¿A qué vinieron?
NORMAN PINO DE LIÓN | EL UNIVERSAL
domingo 25 de diciembre de 2011
A raíz de la reciente Cumbre de Presidentes Latinoamericanos en Caracas, en la que se estableció la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), mucha gente se ha preguntado sobre las verdaderas razones detrás de la presencia de prácticamente todos los presidentes de los países integrantes del nuevo club, estrictamente latinoamericano y caribeño. Las inquietudes en la calle han ido desde preguntarse qué hacían algunos reconocidos demócratas en Caracas, pasando por criticar la oportunista presencia de los inefables socios de la ALBA, hasta despachar la reunión como una simple oportunidad para venir a cobrar facturas no pagadas y obtener otros beneficios.
La nueva instancia de coordinación política creada nos ha sido vendida como una evolución natural del Grupo de Río, con el añadido de que supuestamente se encargará en adelante de relanzar y coordinar los esfuerzos de integración del continente latinoamericano y caribeño, por supuesto mirando hacia el Sur y desde la ribera del Río Grande. O sea, a espaldas de Estados Unidos y Canadá, seguramente porque si no los vemos, pues no existen.
Haciendo a un lado lo que significa hablar de integración continental e ignorar al mismo tiempo la vecindad en el continente con la primera y la decimocuarta economías mundiales, que se nos pretenda vender a la Celac como un resultado evolutivo del Grupo de Río debería llamarnos a la reflexión. Sobre todo, porque en vez de avanzar en el respeto a los principios que le dieron origen, el Grupo de Río no hizo sino retroceder, al soslayar los principios que defendía para aceptar a Cuba en su seno hace tres años. Es decir, la comunidad latinoamericana organizada se puso de acuerdo en hacer a un lado sus principios y bajar la valla para que Cuba pudiera saltar el obstáculo y sentarse al lado de sus hermanos latinoamericanos y del caribe, y así darnos lecciones sobre democracia y libertad. Si todo esto significa un avance, pues lo será para Cuba, que sin haber ofrecido absolutamente nada a cambio, se integra ahora también a la nueva instancia de coordinación política continental y se da el lujo de suscribir con el resto de sus integrantes una tan curiosa como pomposa Declaración Especial sobre la Defensa de la Democracia y el Orden Constitucional, que no es más que una declaración para la defensa de los gobiernos que la integran. Menuda proeza.
Por supuesto que hubo también otros ganadores y perdedores. México, Brasil y Colombia parecieran ser los más conspicuos beneficiados, en virtud del pago de una considerable suma para evitar la decisión arbitral por la expropiación de una importante empresa de cemento; la compra de decenas de aviones; o el pago de deudas comerciales aún no cubiertas y la promesa de un comercio administrado con el nuevo mejor vecino. El gran perdedor de la región pareciera ser la democracia.
Si no hubo un avance sustantivo en la defensa de la democracia, ni una propuesta concreta en materia de integración -su nueva área de acción- y en materia de derechos humanos hasta se sugirió tirar por la borda el sistema interamericano vigente, se preguntarán entonces a qué vinieron los presidentes. Muy sencillo. Vinieron porque no podían dejar de hacerlo. Se trató de una misión de contención de daños al más alto nivel para evitar la creación de algún esperpento inútil, destinado a erosionar el patrimonio institucional existente y a mantener un enfrentamiento estéril con Estados Unidos.
La nueva instancia de coordinación política creada nos ha sido vendida como una evolución natural del Grupo de Río, con el añadido de que supuestamente se encargará en adelante de relanzar y coordinar los esfuerzos de integración del continente latinoamericano y caribeño, por supuesto mirando hacia el Sur y desde la ribera del Río Grande. O sea, a espaldas de Estados Unidos y Canadá, seguramente porque si no los vemos, pues no existen.
Haciendo a un lado lo que significa hablar de integración continental e ignorar al mismo tiempo la vecindad en el continente con la primera y la decimocuarta economías mundiales, que se nos pretenda vender a la Celac como un resultado evolutivo del Grupo de Río debería llamarnos a la reflexión. Sobre todo, porque en vez de avanzar en el respeto a los principios que le dieron origen, el Grupo de Río no hizo sino retroceder, al soslayar los principios que defendía para aceptar a Cuba en su seno hace tres años. Es decir, la comunidad latinoamericana organizada se puso de acuerdo en hacer a un lado sus principios y bajar la valla para que Cuba pudiera saltar el obstáculo y sentarse al lado de sus hermanos latinoamericanos y del caribe, y así darnos lecciones sobre democracia y libertad. Si todo esto significa un avance, pues lo será para Cuba, que sin haber ofrecido absolutamente nada a cambio, se integra ahora también a la nueva instancia de coordinación política continental y se da el lujo de suscribir con el resto de sus integrantes una tan curiosa como pomposa Declaración Especial sobre la Defensa de la Democracia y el Orden Constitucional, que no es más que una declaración para la defensa de los gobiernos que la integran. Menuda proeza.
Por supuesto que hubo también otros ganadores y perdedores. México, Brasil y Colombia parecieran ser los más conspicuos beneficiados, en virtud del pago de una considerable suma para evitar la decisión arbitral por la expropiación de una importante empresa de cemento; la compra de decenas de aviones; o el pago de deudas comerciales aún no cubiertas y la promesa de un comercio administrado con el nuevo mejor vecino. El gran perdedor de la región pareciera ser la democracia.
Si no hubo un avance sustantivo en la defensa de la democracia, ni una propuesta concreta en materia de integración -su nueva área de acción- y en materia de derechos humanos hasta se sugirió tirar por la borda el sistema interamericano vigente, se preguntarán entonces a qué vinieron los presidentes. Muy sencillo. Vinieron porque no podían dejar de hacerlo. Se trató de una misión de contención de daños al más alto nivel para evitar la creación de algún esperpento inútil, destinado a erosionar el patrimonio institucional existente y a mantener un enfrentamiento estéril con Estados Unidos.
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