ENRIQUE VILORIA
A ese
inmenso, complejo e indetenible crisol sanguíneo en el que se fraguó el
mestizaje latinoamericano, cada raza además de aportar su fenotipia, sus genes,
su sangre, incorporó también su particular cosmogonía, su especial cosmovisión,
sus peculiares creencias y expresiones religiosas, las que - mezcladas - produjeron renovadas concepciones
religiosas, nuevas visiones para entender al mundo, a Dios y a los semejantes.
De esta forma, el sincretismo religioso imperante en América Latina, es decir,
el producto de la mezcla, de la combinación de religiones precedentes, puede
también ser considerado como una de las manifestaciones relevantes de nuestro
mestizaje cultural.
Este
sincretismo religioso comienza a gestarse desde el mismo momento de la
conquista, cuando unos hombres que traían a su Dios en sus convicciones y en cuatro carabelas, se encontraron con otros
dioses distintos, profanos y con una religiosidad aborigen que no tenía nada
que ver con los ritos, iconos, símbolos y creencias de una cristiandad que
tanto había costado consolidar, y que ahora, frente a estos infieles
ignorantes, desasistidos, relegados, ignorados, había que defender, difundir y
catequizar. Comienza entonces un largo proceso de transculturación religiosa;
los españoles se encuentran convencidos de que deben realizar una labor no sólo
de conquista, sino también de evangelización, debían catequizar a los infieles
del Nuevo Mundo, imponerles las creencias y enseñarles a adorar un mismo Dios,
aquel, Cristo el Redentor, que los conquistadores trajeron en sus navíos, pero,
sobre todo, en sus corazones. La
Iglesia se suma a este proceso; a los soldados españoles les
corresponde la conquista territorial, a los frailes la espiritual.
Así,
en lo que concierne a los indios, el sincretismo religioso permitió que los
ídolos autóctonos (las fuentes, los árboles, las piedras sagradas, los astros)
se sumarán también al estructurado y riguroso compendio y repertorio de
vírgenes, santos, preceptos, ritos y de tres personas en un mismo Dios, que los
frailes y misioneros españoles se encargaron de difundir, de catequizar, sin
que pudiesen impedir que todas sus enseñanzas se fusionaran con las creencias
propias y ancestrales de los aborígenes para producir un cristianismo
particular. Recordemos que en la cultura azteca existía una estrechísima
relación entre las diosas madres. La deidad femenina Tonantzin designaba a la
gran diosa Madre-Tierra: Coatlicue o Cihuacóatl. Esta diosa autóctona era
venerada en un santuario ubicado en Tepeyac, al norte de ciudad de México. Muy
pronto, los franciscanos decidieron suplantar ese santuario pagano por una
ermita cristiana, dedicada ahora a la adoración de una virgen católica, la de
Guadalupe de Extremadura, en cuya devoción militaba el propio Hernán Cortés.
Virgen de Guadalupe que, sin embargo, lo que hizo fue complementar el arraigado
y no extinto culto indígena a la madre tierra: Tonantzin, generando, en una
ignorada complicidad, una religiosidad mixta, híbrida, sincrética.
Este
sincretismo religioso se enriquece y se complejiza con la introducción de los
negros provenientes del África, quienes llegaron para trabajar como esclavos en
las nuevas tierras conquistadas por los españoles. Los africanos también
realizan su aporte a este proceso sincrético que produjo una religiosidad
peculiar, con usanzas, simbologías, ritos, similitudes y analogías entre los
santos y vírgenes cristianos y los orishas que estos esclavos africanos
trajeron bien dentro de sí, en sus almas, en aquello que va más del cuerpo,
para protegerlos del látigo del amo blanco y de la palabra catequizadora de los
misioneros católicos. Estos africanos y, muy especialmente los del país yoruba,
practicaban ritos ancestrales y tenían una religiosidad mucho más acendrada,
interiorizada, que las demás etnias que vinieron del África a América.
Sobre
la base de las creencias religiosas aportadas por estos africanos, en la América Latina y
caribeña, se produce un sincretismo de analogías y semejanzas entre dioses de
distinto cuño y proveniencia que luego tendrán una misma y única significación
Como expresión de este sincretismo se produce una asimilación entre vírgenes y
santos, dioses y provenientes de uno y otro lado del mundo: de la España católica y del
África pagana. En Cuba: Yemayá, es la Virgen de regla, patrona de
la ciudad de La Habana ;
Changó, Santa Bárbara; Ochún, la Virgen de la Caridad del Cobre; Obatalá, la Virgen de las Mercedes.
Fruto
de estas contribuciones africanas, y muy especialmente de las yorubas, en
América se construyeron manifestaciones religiosas sincréticas de extendido
alcance y renovado vigor como lo son: la Santería afrocubana, la Macumba
también denominada Camdomblé afrobrasileña,
el Vudú haitiano y otras expresiones
de menor impacto que se practican en diferentes países del continente y del Caribe.
En lo
concerniente a la realidad venezolana, Juan Liscano confirma que “en Venezuela
tampoco se constituyeron sistemas religiosos comparables a los de Haití, Cuba y
Brasil. En primer, lugar conviene señalar que nuestro país no recibió
emigración yorubana, pues cuando ésta empezó a efectuarse, ya Venezuela había
abolido el comercio de esclavos. Los rasgos culturales más evidentes son
bantúes, con islotes de supervivencia dahomeyanas y de la Costa de Oro”. Sin embargo,
los líderes del socialismo del siglo XXI, de la Revolución Bolivariana han
adoptado las prácticas de los santeros, de los paleros cubanos, a fin de que la
brujería les permita seguir disfrutando de la manguanga socialista.
Como
vivimos en democracia participativa, todos están invitados a visitar el sótano
del palacio de gobierno, siempre que vayan vestidos de blanco babalao y lleven
su respectivo gallo negro para degollarlo y ofrecerlo en ofrenda de la memoria
de los dos más grandes comanadantes que ha dado el mundo.
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