba”.
Muchos años después, un albañil que hizo unas reparaciones en la casa donde vivo acabó alcoholizado. Tuvo que dejar de trabajar. De vez en cuando lo encuentro, aun tambaleándose en su vieja bicicleta. Se acuerda aun de mí. Se para, se quita el gorro y me da la mano, pero no la derecha. Lo hace con la izquierda: “Es que esta es la mano del corazón”, explica.
Cuando la izquierda se olvida, sin embargo, de usar el corazón a la hora de defender los derechos de los más desafortunados y prefiere el compadreo y la fascinación por los privilegios y lujos burgueses de la derecha, existe el peligro de que ellos se sientan tentados, como en la antigüedad, a creer que lo bueno está siempre a la derecha y la traición a la izquierda.
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