CARLOS RAUL HERNANDEZ
EL UNIVERSAL
Las medallas olímpicas de los holocaustos habría que distribuirlas así. Oro al mayor genocida de todos los tiempos, Mao Zedong, cuyas obras magnas, el Gran Salto hacia Adelante y la Revolución Cultural, llevaron a la muerte entre 50 y 70 millones de chinos. Parte de esos cadáveres fue al aparato digestivo de sus familiares, en oleadas caníbales por las hambrunas comunistas. Plata para Stalin, con cerca de treinta millones. Y por “la derecha”, Hitler con cerca de 7 millones de esqueletos al lomo.
Estos crímenes coinciden con una categoría política moderna, la dictadura totalitaria. Un régimen político revolucionario, iliberal, feroz, que reorganiza la sociedad desde su médula para erradicar diferencias sociales e injusticia, que daría a luz al hombre nuevo. No una dictadura sino un poder revolucionario total desde la raíz y los valores. El socialismo redimiría la alianza obrero campesina y el nacionalsocialismo la raza aria oprimida. Las medallas se adjudican a partir del número absoluto de defunciones, pero si juzgáramos a partir de criterios ponderados, relativos al volumen de la población, el terminator camboyano, camarada Pol Pot no tendría rival.
Formado en París por Louis Althusser, filósofo marxista que ahorcó a su esposa (en las memorias, Devenir por largo tiempo, escribe “mi drama es que soy una estafa intelectual”), Saloth Sar o Pol Pot, compañero de curso de Jaques Derrida, Gilles Deleuze, Regis Debray, Michel Foucault, extermina un tercio de los camboyanos. En Ruanda, continente negro, hutus masacraron a tutsis Los holocaustos no tienen padre. Los Estados los niegan directa o indirectamente, o tratan de justificarlos.
EL último en enterarse
Sartre no discutía si fueron o no ciertos los crímenes masivos, sino apoyaba incondicional las tiranías de China y Cambodia. Uno de los influencers políticos más conocidos del siglo XX, y mentiroso infantil, Noam Chomsky, los ignora o los niega. Genocidio se convirtió e categoría técnica, pero Stalin y sus cómplices en los organismos internacionales movieron los dedos para diseñar definiciones que excluyeran los crímenes masivos comunistas del concepto que finalmente se aprobó.
Sartre no discutía si fueron o no ciertos los crímenes masivos, sino apoyaba incondicional las tiranías de China y Cambodia. Uno de los influencers políticos más conocidos del siglo XX, y mentiroso infantil, Noam Chomsky, los ignora o los niega. Genocidio se convirtió e categoría técnica, pero Stalin y sus cómplices en los organismos internacionales movieron los dedos para diseñar definiciones que excluyeran los crímenes masivos comunistas del concepto que finalmente se aprobó.
Los pronazis en desgracia, como no gozaron de este poder excomulgados después de la Segunda Guerra, simplemente negaron lo ocurrido, en coincidencia con el fundamentalismo islámico. Para ello se valieron de personajes de muy escasa importancia, por lo que el negacionismo del holocausto judío es más un chiste que otra cosa, tal como los terraplanistas californianos refutan la redondez del planeta. Los que rechazan al pueblo judío tienden a creer todo lo malo que se diga de él.
Según el efecto Kruger-Dunning, cualquiera puede decir una imbecilidad y conseguirá adeptos que la crean, la repitan y mejoren los argumentos, mucho más en la era de la post verdad digital. Nadie con la menor credibilidad ha negado jamás el holocausto judío y para los alemanes sería tan grotesco (y necrófilamente ridículo) semejante debate después de Auschwitz, Treblinca y Dachau, que establecieron delito siquiera mencionarlo.
Uno de los actos más notorios de negación del holocausto judío fue una reunión que convocó Ahmadinejad, aquel presidente ultra, que como todos los radicales, llevó Irán varios peldaños más abajo en su desgracia. Reunió en Teherán en 2008 un foro de atorrantes, aventureros, farsantes académicos y simples gorrones universitarios, para darle respaldo al disparate.
Miente que algo queda
Mucho peor que la de Leopoldo II de Bélgica en Congo, la mayor masacre de África se perpetró en Ruanda y exterminó un millón de tutsis. Pero se reunió en Canadá un grupo de intelectuales para salvar la cara de sus revolucionarios para responsabilizar del genocidio a los medios de comunicación. En Ruanda había un solo medio, la emisora del gobierno revolucionario Radio Televisión Mil Colinas que realizó la campaña de odio y dio instrucciones detalladas para la masacre.
Somos proclives a dudar de fenómenos que refutan nuestros prejuicios firmes, nuestras inclinaciones de fe, incluso cuando se trata de experiencias vividas (santo Tomás dijo “ver para creer” pero la epistemología evidencia que es más bien “creer para ver”). Además, conocemos los fenómenos a partir de lo que la información nos dice de ellos. El negacionismo se caracteriza por desmentir incluso contra toda evidencia. “Miente que algo queda”.
Conocemos los fenómenos a través del lenguaje y hace tiempo Voltaire dijo que “con frecuencia el lenguaje es un ejercicio para ocultar el pensamiento”. Agreguemos que, el pensamiento suele ser un ejercicio para ocultar la realidad. Lo que creemos o queremos creer dificulta conocer los hechos. Fidel Castro y el Che asesinaron miles de cubanos y sumergieron en miseria a toda la población, y en el mundo, hasta hace poco, se les aclamaba como héroes, particularmente gran parte de la intelectualidad.
Según Arendt y otros, amplios sectores del pueblo alemán no tenían conciencia muy clara de lo que pasaba en los campos de exterminio y, además, no querían tenerla ni dudar del fuhrer. En el caso caribeño, los balseros eran despreciables gusanos, contrarrevolucionarios, agentes del imperialismo. Los nazis hablaban de llevar los judíos a la “tierra prometida”, y de “solución final”.
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