Fantasías geopolíticas
Aníbal Romerojulio de 2010
El petróleo y el mesianismo bolivariano se han combinado para dar a la política exterior venezolana rasgos singulares. El más notorio es el desfase entre nuestras ambiciones y nuestras capacidades. A pesar de que somos un pequeño país colmado de vulnerabilidades, en diversos momentos hemos pretendido establecer la “justicia social internacional” y crear un “nuevo orden económico internacional”, entre otros objetivos tan etéreos como desproporcionados. El actual régimen prosigue ese rumbo delirante añadiéndole otro elemento: la ideología. Me refiero a esa mezcla letal de prejuicios, obsesiones y odios que podríamos denominar “visión ceresoliana” de las relaciones internacionales.
Quien intente determinar las coordenadas que guían los pasos de Chávez en el mapa mundial se equivocaría buscándolas en Marx y Lenin. Lo crucial es leer el iracundo y funesto panfleto de Norberto Ceresole, fácilmente accesible en Internet, titulado “Caudillo, pueblo, ejército”. Allí están las claves del sueño geopolítico que empuja al caudillo venezolano hacia el abismo. Lo más grave del asunto es que Venezuela podría acabar también en las profundidades del foso que Chávez cava a diario para el país.
En su esencia, la “visión ceresoliana” mezcla el antisemitismo y el antiyanquismo, así como la convicción de que una nueva alianza de “oprimidos” debe forjarse en función de la definición de enemigos comunes y la destrucción del orden existente, sin reparar demasiado en la alternativa que luego vendrá. De este modo, Chávez se ha asociado con toda suerte de personajes, causas y regímenes que poco o nada tienen que ver con intereses fundamentales de un país en las condiciones del nuestro, pero que se ubican en el contexto de los prejuicios, obsesiones y odios a los que ya hice referencia. El problema para Chávez es doble: Por un lado, su verdadera capacidad, y la de Venezuela, para contribuir decisivamente a llevar a cabo los cambios que desea es muy limitada. Por otro lado, sus enemigos declarados (por él mismo), en particular EEUU, no le prestan demasiada atención y le perciben como el zumbido de un mosquito que danza en torno a las orejas, pero sin más. Como resultado, Chávez hace ruido pero no excesivo daño, excepto a los propios venezolanos. Además, la distancia entre la fantasía y los hechos genera una creciente pérdida del sentido de la realidad por parte de un líder que se concibe como pieza crucial de un ajedrez global, pero en verdad carece del poder e impacto que su febril imaginación concibe. De todo ello deriva un peligro: la retórica incendiaria y diarios desplantes del caudillo no han tenido costos para él, pues nadie en el fondo le hace caso; sin embargo esto podría cambiar, con serias repercusiones para Venezuela. Por ejemplo, si Israel ataca Irán y los Ayatolás deciden bloquear el estrecho de Ormuz y detener los suministros petroleros desde la zona, Chávez tendría que decidir: ¿Solidarizarse con sus “hermanos” iraníes y cesar los envíos de petróleo al Norte? ¿O humillarse y continuar favoreciendo al detestado “imperio”? En otros tiempos las fantasías geopolíticas fueron inofensivas. Inflaron la vanidad de nuestros dirigentes y acumularon discursos inútiles en los archivos de la Cancillería. Pero ahora las consecuencias del delirio tropical podrían agravarse. Chávez prometió “desarrollo endógeno” y destruyó la estructura productiva del país; “seguridad alimentaria” y la convirtió en comida podrida; “independencia energética” y casi nos deja sin luz. La pesadilla ceresoliana es otra cosa: una apuesta mortal.
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