TRINO MARQUEZ
Los cortes intempestivos y prolongados del flujo eléctrico le
han dado un revolcón a nuestra vida cotidiana. Han golpeado la dinámica
individual, familiar y colectiva. Todos los servicios que hacen más amable y llevadera la actividad diaria, han sido
trastocados de forma repentina.
La electricidad permite encender los
bombillos y alumbrar ambientes oscuros. Mueve el motor de la nevera,
fundamental para mantener los alimentos.
Permite encender las cocinas, los televisores, los radios, los microondas, las
lavadoras, secadoras y computadoras. Si se sale del hogar, la electricidad
mueve las fábricas, los ascensores donde operan las empresas, permite bombear
la gasolina que surte los tanques de los automóviles. Internet, la telefonía
móvil y los teléfonos inalámbricos, también se alimentan de la electricidad. El
agua llega a las casas y centros de trabajo porque dispositivos eléctricos la
impulsan. Pocas actividades u objetos escapan de la presencia de ese flujo
energético, cuya existencia se conoce desde la antigüedad, pero que fue
producido y aprovechado en gran escala a
partir de finales del siglo XIX, cuando Thomas Alba Edison inventó la bombilla
incandescente y Nikola Tesla trabajó en el uso de la electricidad alterna en
grandes proporciones.
El uso
intensivo de la electricidad aparece en todos los textos e informes sobre el
desarrollo económico y social, entre los indicadores fundamentales que miden el
bienestar alcanzado por un país. Entre progreso y demanda de electricidad se da
un vínculo concomitante. Salvo que la energía eléctrica sea remplazada por una
fuente alternativa, como la energía solar, no es posible que se produzca una
caída del uso de la electricidad que no refleje una contracción del Producto
Interno Bruto y la riqueza de una nación.
La importancia
de la electricidad y su nexo con el crecimiento y el bienestar fue entendida a
plenitud por los distintos gobiernos nacionales desde la muerte de Juan Vicente
Gómez, en diciembre de 1935, hasta el ascenso de Hugo Chávez al poder. En el
Programa de Febrero, presentado en 1936 a la nación por el general Eleazar
López Contreras, para aplacar las protestas desatadas en Caracas y otras
ciudades tras la desaparición del tirano, ya se señala como prioridad la
electrificación del país. Esa visión modernista se mantuvo como constante en
los gobiernos posteriores; e impulsó los grandes proyectos para la construcción
del Sistema Eléctrico Nacional. Incluso, Hugo Chávez entendió que sin energía
eléctrica no era posible alcanzar un modelo autosostenido de crecimiento. El
Plan de la Nación 2001-2007 y el Primer Plan Socialista, 2007-2013, destacaron
la relevancia de mantener el SEN en óptimas condiciones. Lo que ocurrió después
fue que colocó en manos inexpertas y voraces esa enorme responsabilidad. La
impericia destruyó el sistema; y la voracidad se tragó los miles de millones de
dólares que la bonanza petrolera permitió destinar al logro de ese objetivo.
La labor de
demolición del SEN fue continuada con mucho ánicmo por Nicolás Maduro. A partir
de 2013, cuando asume la presidencia de la República, la desidia dominante
durante los trece años anteriores, se convierten en abandono y saqueo obsceno.
El retroceso al pasado antediluviano se emprendió a toda marcha. Los informes
de Víctor Poleo y Damián Prat, entre otros expertos en la materia, resultan
inapelables y estremecedores. Los venezolanos hemos visto en vivo el desplome de un sistema que era motivo de
orgullo nacional: en él trabajaron nuestros mejores profesionales; y era modelo
de eficiencia en América Latina y el mundo.
Nicolás Maduro,
auxiliado por su impresentable ministro de Comunicación, trata de controlar los
daños y ocultar su responsabilidad en el colapso de los servicios de
electricidad y agua. La estrategia adoptada es sencilla: adultera la realidad a
través de las cadenas de radio y televisión; reprime con violencia las
protestas populares; desinforma a través de la Red de Medios Públicos, por
donde se transmiten hasta el hastío las explicaciones estrambóticas inventadas
por el régimen; e intimida y obliga a guardar silencio a los grandes medios de
comunicación masivos, incluidos los circuitos radiales, a los que se les
prohibió organizar operativos especiales para informar a la ciudadanía acerca
de los apagones. Conatel se convirtió en
el rostro oculto del Sebin, la GNB, la PNB, las Faes y los colectivos. Es el
brazo desarmado de la represión, pero igual de agresivo.
El madurismo
representa la encarnación del atraso y la violencia. Afortunadamente, el
descalabro del sistema eléctrico y de la distribución de agua ocurren en un momento
en el cual la oposición se reorganiza en torno a Juan Guaidó. No le será fácil
evitar pagar el costo del martirio al que somete a los venezolanos.
@trinomarquezc
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