LUIS VICENTE LEÓN
En el medio del gran debate que se ha planteado alrededor de las reuniones en Noruega, quisiera hacer algunas puntualizaciones que me resultan relevantes.
La primera es que si estuviéramos en un país normal, lo mejor sería resolver los conflictos a través de acuerdos políticos y si esos acuerdos son imposibles de lograr, entonces se debe recurrir a las instituciones, que son las llamadas a intermediar en los conflictos y tomar decisiones en base a la Constitución y las leyes. Pero en el caso venezolano, es evidente que no estamos en condiciones normales y no existen instituciones confiables que sirvan para intermediar en ese conflicto y tomar decisiones que todos puedan respetar. Así llegamos entonces a un clásico conflicto de poderes, que no se resuelve en función de la legitimidad o la legalidad, sino de acuerdo a quien es más fuerte o más hábil.
En este tipo de conflictos, la teoría indica que no tiene sentido para el actor dominante entrar en una real negociación política. ¿Para qué negociar si puedes doblegar a tu adversario sin sacrificar algo a cambio? Por su parte, el más débil tampoco tiene estímulos para sentarse a negociar. ¿Qué puede hacer para que el adversario le entregue lo que quiere en una mesa, si él no tiene mucho que ofrecer a cambio?
En ambos casos, las negociaciones son inútiles, como no sea para manipular al adversario. Ahora, ¿qué pasa cuando ninguna de las dos partes es suficientemente fuerte para pulverizar a su adversario y ganar claramente la batalla? Pues si ninguno tiene la fuerza para doblegar al otro o el uso de esa fuerza condena el futuro del país al conflicto, entonces puede ser indispensable negociar.
Una negociación puede ser exitosa en la medida en que ambas fuerzas tienen poder de negociación y necesitan acordar para sobrevivir. Sólo cuando ambas partes llegan a ella agotadas y en peligro, su interés de intercambio puede promover una negociación, en la que nadie puede ganar ni perder todo.
Es un absurdo pretender sentarse a negociar sólo la rendición del adversario. Eso sólo ocurre cuando alguien ganó la guerra y ofrece al enemigo algunas concesiones para calmar y estabilizar el futuro. No requiere para eso mediadores, ni organizadores, ni nada. Pero en el caso venezolano, es obvio que ninguna de las partes ha ganado y ambos tienen costos vinculados al tiempo del conflicto sin solución. El gobierno se aferra a su fuerza militar (riesgosa) y la oposición no logra que su mayoría y apoyo internacional sea suficiente para doblegar al enemigo. Se puede continuar el conflicto sin negociación si crees que vas a ganar. El tema es que si ninguna de las dos fuerzas es suficientemente poderosa para derrotar al adversario, el conflicto puede prolongarse “Ad infinitum” y en el camino destruir país y pueblo.
¿Qué se puede estar negociando en Oslo? Lo mismo que se negociaría en la Cochinchina o Altagracia de Orituco: Cómo manejar una transición con participación de todos los sectores cívico-militares para dar marco a los cambios que lleven a una elección competitiva en el tiempo.
¿Va a entregar la revolución el gobierno a Guaidó antes de una elección? Absolutamente no. ¿Va la oposición a aceptar una elección controlada por la revolución? Absolutamente no. Desde ese par de límites imposibles se comienza la negociación hacia el intermedio.
Será una negociación larga y tortuosa, y nadie puede garantizar que terminará en algo que resuelva la crisis y menos que nos guste a todos. Pero lo que sí podemos garantizar, es que dado el balance de fuerzas actuales, la negociación es imprescindible, ahora o después, con la diferencia del nivel de destrucción que dejará su ausencia.
luis@luisvicenteleon.com
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