Karl Krispin
Si el candidato del Gobierno y actual jefe del establecimiento fuese mudo, nadie habría votado por él. No ha habido mandatario silente en la historia. El rey Jorge VI era tartamudo pero logró imponerse sobre su limitación, tarea de índole titánica cuando el mundo enfrentaba nada menos que la Segunda Guerra Mundial. Otro que conversaba poco, lo hacían sus validos por él como el duque de Medinacelli, era Carlos II, último representante de la Casa de Austria en España, llamado el Hechizado por el retraso mental que sufría y el no menos raquítico que le impidió consumar su matrimonio y dejar descendencia. Aquello dio lugar a la primera guerra internacional por el trono español y los Borbones se fijaron en la Península con Felipe V y sus vistosas pelucas de bucles. Hablar tiene su importancia. Lo que no se comunica no existe y el lenguaje condiciona la visión del mundo.
No tenemos registro de un discurso del general Gómez: ni falta que le hacía porque con su mirada decía todo y tenía control del país con el Ejército. En 1936, su sucesor, López Contreras, se dirige por radio a la nación y los venezolanos se maravillan aun con aquella voz de ronquito que poseía. Medina era un orador de quince minutos según Arturo Uslar pero lo hacía bien y certeramente. Quienes fundaron los modernos partidos, Betancourt, Villalba y Caldera, apelaron a su fogosidad de oradores para impulsar aquel “limpio mantel republicano de la casa en fiesta” de acuerdo a las elegantes palabras del poeta Andrés Eloy Blanco.
Hugo y sus rojos se instalaron en el poder gracias al hechizo de su voz. Recuerdo cuando se comentaba socarronamente en los tiempos felices de Yare, que una vez en la calle, el golpista se “quemaría” en un Primer Plano, programa que la añeja RCTV y Granier daban los domingos por la noche en aquellos horarios nostálgicos. Eso no sucedió como tampoco el pronóstico del doctor y general Leopoldo Baptista que sentenció que “Gómez era un problema de un semestre”. Sólo he visto personalmente una vez al actual presidente. Había salido de la prisión y caminaba muy en solitario la Plaza Bolívar con un liquiliqui verde. Desde la distancia alguien le gritó un Viva y sorprende pensar como comenzó a recorrer Venezuela con su verbo penetrante para darle cohesión a sus ideas. Los candidatos de la MUD deben estar clarísimos de que su palabra será determinante para enviarlo de vacaciones a orillas del Arauca. De allí la importancia de los debates.
Hay que convencer de veras para juntar al país en un discurso potente que transforme el traumático orden de cosas. Se acabaron los tiempos de lo dado por sentado y esto se impuso entre el favorecimiento de Irene al de Chávez, ya que puede suceder que quien no transmita adecuadamente su propósito sea relegado al hombrillo de la política. Los candidatos que se refugien en el slogan, la abrazadera de viejitas, el testimonio de terceros y en la calamidad del triunfalismo, no amagarán sino una propuesta derrotada. Para ganarle a este señor, hay que expresarse mucho mejor que él. Para vencerlo habrá que convocar el poder del lenguaje creador. Estamos ante una gravísima coyuntura política, más allá de las ilusiones que se prometan. Sólo el discurso sólido marcará los acontecimientos. Si no, el resto no será más que silencio, dicho hamletianamente, ya que somos testigos de un momento en el que sólo las palabras parecen contar.
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