DISCURSO DEL 5 DE JULIO de 2010 DE RAMÓN GUILLERMO AVELEDO
MAracaibo
“Era llegado julio…”, nos relata Rafael María Baralt los hechos de 1811, y el Congreso “Pasaba entretanto el tiempo en inútiles discusiones sobre puntos secundarios de administración gubernativa y económica, mientras que el negocio capital de la independencia o de la sumisión se difería.” Baralt continua contándonos: “…el 5 de julio, abierta la discusión, llenaba un gran golpe de gente las tribunas y galerías de la asamblea. Nunca tanta se había visto…”. El debate se dio y el público lo seguía en medio de expresiones de su emoción, hasta que, sigamos la relación del marabino ilustre: “El congreso declaró, pues, que las provincias de Venezuela representadas en él formarían una confederación de estados libres, soberanos e independientes…” Celebrar aquel acontecimiento nos convoca. Conocer y comprender la historia que nuestros antepasados y nosotros construimos en los dos siglos siguientes es nuestra necesidad. Asumir con decisión los retos que hoy tenemos por delante es el más imperativo de nuestros deberes. Porque las patrias nunca son obra terminada, se van haciendo, las vamos haciendo. Celebrar el acto civil, pacífico, político, de un Congreso que delibera y decide. Donde posiciones distintas se ventilan, con razones y con pasiones, pero siempre con respeto por la postura ajena, incluso la del congresista que no votó la resolución. Recordar que en un Congreso, libre, los diputados de las provincias de Venezuela debatieron y decidieron la fundación de la República, es más que oportuno cuando nos aprestamos a elegir diputados que nos representen a todos, que legislen para todos y que vigilen la buena gestión del gobierno y el uso correcto de los dineros públicos desde la Asamblea Nacional, a pocos pasos del lugar sagrado donde los Padres de la Patria se reunieron.
Elijamos diputados que estén orgullosos del origen histórico del mandato que ejercerán, que estén a la altura del compromiso que tienen por delante. Diputados del tamaño de la esperanza que acompañará cada voto que reciban. Elijamos diputados que no vayan a creer que un jefe único personifica al pueblo, porque están perfectamente conscientes de que su único jefe es el pueblo que los elije.
Podemos hoy revisar una trayectoria nacional accidentada. Brillantes logros, notables carencias. Mirar el pasado a conciencia, pero sin nostalgia, y el futuro sin miedo.
Por eso, al compartir este día con ustedes, es mucho más que una formalidad de la cortesía, agradecer al Gobernador del Zulia, Pablo Pérez, esta invitación, que adquiere para mí una significación mayor, pues coincide con el segundo centenario del natalicio de Rafael María Baralt, en quien Augusto Mijares admira “equilibrio y rectitud”, virtudes que siempre hacen falta en la vida republicana.
Equilibrio y rectitud pueden ser, en tiempos de crisis, bienes escasos cuya cotización sube. Equilibrio se pide a los poderes públicos y rectitud a quienes los ejercen. Equilibrio y rectitud demanda la sociedad a sus integrantes, para que la convivencia libre y pacífica sea posible y fructífera. Equilibrio y rectitud, el civismo los pide a cada ciudadano, para que en la defensa de sus posiciones o la promoción de sus intereses legítimos, sean como afluentes de aguas limpias en el inmenso lago de una democracia cada vez más verdadera, más productiva y más justa.
Del 19 de abril de este año 2010, al 5 de julio del que viene, estamos conmemorando el Bicentenario de Venezuela. No es un festejo del poderoso, ni una larguísima campaña publicitaria del poder nacional y de la noción que del mismo tienen sus actuales titulares. La efemérides es de todos, porque todos somos Venezuela y nadie puede reservarse el derecho de admisión a la nacionalidad. Y porque es el alma nacional, que nos pertenece como le pertenecemos, la que nos llama a ser más, a ser mejores, a empinarnos sobre lo ordinario, a mirar por encima de los hombros de la cotidianidad, más allá de la anécdota y del discurso, a sentir y proclamar sin miedo que este no es un pueblo sumiso que entrega su libertad a cambio una promesa dudosa, que este no es un pueblo acomplejado o resentido, que este es un pueblo seguro de sí mismo, inconforme y constructivo, capaz de lograr las metas más altas, que quiere estudiar y trabajar, producir, crear, soñar. Un pueblo que sabe ser responsable y sabe ser solidario. Un pueblo que quiere progresar, porque aspira que sus hijos vivan mejor, pero que nunca olvida a los que no tienen. Un pueblo que sabe reír, pero que no es indiferente con los que sufren. Un pueblo que defiende su derecho a la paz.
