viernes, 9 de julio de 2010

El terrorista más malo del mundo (I)

Elides Rojas

Soy Chávez, el matón, alias "Qué papaya". Favor no confundir. Soy terrorista de profesión y trabajo para el mejor postor, como todo mercenario que se precie de serlo. Caí en estos días en las manos de la justicia bolivariana. Bueno, justicia es un decir. Simplemente me atraparon como un venado mientras mostraba mi pasaporte en inmigración. Parece muy fácil, pero no fue así. Sufrí en la acción. Los zapatos me apretaban y ya no aguataba un juanete que me salió mientras secuestraba niños para una fábrica de jabón en El Salvador. Caí en plena lucha contra el juanete. No obstante, lo primero que hice fue agradecer a las autoridades venezolanas y, muy especialmente a sus organismos de inteligencia, el haberme capturado. Debo confesar que a estas alturas de tan exitosa carrera como asesino y criminal al lado de grandes terroristas como Luis Posada Carriles, uno termina como cansado. Gracias a Chávez, mi colondroño, quien con su infinita sabiduría pudo armar una red policial suficientemente poderosa como para atraparme, esfuerzo más que titánico si se toma en cuenta que soy uno de los más peligrosos matones no sólo del Lejano Oeste, sino también por estos lados del mundo. La verdad es que en los últimos años estaba igual que este gobierno bolivariano, como en caída libre. Con mi tutor Posada Carriles ya viejo y en aprietos judiciales, no me salían muchas oportunidades de trabajo. Pero siempre había algo qué hacer. El mal no descansa. Le metí una bomba a la sede de una comuna cubana de La Habana a cambio de un bono para almorzar en McDonald´s durante un año pagado por la CIA. Más tarde me salíó un tigrito en Honduras. Nada serio. Volé tres puentes y me tocó tumbar las únicas tres torres de energía que hay en la capital. El Pentágono me pagó por secuestrar el sombrero y la pijama de Zelaya y eso fue realmente fácil. También he estado apagando luces aquí y allá por toda Venezuela contratado por una fuerza militar de extrema derecha que llaman Fedecámaras. El sabotaje al Guiri no fue tan fácil, pero logré sacarle el agua casi hasta vaciarla. Pero, como ya se sabe, las lágrimas de la oposición pudieron más. Acepté un trabajito medio cochino, pero ha sido de gran éxito. Una empresa transnacional que llaman La Canalla C.A., me ofreció 2.000 dólares, un platal para un terrorista en decadencia como yo, para que obstaculizara la salida de los contenedores de Pdval y Mercal de los puertos, para que le metiera a los pollos de Lula y la carne de Cristina bacterias que destruyan hasta la última cresta o costilla; para que infiltrara coquitos y animalitos en los millones de kilos de caraotas y frijoles que a bien tienen los cubanos vender con sobreprecio a la revolución venezolana. Pero donde más corrí riesgo fue contaminando la leche. Es verdad que los chinos me ayudaron, pero, a pesar de todo, logré acabar con millones de kilos de leche que eran para el pueblo revolucionario. De hecho lo que hicieron los chinos es nada comparado con mi sabotaje bajo contrato. Como se puede observar he estado ocupado. No es que esté en las grandes ligas del terrorismo como mis hermanos de las FARC, los maestros de Al Qaeda o nuestro eterno ícono, El Chacal Ramírez, toda una escuela en nuestra carrera. Pero tampoco estoy a nivel tan bajo como algunos terroristas pata en el suelo que si acaso pueden tirar un tumbarracho en Globovisión, insultar a algún periodista mientras entrevista a algún camarada rojo o sacar a los malandros en moto para atemorizar a la gente. No. Digamos que yo, como terrorista y matón a sueldo, estoy más arriba. Entre los malandros asalariados de poca monta o los grandes maestros tipo FARC. A esos no les tiembla el pulso para meterle C4 a un bebé y dejarlo metido en una cesta a las puertas de una iglesia llena de feligreses un domingo de Ramos. Yo no llego a tanto. Me explico. En este trabajo, que puede ser mi última misión humanitaria, y que gracias a la diligente policía bolivariana, a quienes agradeceré infinitamente que me hayan capturado, mi misión era clara. Venía a sabotear las elecciones. Ya sabemos que Chávez las tiene ganadas y por eso la oposición necesita dinamitar un proceso electoral para el que no cuenta con más del 10% de respaldo. Para raspar las elecciones tenía que hacer lo que siempre he hecho. Volar dos o tres puentes, si están viejos o a punto de caer, como está la mayoría, mejor. Dinamitar un par de embajadas y explotar unos morteros bien escandalosos con propaganda contra Chávez por ahí, en cualquier calle. Pero me atraparon, gracias a Dios, otra vez. Es así que no me queda más remedio que denunciar quién me contrató, quiénes son los perversos traidores a la patria y magnicidas que están detrás de mi contratación como terrorista experto y criminal del tipo desalmado y a cualquier precio. Pero eso será en la próxima entrega de esta historia, El terrorista más malo del mundo. Por lo pronto estoy en Cuba a buen resguardo, cosa que también agradezco infinitamente.

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