LOS COLECTIVOS: EJE DEL SISTEMA REPRESIVO
TRINO MARQUEZ
Nicolás Maduro sabe que el tiempo
que le resta en Miraflores depende casi exclusivamente de la eficacia de la maquinaria
de extorsión, terror y represión que sea
capaz de armar.
Recuperar el sistema
eléctrico e hidráulico para aliviar las penurias de la gente cuesta demasiado
dinero. Mucho más del que puede conseguir en los mercados internacionales. El bloqueo
financiero que lo acosa lo mantiene asfixiado. Sus socios rusos y chinos no se
muestran dispuestos a costear la recuperación de esas redes, destruidas por la
incompetencia y corrupción de los gobernantes. Ellos saben que allí residen las
verdaderas causas del desastre. Nada que ver con los ataques terroristas
cibernéticos, electromagnéticos o babosadas parecidas. Nadie más peligroso que
un madurista al frente de un servicio que requiere conocimiento del área y un
plantel de profesionales y técnicos de alto nivel.
El
relanzamiento económico luce igual de lejano. ¿Quién en el mundo de los negocios
tendrá la osadía de invertir grandes
capitales en Venezuela, donde no existe seguridad jurídica, el servicio
eléctrico es una calamidad, por los grifos no sale agua, sino barro, las vías
de comunicación, los puertos y los aeropuertos dan pena y buena parte del
personal clasificado ha huido? Venezuela está quedando para que vengan los
saqueadores de tumbas, los garimpeiros y los depredadores de todo género,
dispuestos formar parte de la red que destruye el ambiente y se lleva el
petróleo, el oro, los diamantes, la bauxita, el coltán y todas las demás riquezas
que Maduro les permite.
Maduro se
encuentra incapacitado para resolver las demandas de la sobrevivencia
cotidiana. Con él se agravarán todas las carencias que hoy padecemos.
Si quiere seguir
gobernando en medio del caos que ha provocado, Maduro tendrá que intentar demoler
todo vestigio de democracia, pensamiento crítico y organizaciones independientes.
Esta, al menos, será su intención. No logra cristalizar sus aspiraciones por
dos razones básicas: el país ha sacado fuerzas del subsuelo para encararlo y la
comunidad democrática internacional de la región y de buena parte del planeta,
se le plantó de frente. Para Maduro, 2019 ha sido un año de sorpresas
desagradables. Juan Guaidó se convirtió en el líder indiscutible de una
oposición renacida y la figura en torno de la cual se aglutina la mayoría de
las fuerzas que se oponen al régimen. La comunidad internacional actúa con un
nivel inusual de compromiso y solidaridad con los demócratas venezolanos. La
entrada progresiva de la ayuda
humanitaria a través de la Cruz Roja, la victoria obtenida en la OEA con el reconocimiento
a Gustavo Tarre y el debate en el Consejo de Seguridad de la ONU, representan
muestras inequívocas del compromiso de las naciones democráticas con Venezuela.
A Maduro solo lo acompañan las dictaduras del continente y del mundo, o
gobiernos como el de López Obrador, atrapados por la telaraña que la izquierda
cavernícola tejió desde hace décadas en América Latina.
En medio del
aislamiento, impopularidad y quiebra financiera que lo agobian, Maduro optó por
redimensionar el sistema represivo que lo resguarda. Le teme a las FAN. No
confía en el Ejército, la Aviación, ni la Marina, a pesar de intenso proceso de
fanatización ideológica al que esos componentes han sido sometidos. Viró hacia
la Guardia Nacional, que fue desdibujándose progresivamente. Los esfuerzos que se realizaron en el pasado
por profesionalizarla se olvidaron. Ahora es un aparato de choque, que reprime
a mansalva y se ha incrustado en el esquema construido a lo largo de dos
décadas, cuyo centro reside en la
corrupción. Junto a la GNB, el sistema represivo madurista está compuesto por
la Policía Nacional Bolivariana (PNB), las Fuerzas de Acciones Especiales
(Faes), la Milicia Bolivariana y los colectivos. Los cuatro primeros cuerpos poseen
un revestimiento formal. Al menos en su forma jurídica, son órganos del Estado.
Se financian con fondos públicos y aparecen en un renglón del Presupuesto
Nacional. Esta característica obliga a Mauro a guardar algunas apariencias
formales. Deben sujetarse a ciertos códigos y normas jurídicas.
En cambio los
colectivos, llamados ahora ‘cuadrillas de paz’, son agentes libres. Grupos
paramilitares. Irregulares dispersos integrados por delincuentes que actúan en
misiones ad hoc. El régimen los financia con fondos de la Nación, pero sin que
nadie sepa cuál es la procedencia de esos recursos, ni estén sometidos a ningún
control o supervisión institucional.
Nadie conoce la partida del Presupuesto donde aparecen. Su naturaleza ilegal los
convierte en un arma mortal al servicio irrestricto de Maduro.
La ONU declaró
a la Guardia Revolucionaria de Irán como grupo terrorista. Igual debería
suceder con los colectivos armados. Sería un golpe noble al instrumento
represivo más brutal con el que cuenta Maduro. Eje de su sistema represivo
informal.
@trinomarquezc
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