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He sido siempre un defensor de los partidos políticos, aunque muy crítico cuando ha sido forzoso serlo, y creo que éste es uno de esos momentos en que debemos increparlos enérgicamente.
Por más que cometan errores y en muchos casos sus líderes no estén a la altura de la circunstancias, los partidos políticos son necesarios, insustituibles, sin duda, en la lucha política organizada.
Es probable que en un futuro no muy lejano dejen de jugar el papel que hoy les corresponde, pero, por ahora, siguen siendo un instrumento indispensable para canalizar y encarnar las distintas opciones de gobierno que tenemos los ciudadanos de a pie.
En nuestro país, los partidos políticos tradicionales han sufrido en las últimas décadas un descomunal deterioro, producto, por un lado, de sus deficientes ejecutorias gubernamentales y su incapacidad para renovarse y comprender las nuevas realidades del mundo y del país, y por otro, ligado a todo lo anterior, a la despiadada, sistemática y absurda labor de descrédito, que han adelantado sectores sociales, personalidades, políticos y grupos económicos y mediáticos poderosos.
Como lo sabemos muy bien los venezolanos, tal deplorable situación ha sido aprovechada por demagogos de todo de pelaje, ignorantes y perversos en su mayoría, para hacerse con el poder, y traernos a la antesala de una tiranía totalitaria.
Hoy, como en otros graves momentos de nuestra historia,
Sin embargo, la mayoría de los dirigentes políticos partidistas parecieran sumidos en una extraña perplejidad, sin capacidad de respuesta rápida, como si no supieran qué hacer ante las arremetidas del tirano. Con sus pocas excepciones, los dirigentes políticos, en su conjunto, lucen atrapados en una abulia o parálisis, cuando lo que exige el momento es acción. (Afortunadamente, aún contamos con organizaciones de la sociedad civil y personalidades que han servido de acicate a los partidos para que actúen).
No obstante, aquella es la impresión que se tiene no sólo con los viejos partidos sino también con los más nuevos.
Podemos comprender la falta de recursos para contrarrestar todo el poder del Estado puesto al servicio de una locura ideológica. Es comprensible, igualmente, la carencia de una militancia numerosa y motivada para el trabajo proselitista y otros iniciativas. Es comprensible también el cansancio y/o la apatía de ciertos sectores frente a los partidos. Estos son asuntos de difícil solución pero que pueden solventarse en la marcha y con políticas adecuadas.
Lo que no podemos comprender ni mucho menos justificar es lo refractaria que es la dirigencia de los partidos al establecimiento de instancias de coordinación política, habida cuenta de los avances cada vez más que claros y progresivos hacia la instauración de una tiranía en nuestro país. Porque, digan lo que digan, éste es el tema prioritario, y en eso está en juego, literalmente hablando, la vida de todos, más allá de lo político, amén de las libertades de los venezolanos.
Ahora bien, si las peleas subalternas fueran los temas que más interesan a la mayoría dirigente, ésta, entonces, no merece liderar a nadie. Con todo dolor lo digo, reconociendo, como lo he hecho en estas líneas y en cualquier escenario, el papel crucial de estas organizaciones en toda democracia.
No nos cansaremos de enfatizar en la necesidad de unidad y convergencia de todas las fuerzas democráticas venezolanas para enfrentar al tirano y su proyecto de devastación nacional. Para ello es menester que se posterguen las rivalidades naturales de toda competencia política. Estoy consciente que esto muy difícil hacerlo, pero las circunstancias lo demandan. Aquellos políticos conscientes que comprendan a cabalidad el grave momento que vive
EMILIO NOUEL V.
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