Ese es el pueblo que somos, que nadie se equivoque.
La decisión de aquel 5 de julio fue constituir a Venezuela como una patria libre.
Y ¿Qué es hoy una patria libre?
Una patria libre es una Venezuela libre de la arbitrariedad.
Con instituciones sólidas, estables, respetadas, por un pueblo que recibe el beneficio de sus actuaciones. Con una democracia sana, abierta al cambio y capaz de valorar la estabilidad. Con leyes justas, bien aplicadas y bien cumplidas. Con poderes públicos equilibrados, en un Estado donde cada uno cumple su deber constitucional y coopera con los demás en la realización de los fines comunes. Con una Asamblea que represente, legisle y vigile. Con una judicatura imparcial, idónea, independiente, que como ha dicho recientemente el Gobernador, “no puede ver militancia partidista ni clase social para impartir justicia”. Con una Contraloría que controle, y una Fiscalía que persiga el delito, y una Defensoría que nos defienda del atropello, el abuso y de la inoperancia de los servicios públicos. Con un poder electoral que brille por su pulcritud y destaque por su eficiencia.
Una república descentralizada, donde poder nacional, estados y municipios entienden que cada uno tiene su ámbito y que todos deben colaborar para beneficio de la gente. Un país donde la participación es promoción popular hacia niveles más altos de calidad de vida y hacia una democracia más completa, y jamás una manipulación para debilitar el voto y el acceso de los ciudadanos al poder real. Porque una cosa es el pueblo organizado, que todos los demócratas queremos, y otra un pueblo manipulado, que el pueblo no quiere ser.
Una sociedad madura, adulta, que asume sus responsabilidades, alcanza sus metas y no busca excusas para sus fracasos, sino que identifica la falla, corrige y sigue adelante.
Una patria libre es una Venezuela libre de la pobreza.
Una sociedad productiva y de progreso, que busca la prosperidad y la abundancia. Que entiende, como en la palabra de Andrés Eloy Blanco, que “trabajo es lo que hay que dar, y su valor al trabajo”. Que promueve el empleo. Que valora el espíritu emprendedor. Que multiplica las oportunidades. Que da confianza para que sus hijos tengan nuevas ideas e inviertan en ellas, y crea un clima hospitalario, abierto, para que vengan muchas inversiones de todas partes.
Un país que entiende la realidad del mundo globalizado y su conectividad compleja, y se prepara para progresar en él, como han hecho otros pueblos de América Latina y Asia. Forma su gente, adecúa su legislación, optimiza sus condiciones, para defenderse de las eventuales amenazas, pero sobre todo para aprovechar con sagacidad y previsión de futuro, las oportunidades que los cambios traen.
Un país sin complejos, que entiende lo que vale y sabe lo que puede. Que comprende y valora el aporte de hombres y mujeres, gente del campo y de la ciudad, jóvenes y viejos, criollos, indígenas o inmigrantes. Que está consciente de que necesita a cada ciudadano suyo: obrero, agricultor, comerciante, industrial, profesional, ganadero, financiero, trabajador de la economía informal, deportista, intelectual, artista, profesor, estudiante, ama de casa. Que tiene claro que la riqueza no está allí, para recogerla, que hay que producirla. Que la riqueza no es mala, si procede del trabajo honrado, del esfuerzo creador, de la iniciativa productiva. Que la riqueza no es para envidiarla o para padecerla, sino para generarla y para ofrecer a todos, a todos sin excepción, a todos sin exclusión, a todos sin discriminación, la oportunidad de tener bienestar, seguridad, futuro, para ellos y para sus familias.
Una patria libre es una Venezuela libre de la desigualdad.
Una nación justa en sus tribunales, pero sobre todo justa en sus procederes. Justa con el derecho de cada uno. Justa con los deberes de todos. Justa para dar y justa a la hora de pedir.
Una sociedad solidaria. Que está allí para tender una mano, cuando uno de los suyos lo necesita. Que no es indiferente. Que no discrimina. Que no ignora al pobre o al desvalido. Que no deja en el camino a los más débiles. Que cuida a sus niños, ampara a sus mujeres y respeta activamente a sus mayores. Que protege y que promueve. Que ayuda para la autoayuda.
Una patria libre de la violencia.
