Poder, política y corrupción
Leandro Area
Ponga usted los ingredientes apuntados en el título anterior en el orden que guste, pero déjeme decirle que diciembre es un mal mes para los escándalos. Aunque viéndolo bien, pudiera ser el más adecuado porque todo en él da la impresión de transcurrir más rápido.
En cualquier caso aprovechemos las circunstancias y abramos el debate, siempre vigente, sobre estos tres elementos sugeridos para sobrevolar el inframundo de realidad que nos invade y que no deja esquina sin ángulo. No queda más alternativa a riesgo de que nos tilden de compinches.
Sin embargo, lo digo de antemano, no quisiera llegar a la conclusión apresurada, jugando con la afirmación del reiterado Clauzewitz, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios frente a la cual podríamos sugerir, en contravía traviesa, que la política es antes bien la continuación de la guerra por otros medios. De igual manera pudiéramos nosotros lanzar al ruedo la aseveración malvada de que la corrupción es la continuación de la política por otras vías o que la política pudiera ser la hija mimada de la corrupción. ¿Exageración, juego de palabras? En fin.
He sido educado, perdonen la confidencia biográfica, en hogar, amistades, cuna del colegio La Salle y universidad, toda formación contiene elementos románticos y por lo tanto idealistas, en la mayoritaria convicción que la política, casi que cuarta virtud teologal, es un instrumento para hacer el bien o luchar contra el mal.
La vida, que es otra escuela, me ha mostrado pertinaz y demostrado que la política puede llegar a ser una maquinaria perversa que sirve a necesidades, intereses y ambiciones oscuras, individuales o no.
Arrastrados por la enfermiza necesidad de poder, expansión dislocada de deseos insatisfechos, sinónimo de posesión y de dominación, dinero incluido, damos rienda suelta a no importa qué costos y medios a impulsos sin límite. Y el poder está en todos los rincones, como Dios, y no solo en las noticias. Y aparte me interrogo: ¿Será ese un virus congénito, nacimos con él o será producto más bien del ambiente del que somos hijos en estos múltiples e interminables partos sociales donde vivimos naciendo cada día?
Lo que ocurre es que al poder se lo vincula fatalmente con la política y no debería ser así aunque este sea el tema que nos ocupa en estas líneas. Y la política y a los políticos se lo relaciona igualmente, fama bien ganada o campaña de odio, no solo con la ambición de poder sino con la utilización de medios corruptos e ilegales, ¿habrá corrupción legalizada?, para lograr sus metas.
De paso, no existe sociedad, secta, empresa, partido, equipo o individuo vinculado a lo público, que se halle inmune a la corrupción. Hasta las grandes causas han sido penetradas por ese pariente en principio indeseado por sus cercanías a Lucifer. “Simpatía por el diablo” cantan los Rolling Stones. Y mire que más de uno se ha quemado en sus llamas y cumple condena centenaria. Y mire que también existen miles, la cola de solicitudes es interminable, que continúan ilesos y con ánimos mayores de seguir o inscribirse en su negocio siempre próspero. El bien cuesta, es retraído, mientras que el mal es pegajoso y place.
Se observa en tal sentido que los límites, las conexiones, las implicaciones, las zonas grises e influencias entre esos tres elementos, poder, política y corrupción, se han desdibujado de manera alarmante. La aparición de la resbaladiza «ética con pragmatismo» en la que se esconden tantos desaguisados públicos y privados, enseña de alguna forma la crisis de la ética como sinónimo y encarnación del bien común y la felicidad humana, idea próspera en los pensadores clásicos igual que en los padres de la iglesia.
Aterrizando necesariamente en Venezuela nos encontramos con un nuevo escándalo de corrupción o al menos con los fuegos artificiales que hasta hoy se observan y que dan pie a tantas conjeturas incendiarias.
Además del morbo observado es importante resaltar el tsunami social que atraviesa a la sociedad venezolana donde están en juego desde la credibilidad de su existencia como nación hasta la legitimidad de sus liderazgos en este mapa de putrefacción generalizada que nos toca vivir.
Dudo que exista mejor momento para una revisión en perspectiva histórica de lo que somos. Decir que no está ocurriendo lo que ocurre no parece lo más sensato, aunque creérselo todo tampoco y menos aún tirar la toalla. Revisar el menú de opciones a futuro, allí me anoto. El modelo de país que no deseamos flota delante de nuestras espantadas narices.Poder, política y corrupción, tres afluentes indetenibles de la vida social de nuestro tiempo.
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