SOCRATES, DEMOCRATA
ENRIQUE KRAUZE
ENRIQUE KRAUZE
LETRAS LIBRES
¿Era Sócrates un adversario de la democracia? La pregunta ha recorrido más de dos milenios. Karl Popper la formuló en La sociedad abierta y sus enemigos
(Buenos Aires, Editorial Paidós, pp. 294-302) y, para fortuna de la
civilización occidental, la contestó negativamente. En el epígrafe del
capítulo X, Popper cita a Platón: "Él nos restaurará a nuestra
naturaleza original y nos curará, bendiciéndonos y haciéndonos felices".
Se refiere al filósofo rey, ideal platónico inverso al demagogo pero
que, para Popper, termina por coincidir con él porque impone la misma
concentración de poder, exhibe el mismo rechazo a la crítica, conduce a
la misma disolución de la democracia.
El propósito de Popper es salvar a Sócrates de Platón, es decir,
salvarlo de la imagen de Sócrates que construye Platón para apuntalar su
teoría política. No es un empeño fácil. ¿No habían sido los
restauradores de la democracia ateniense (Anito y sus compañeros)
quienes condenaron a Sócrates por haber sido maestro de algunos de los
célebres tiranos (Critias y Cármides, tíos de Platón) que tras la
derrota de los atenienses en Siracusa tomaron el poder en Atenas y
disolvieron la democracia? ¿No había sido la seductora demagogia de
Alcibíades (discípulo amado de Sócrates) quien había alentado aquella
desastrosa expedición en el año 415 a. C.?
Popper recuerda sin embargo que Sócrates tuvo un papel airoso en esos
años. Nunca se opuso a la democracia sino a su degeneración demagógica,
encarnada en aquellos aristócratas inescrupulosos que, habiendo sido
sus discípulos, torcieron el sentido de su enseñanza para buscar el
éxito usando al pueblo como instrumento de su ambición. Y Sócrates,
desde luego, se negó a apoyar a los tiranos. Popper no lo menciona, pero
según Plutarco Sócrates desaconsejó abiertamente la operación de
Siracusa.
Pero la mayor lección democrática de Sócrates fue ajustarse a las
leyes de Atenas y defender su causa, que era la causa de la
inteligencia. Pudiendo huir, optó por defenderse con su arma única y
específica: la razón, la deliberación. Prefirió padecer la injusticia a
cometerla. "Jamás había intentado socavar la democracia –dice Popper–,
en realidad, había tratado de darle la fe que le faltaba". Esa fe no era
otra que la búsqueda desinteresada de la verdad y el permanente
ejercicio de la crítica, no como potestad de un líder iluminado u
omnisciente ni de un demagogo sagaz, sino de la polis entera. Popper
escribió esta obra "de guerra, de combate" en su exilio en Nueva
Zelanda, en el momento más oscuro de la Segunda Guerra Mundial. Al
defender la crítica abierta de Sócrates frente al sistema cerrado de
Platón, Popper vindicaba la raíz de la civilización occidental, cuya
vocación mejor es la de Sócrates. Esa vocación cabe toda en la
inolvidable imagen de Sócrates –modesto, sincero, sereno- enfrentando a
sus jueces con humor:
Soy como el tábano que Dios ha puesto sobre esta ciudad –decía Sócrates en su Apología– y todo el día y en todo lugar siempre estoy yo, aguijoneándolos, despertándolos, persuadiéndolos, reprochándolos. No encontraréis fácilmente alguien como yo, y por eso os aconsejo absolverme [...] Si me lleváis precipitadamente a la muerte, entonces habréis de permanecer dormidos durante el resto de vuestra vida a menos de que Dios se apiade y os envíe otro tábano.
¿Qué mejor prueba de respeto a la democracia que morir por la
libertad, el saber, la razón, la verdad y la crítica? El Sócrates de
Platón es Platón. El Sócrates de Popper es un pedagogo de la democracia.
El Sócrates de Popper es Sócrates. Y su actitud, en esta nueva hora
oscura del mundo, es nuestra única esperanza.
Fragmento del libro El pueblo soy yo, que próximamente publicará Debate.
Publicado previamente en el periódico Reforma
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