martes, 5 de mayo de 2009

Obama y Chávez

E.Pino I.

 

Abril 25, 2009

 

El libro regalado por Chávez nos indica que no entendió nada de nada. Chávez quiso que la cumbre de Trinidad fuera su cumbre, pero fue la cumbre de Obama. El mandón simplemente se arrimó a la cola del nuevo mandatario de Estados Unidos, quiso calentarse en la flama de un político capaz de llamar la atención con su magnetismo, pero apenas figuró como comparsa fugaz.

 

No sé las razones por las cuales después afirmara que venía de la más fructífera de las reuniones internacionales en las cuales había participado, cuando el presidente de Estados Unidos debutaba como estrella entre los latinos mientras él apenas hacía un papel de penoso figurante. Pero está en lo cierto esta vez el comandante en jefe, aunque no por los motivos que imagina. No fue una asamblea capaz de distinguirse de veras sobre las anteriores de los gobiernos del continente, mas ofreció señales capaces de pronosticar variantes de interés en el futuro.

La más auspiciosa de esas señales fue ofrecida por Obama, como representante de un futuro prometedor. Partiendo de una interpretación sin lastres del ambiente que lo circundaba, salió de sus labios el único discurso oportuno que entonces se escuchó. En los Estados de América se formó una sociedad capaz de cambiarse ella misma en el momento adecuado, quizá la única en el mundo que ha podido llegar a tal portento, y demostró esa cualidad ahora por intermedio de Obama. ¿Acaso su llegada a la Casa Blanca no testimonia la lucidez de una colectividad cuyos oídos escuchan el tambor del cambio justo cuando lo deben escuchar? Obama llegó cuando debía llegar, precedido por siglos de forcejeos y aún de pugnas cruentas, en el itinerario de un pueblo que ha preferido los pasos sosegados a la locura de los choques y las maromas. Como sucedió con la Independencia, con la igualdad de los hombres, con la abolición de la esclavitud, con la unificación de sus partes en un solo mapa en las batallas contra la secesión, con los derechos civiles, con la reforma de la doctrina liberal y con la intervención del mercado por el régimen político, cada cosa en su momento, cada una en el capítulo correcto de maduración; pero no por mandato bíblico ni por decreto de un “destino manifiesto”, sino por el tacto colectivo para el descubrimiento de la ocasión histórica, por una sensibilidad compartida que sabe, en general sin equivocarse en las decisiones de envergadura, cuando la masa está preparada para el bollo. Como ahora estaba preparada para Obama, lo colocó sin estridencias en la vanguardia para que encarnara el sentido de evolución y los criterios de metamorfosis que han hecho de su sociedad una referencia universal.

¿Qué de ese lúcido caminar se vio en Trinidad? La solicitud de un cambio compartido. La mudanza no sólo es asunto de Washington, dijo Obama ante sus colegas del continente americano, sino también del resto de las sociedades. Si se debe escribir un nuevo libreto de conducta, sus contenidos no pueden detenerse en los prejuicios y los estereotipos del pasado, en las explicaciones tradicionales que jamás han llegado a buen puerto. El hombre que redacta con el ejemplo de su proceder el prólogo de una época diversa, propone a sus colegas que se fijen en sus pasos. No pide una operación de borrón y cuenta nueva, sino búsquedas razonables en cuyo encuentro se arrojen a la basura las explicaciones y las actitudes estériles que han predominado desde el siglo XIX. Tarea difícil, debido a que las sociedades latinoamericanas y sus dirigentes no han atinado en la fábrica de un camino sin atajos inútiles, de una ruta pensada como tránsito por etapas desde el momento de la partida, pero la ofrece como desafío e invita a los dirigentes a meterse en la locomotora. De tal guisa fue el único sonido contundente que se escuchó en Puerto España, gracias a la campana tocada por Obama.

¿Sintió Chávez el repiqueteo? ¿Captó la profundidad del mensaje? ¿Entendió el reto de dialogar con un interlocutor que debe ser laberíntico para él? Tal vez apenas quedase aturdido, sin entender nada de nada. Prefirió un somero acercamiento al nuevo líder, una exhibición de pasillo, un “quiero ser tu amigo” parecido a los requiebros de los niños del kinder ante la llegada de un compañerito nuevo, sin conmoverse ante el sonido desafiante que se desprendía de la torre recién levantada. Prefirió dejar en las manos de Obama un catecismo otrora célebre, una señal de su apego a las interpretaciones anticuadas de la realidad, una lectura plana y unilateral de la vida latinoamericana que seguramente sembrará escepticismo en el pretendido lector, si no cierra el volumen después de revisar los primeros párrafos. Dejó a Obama frente a las páginas de Galeano y, probablemente, buscó después la familiar compañía de Daniel Ortega, para sentirse a sus anchas con uno de sus bueyes viejos. El libro regalado nos indica que no entendió nada de nada.

 

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