Emilio Nouel V.
Los políticos lo saben, ésa es su cruz. Ellos no van al Paraíso,
no tienen reservado el cielo. Los exitosos que en el mundo han sido, los que
han alcanzado grandes logros imperfectos para sus naciones, en alguna de las pailas
del infierno están.
Allí los veo per sécula
seculorum y en cordial conversa: Roosevelt, Churchill, De Gaulle,
Betancourt, Mitterand, Mandela y hasta a Caldera, por solo ceñirme al siglo XX.
Por supuesto, aludo a los que han tenido la política como
profesión, vocación y pasión, los entregados en cuerpo y alma a esa actividad.
Los que se han formado para ejercerla y han asumido riesgos, que han acertado y
se han equivocado también, los derrotados y los triunfantes. En este grupo no corren
los que sólo tienen como credenciales las buenas intenciones -“les bonnes âmes”, que llaman irónicamente los franceses-, los que se pierden
en los vericuetos de la política con su visión naif y no comprenden la
necesidad de dialogar, negociar, retroceder, avanzar, acordar y ceder frente al
adversario, así sea con un pañuelo en la nariz, cuando las circunstancias lo
imponen.
Conocido es que Niccolo Machiavelli, en su lecho de muerte,
tuvo un sueño que habría relatado a sus amigos.
“Il machia”, que
así lo llamaban sus compañeros de farras, en el famoso sueño vio pasar un grupo
de personas tristes, andrajosas y con rostros de haber sufrido mucho, y les preguntó
adónde iban, y éstos contestaron que
eran santos y beatos de camino al cielo.
Después observó a otro grupo de señores bien vestidos, elegantes, en
conversa animada sobre temas políticos trascendentes, entre los que pudo
reconocer a filósofos, a Platón y Plutarco, y les inquirió también hacia dónde
se dirigían, y la respuesta fue que ellos eran los condenados a las hogueras
eternas del infierno.
Resulta obvio a cuál de los dos grupos Machiavelli preferiría
después de muerto.
Cierta o no esta anécdota, de ella se podría deducir que,
según “il machia”, el paraíso no podría
resultar atractivo para un político que se precie. Le resultaría más
interesante estar en el Averno, pues se podrá encontrar con los grandes hombres
que idearon y construyeron repúblicas con sus ideas, escritos y obras. En una
de sus pailas, con seguridad, la pasaran mejor que en un aburrido cielo.
Viene a cuento esta evocación blasfema, al momento de reflexionar
acerca de nuestra situación política particular y cómo ven a los políticos
ciertos sectores del país. Sobre todo, cuando veo los nefastos efectos de la
antipolítica en acción, la misma que llevó al poder a la barbarie que hoy
destruye al país.
Aunque vivimos una situación que precisa de la incorporación
del mayor número de personas, el papel del profesional de la política es
central en todo esto. Es a él a quien debemos confiar la tarea, no a
improvisados, “incontaminados” o a
supuestos cuatriboleados de ocasión
que en lugar de hacernos avanzar en la lucha por recuperar la democracia, nos
retroceden.
Si no se comprende que la del político es una profesión que
exige no sólo voluntad, vocación y entrega, sino también preparación técnica y
experiencia, y que, por tanto, a él debe encomendarse los asuntos de la polis,
del gobierno; si seguimos pensando que bastan las agallas o los buenos deseos
para conducir una lucha política o administrar un gobierno, el resultado, en el
caso nuestro como en cualquiera otro, será el fracaso.
La alergia que se tiene a los políticos, atizada por muchos
que se asoman a la política a partir de concepciones pacatas, moralistas, románticas
o seudoreligiosas, es la causa directa de ingentes errores de apreciación, de
los que los venezolanos tenemos pruebas bien amargas.
Para Machiavelli, irreverente, de fino humor, maestro de la
ironía y transgresor de las normas de la moral cristiana de su época, el cielo
sería muy aburrido con tanto personaje sombrío y beato.
Para él, un político que no sólo reflexionó y escribió, sino
que también tuvo una experiencia práctica, la vida en el infierno sería más
atractiva.
Que el cielo quede para los bien intencionados, los
moralistas, los inflexibles, los principistas, los del “todo o nada”, los que ven las cosas en blanco o negro y sin grises;
los maniqueos, los impacientes, los supuestamente puros.
Para los otros, los que realmente concretan los cambios
políticos y sociales porque ésa es su especialidad, los que se atreven a
equivocarse, les queda la recompensa de no aburrirse en la otra vida, si es que
existe un más allá.
Emilio Nouel V.
@ENouelV
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