FERNANDO MIRES
Leyendo titulares de periódicos después del acuerdo entre Grecia y sus acreedores, la impresión general es que una dictadura económica dirigida por el “imperio alemán” ha obligado a Tsipras a humillarse al precio de sacrificios que deberán pagar los sectores más empobrecidos del país.
Los medios coinciden en en un punto: el tema de Grecia es un tema exclusivamente financiero, es decir no es un tema donde lo que realmente estuvo y estará en juego es la integridad política del continente. Integridad que pasa por el Euro pero no termina en el Euro.
La reducción de la identidad europea al mero ámbito financiero ha abierto flancos a los movimientos y partidos eurofóbicos, algunos con una retórica heredada de las izquierdas estalinistas, otros de las del antiguo fascismo, pero la mayoría esgrimiendo argumentos de carácter político. Todo lo demagógicos que se quiera, pero políticos.
Que en la “defensa” de Grecia en contra de la “oligarquía de Bruselas” (Marine Le Pen) hayan coincidido casi la totalidad de los partidos de la ultraderecha con los de la “nueva izquierda”, todos a la vez simpatizantes de la Rusia de Putin, es un hecho altamente significativo.
Aparte de que una vez más se comprueba que entre los extremos hay coincidencias, o que las líneas divisorias entre izquierda y derecha son cada vez más difusas, es importante destacar que el auge de los movimientos y partidos nacional-populistas obedece a razones no creadas por ellos. En ese punto los europeos parecen no haber aprendido de las trágicas historias vividas durante el siglo XX.
El nazismo, para poner un ejemplo, no surgió de la nada. Hitler no inventó el tratado de Versalles ni a las reparaciones de guerra impuestas a Alemania por los aliados después de 1914. Tampoco inventó la desocupación laboral ni la inflación desatada durante y después de la República de Weimar. Mucho menos inventó el peligro de la expansión de la URSS bajo Stalin. Todo eso era verdad. Que eso hubiera servido para que Hitler se hiciera del poder hay que adjudicarlo no solo a su habilidad sino también a la complacencia de tantos demócratas que eligieron hundir la cabeza en la arena. Hoy, la mayoría de los gobiernos europeos practica, igual que antes, la política del avestruz.
La gran mayoría de los gobiernos europeos trata de enfrentar los problemas reales de Europa con medidas puramente burocráticas sin nombrar las razones que los han provocado ni los medios para enfrentarlos. Así, quieran o no, los burócratas de la política han abierto el camino al nacional-populismo como ayer se lo abrieron al nacional-socialismo.
El término burocracia no es de por sí negativo. La burocracia bien organizada es un medio auxiliar de partidos y gobiernos. El problema surge cuando la función de la burocracia sobrepasa a la de la política, o para decirlo en términos weberianos, cuando la lógica de la razón instrumental subordina a la lógica de la razón política.
Entendemos por lógica de la razón política la que surge de la representación de determinados intereses en antagonismo con otros intereses. Es decir, se trata de las tres dimensiones de la política: la representación, los intereses y el antagonismo. Faltando una de ellas, la política pierde consistencia y es degradada a una actividad puramente administrativa. En ese sentido los partidos y movimientos nacional-populistas son solo un síntoma de la degradación burocrática de la política.
Mientras la clase política europea se niega a nombrar a los verdaderos problemas por su nombre, los nacional-populistas, como los fascistas de ayer, nombran a los verdaderos problemas pero con un nombre falso.
Pongamos el caso de las migraciones, unos de los temas preferidos del nacional-populismo de “derecha”. Frente a ese tema, dichos partidos ofrecen una solución simple: cerrar las fronteras, levantar muros y alambradas (Hungría) y detener así a las por ellos llamadas invasiones extranjeras.
Ante esa postura demagógica ¿Quién ha tenido el valor de decir que las migraciones no son un problema puramente demográfico sino el resultado de atroces guerras provocadas no pocas veces por los propios países europeos? ¿Quién ha dicho que las formas de gobierno de los pueblos africanos fueron destruidas por una colonización sin la cual la próspera Europa no habría existido jamás? ¿Quién ha dicho que la desertificación de África y las consiguientes hambrunas son un producto de la era industrial europea y de sus nefastas influencias sobre el clima?
O pongamos el caso de la deuda griega, uno de los temas preferidos del nacional-populismo de “izquierda”. ¿Quién ha dicho que el desorden de la economía griega no es un producto del capital extranjero ni de la prepotencia de Alemania sino de la política de un partido socialista, el PASOK, partido que practicó la más descomunal corrupción, destruyó el aparato productivo y llevó a cabo una política basada en dádivas y prebendas? ¿Quién ha dicho que Syriza y Podemos no son partidos nuevos sino solo los continuadores del antiguo populismo demagógico del PASOK y del PSOE?
¿Quién ha dicho que la función de Europa no es mantener al Euro sino que el Euro cumple la función de mantener la unidad europea, unidad que no se hizo para que sus naciones se amen, sino para enfrentar a enemigos comunes? ¿Quién nombra a la Rusia de Putin, convertida en aliada y protectora de los movimientos y partidos ultranacionalistas de Europa? ¿Quién nombra al expansionismo económico de China? ¿Quién -aparte de los partidos xenófobos- nombra al terrorismo islamista? ¿Quién nombra -ese es el punto- a los enemigos (externos e internos) de Europa?
A veces los burócratas y los demagogos se encuentran y coinciden entre sí. Wolfgang Schäuble, el gran burócrata alemán, propuso la salida de Grecia de Europa. Yanis Varufakis, el gran demagogo griego, propuso la salida de Grecia de Europa. El primero, como si fuera el contador de una empresa financiera, sacó cuentas y descubrió que era más rentable económicamente tener a Grecia afuera que adentro. El segundo, como el gran demagogo que es, descubrió que una Grecia fuera de Europa puede convertirse en catalizador de una revolución “anticapitalista” europea e incluso mundial. ¿Qué tienen en común ambos? A ambos les une una radical indiferencia por la suerte que correrán los ciudadanos griegos en una Grecia no-europea. A ambos, de igual modo, la unidad política de Europa les importa un bledo.
Cuando la política calla y es convertida en simple administración llega inevitablemente la hora de los demagogos. Ese es el problema: el actual enfrentamiento que tiene lugar en la mayoría de las naciones europeas ya no es el de las izquierdas contra derechas, sino simplemente el de burócratas contra demagogos.
Y cuando los demagogos han sido enfrentados por burócratas –y no por políticos responsables y combativos- siempre han vencido los demagogos. Esa es la triste lección de la historia reciente de Europa.
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