LUIS VICENTE LEÓN
EL UNIVERSAL
Es obvio que no habrá elecciones competitivas en Venezuela por ahora y ninguno de los intentos que se hacen en este momento para buscar el nombramiento de un Consejo Nacional Electoral equilibrado cambiará esa realidad. Pero también es evidente que el gobierno avanzará con el proceso electoral parlamentario, llueve, truene o relampaguee. Las razones me lucen claras: por una parte, es el mecanismo natural de la revolución para reducir la potencia simbólica de la Asamblea Nacional presidida por Juan Guaidó, dado que incluso en el escenario, muy probable, de que esa elección no sirva para legitimar algún cambio y no sea reconocida por quienes hoy no reconocen a Maduro como presidente legítimo, el cruce por la frontera de tiempo constitucional de permanencia del parlamento elegido, sin ser religitimado por una nueva elección sino por “default” reducirá, sin lugar a dudas, su potencia y conexión popular y su simbología de legitimidad, algo que caerá en barrena con el tiempo, sin elecciones justas. Pero además, esta elección es el motivo perfecto del gobierno revolucionario para recrudecer las fracturas internas en la oposición, entre quienes piensan que no hay que participar en algún evento electoral no transparente (bajo el argumento lógico de que esto podría validar la trampa revolucionaria) y quienes creen que hay que ir a las elecciones en cualquier condición, no porque piensen que la pueden ganar de manera directa, sino porque sirven como mecanismo de movilización social y articulación institucional de los partidos para crear un “momentum” de lucha por el cambio, en el caso de que la oposición esté dispuesta a canalizar la energía que se desprenda de un intento de fraude y bloqueo frente a la clara mayoría del país que manifiesta electoralmente su deseo de cambio.
Es la lucha de dos formas de pensamiento, con argumentos válidos cada una de ellas, entre quienes creen que se debe batallar en cualquier tablero, incluyendo una mala elección (como Toledo en Perú o la reciente lucha de la oposición boliviana), frente a quienes piensan que hay que conseguir primero las condiciones de transparencia y democracia para poder participar en un evento electoral.
El debate relevante ya no es si habrá condiciones electorales adecuadas para ir a las parlamentarias, porque doy por descontado que la respuesta es un rotundo no, sino entender cual es la respuesta inteligente que tendrá la oposición ante esa realidad concreta.
La clave no es si se participa o no en esas elecciones, sino qué piensa hacer con cualquier decisión que tome, ojalá producto de una decisión unitaria. Si la respuesta es nada... nada conseguirá, como no consiguió antes: 1) votando en eventos electorales y frustrándose por el resultado sesgado, pero sin capitalizar la energía de ese voto para construir un momento de presión y lucha y sólo quedándose con la idea de que no vale la pena votar y pulverizando a los promotores de la elección ó 2) absteniéndose y celebrando el símbolo de esa abstención rascándose la barriga en el sofá y regodeándose de su “éxito” abstencionista, mientras perdía más y más espacios políticos de lucha.
¿Qué quien va a producir los cambios en Venezuela? La respuesta me resulta evidente. Solo podrán hacerlo los propios venezolanos, con una estrategia inteligente, que incluya jugar en todos los tableros, pues esto no se trata de pedir al gobierno que se vaya “por el país” (y te tire otra trompetilla) sino de construir una real fuerza de presión para que le sea imposible no negociar cambios. Y esto no tiene nada tiene que ver con los haters de las redes sociales, ni con las amenazas, tan rimbombantes como incumplibles, ni con ladridos de perro echado... desde lejos.
luisvleon@gmail.com
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