De la violencia del delito, que roba vidas, paz y frutos del trabajo. De la violencia de la inseguridad. De la violencia de la intolerancia. De la violencia de la incomprensión.
Libre del miedo. Libre del odio.
Una sociedad que sabe convivir en paz. Que entiende la diversidad. Que respeta las diferencias, y que sabe ventilarlas civilizadamente y superarlas, para trabajar juntos allí donde haga falta, como dice la gaita, sin rencor.
Una patria libre es una Venezuela libre de la ignorancia.
Porque la ignorancia limita la realización plena de la dignidad humana y, por lo tanto, deshumaniza.
Una sociedad que ofrece educación de calidad y pertinencia para todos. Desde el pre-escolar hasta la universidad. Una sociedad educadora que sabe que el aprendizaje no acaba nunca.
Una nación abierta a las nuevas ideas. Que estudia. Que investiga. Que aprecia el conocimiento y lo busca. Una nación que, con apetito de horizontes nuevos, mira a la ciencia con curiosidad deseosa y a la tecnología como herramienta de progreso. Un pueblo que valora la cultura. Su cultura y la cultura universal de la que aquella forma parte. Entendiendo siempre, con Yepes Boscán, “que la libertad representa un elemento esencial de la cultura, en particular la libertad de crear y decidir los valores que uno sostiene como un deber y de defender la existencia a la cual aspira.”
Una patria libre es una Venezuela libre de la enfermedad.
Una nación sana, porque promueve la salud para evitar la enfermedad, y atiende oportuna y eficientemente a sus enfermos. Una sociedad que enfrenta con claridad la drogadicción, sus causas y sus consecuencias, y no transige con el negocio vil, destructivo, venenoso del narcotráfico.
Un país que promueve el deporte desde la escuela y la comunidad vecinal hasta la alta competencia y el profesional. El deporte estudiantil y popular por sus virtudes formativas: atención al cuerpo y a la mente, disciplina, sentido del trabajo en equipo, sana competencia y espíritu de logro, respeto a las reglas. El deporte de alta competencia por su contribución al refuerzo de la autoestima nacional. El deporte profesional por eso mismo, pero también como motor de la participación deportiva de los niños y jóvenes, creador de oportunidades y fuente de esperanzas.
Cada vez que vemos brillar a un venezolano en las ligas más exigentes del beisbol, el baloncesto o el futbol, se alimenta la confianza en que cualquier muchacho de cualquier parte del país, si es perseverante y disciplinado en el cultivo de sus talentos, puede triunfar en el escenario más competitivo del planeta, porque no estamos hechos para la mediocridad.
Una patria libre es una Venezuela libre de la dominación extranjera. De toda dominación extranjera.
Una nación que se respete a sí misma, que respete a todos y que se haga respetar. Que coopere con la paz y el progreso de la humanidad. Que tenga buenas, constructivas, fructíferas relaciones con todos los países, pero que no sea la finca, el pateadero o la caja chica de nadie. Que ve el mundo sin complejos.
Una nación que coopera. Abierta a recibir y dispuesta a dar cooperación. Que no es autosuficiente, ni arrogante. Que no se siente hermana mayor de otras naciones soberanas, pero tampoco hermanita menor de ninguna.
Una nación reconocida, más que por el grosor de su chequera y la prodigalidad para manejarla, por la solidez de sus principios y su serena firmeza para sostenerlos. Una nación respetada, más que por la agresiva beligerancia de sus palabras, por la estatura de su autoridad moral. Porque tiene valores. Valores espirituales y morales, valores cívicos y valores familiares. Porque el nuestro es un patriotismo de libertad y de vida, eso lo hace más fuerte, más potente, más indomable.
Esa patria libre de la arbitrariedad, de la pobreza, de la desigualdad, de la violencia, de la ignorancia, de la enfermedad y de la dominación extranjera puede ser. Lograrla está en nuestras manos.
Pueden intentar convencernos de que es imposible, de que todo intento es inútil.
Pueden intentar dominarnos por el miedo y la resignación.
Pueden intentar imponernos la oscuridad como modo de vida, pero no podrán con nosotros, porque en medio de la oscuridad siempre brillará la conciencia democrática de un pueblo que es amigo de la luz, y no de las tinieblas. Es el espíritu del 5 de julio, el espíritu de la patria libre que, como el Zulia por las noches, relampaguea.
Ramón Guillermo Aveledo, en el Acto Solemne de la Gobernación del Estado Zulia, en Conmemoración del 5 de Julio
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