martes, 6 de julio de 2010

ELECCIÓN SIN MAQUILLAJE

Fernando Henrique Cardoso

O Estado
Sao Paulo, 4 de julio de 2010

"...Se oculta así lo que realmente está en juego. ¿Queremos mejorar nuestra democracia o aceptar como normales los grandes delitos de corrupción y las pequeña infracciones sistemáticas, como las de un presidente que se encogió de hombros ante seis sanciones aplicadas a él mismo por incumplimiento de la legislación electoral?, ¿queremos un Estado neutral o capturado por intereses partidistas?, ¿que dialogue con la sociedad o que se cierre para tomar decisiones basadas en una supuesta superioridad estratégica para elegir lo mejor para el país?, ¿que confunda la Nación con el Estado y el Estado con las empresas y corporaciones estatales, en alianza con algunos grandes grupos privados, o que sepa discernir una cosa de otra en nombre del interés público?".

(O Estado de Sao Paulo, Brasil)

El mundo sigue contorsionándose sin encontrar caminos seguros para superar las consecuencias de la crisis desencadenada en el sistema financiero. Hasta la idea (que defendí en la década de 1990 y parecía una herejía) para imponer impuestos a la actividad financiera reapareció en la voz de los más ortodoxos defensores del rigor de los bancos centrales y de la intocabilidad de las leyes del mercado. En la carrera para detener la hemorragia producida por las exacerbaciones irracionales de los mercados, otros tantos ortodoxos comenzaron a utilizar e incluso a abusar de los incentivos fiscales y ayudas de todo tipo para salvar a los bancos y el consumo.

Paul Krugman, más recientemente, lamentó la resistencia europea a la laxitud fiscal. Él piensa que el corte de los estímulos puede conducir la economía mundial a algo similar a lo ocurrido en 1929. Cuando la crisis parecía detenida, en 1933, se suspendieron incentivos y medidas de facilitación de crédito, regresando a la recesión mundial. ¿Será eso mismo? Es demasiado pronto para decirlo. Pero, barbas a remojar, las noticias que llegan desde el extranjero, y no sólo de Europa, sino también de la zigzagueante economía de los EE.UU. y de la letárgica economía japonesa, aparte de las dudas sobre la economía china, no son signos de un esperanzador despertar.

Mientras tanto, se vive en el Brasil oficial como si nos hubiéramos convertido en una Noruega tropical, en la ironía feliz de la reciente editorial de este diario. Y en tan corto intervalo de tiempo que estamos todos atónitos con tanto dinero y tantos logros. Basta con leer el último artículo presidencial en el Financial Times. La pobreza existía en la época del "estancamiento". Ahora somos testigos del espectáculo de crecimiento, sin trabas, dispensando reformas y desautorizando preocupaciones. Si en el gobierno de Geisel se decía que éramos una isla de prosperidad en un mundo en crisis, hoy en día la retórica oficial da la impresión de que somos un mundo de prosperidad y el mundo, una isla lejana en crisis. ¿Baja inversión en infraestructura? no pasa nada, el PAC lo resuelve. ¿Temor con el aumento de la deuda pública y el creciente déficit de pensiones? no pasa nada, la preocupación por eso es allá, en Europa. No aquí. Después de todo, Dios es brasileño.

Sólo que la realidad existe. La prosperidad de unos depende delos otros en el mundo globalizado. Por mucho que estemos relativamente bien en comparación con los países de economía más madura, si éstos se estancan o crecen a tasas bajas, habrá problemas. La caída de los precios de las materias primas afecta a nuestras exportaciones, gran parte de ellas compuestas por commodities. La ausencia de crecimiento complicará la solución de los desequilibrios monetarios y fiscales en los países ricos y eso implicará menos recursos disponibles para Brasil en los mercados financieros mundiales. No debemos ser pesimistas, pero no podemos soñar despiertos en devaneos casi infantiles, que nos distraigan de discutir los verdaderos retos del país.


Desafortunadamente, nos damos vueltas con distracciones. Una canción de alabanza a nuestras grandezas, de una pavorosa falta de realismo. Abordamos la vieja tesis de Brasil potencia y, sin mirar a su alrededor, nos porponemos dar saltos sin saber con qué recursos: tren bala de costes desconocidos, pre-sal sin atención sobre el impacto del desastre en el Golfo de México sobre los costos futuros de extracción de petróleo, capitalización de Petrobras de proporciones gigantescas, una Petro-Sal de uso incierto y tamaño impredecible. Todo grandioso. Se habla más de lo que se hace. Y lo que se hace es gracias a transferencias masivas del bolsillo de los contribuyentes a la caja de las grandes empresas amigas del Estado, a través de préstamos subsidiados del BNDES, que de paso engordan la deuda bruta del Tesoro.

La escenificación para las elecciones de octubre ya está terminada. Como en una fábula, la candidata del gobierno, bien peinada y rosada, casi una princesita nórdica, dirá todo lo que se espera que diga, especialmente lo que el "mercado" y sus socios internacionales quieren oír. Pero incluso la propia candidata ya lo advirtió: no es un poste. Y no lo es, espero. Tiene una historia, que no coincide con lo que se quiere que ella diga. ¿Cumplirá con lo que dice?

En el México del PRI, cuyo gobierno se prolongó durante décadas, el presidente señalaba solito al candidato a sucederlo, en un proceso prohibido a la mirada y a las influencias de la opinión pública. Sin embargo, cuando la elección era revelada al público - "el descubrir del enmascarado" - el elegido se veía obligado a decir lo que pensaba. Aquí, el "dedazo" de Lula señaló a la candidata. Sólo que ella no puede decir lo que piensa no poner en peligro la elección. Nos enfrentamos a un personaje que se construye por los profesionales del marketing. Anteriormente, el lenguaje que ya fue de la candidata, se llamaba a esto "alienación".

Se oculta así lo que realmente está en juego. ¿Queremos mejorar nuestra democracia o aceptar como normales los grandes delitos de corrupción y las pequeña infracciones sistemáticas, como las de un presidente que se encogió de hombros ante seis sanciones aplicadas a él mismo por incumplimiento de la legislación electoral?, ¿queremos un Estado neutral o capturado por intereses partidistas?, ¿que dialogue con la sociedad o que se cierre para tomar decisiones basadas en una supuesta superioridad estratégica para elegir lo mejor para el país?, ¿que confunda la Nación con el Estado y el Estado con las empresas y corporaciones estatales, en alianza con algunos grandes grupos privados, o que sepa discernir una cosa de otra en nombre del interés público?, ¿que promueva el desarrollo de las capacidades de cada individuo, para la ciudadanía y para el trabajo, o que vea al pueblo como una masa y a sí mismo como un benefactor?, ¿ que vea al medio ambiente como una dimensión esencial o como un obstáculo al desarrollo?

Es hora de que cada candidato con el alma abierta y la cara lavada, le diga al país lo que piensa.

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