Reflexiones sueltas para los días que corren
Luis Alberto Buttó
El punto va más allá de no hacer lo suficiente para atajar al poder despótico, cebado como de manera natural éste siempre estará en su predecible apetito de sometimiento social y permanencia temporal. El asunto principal se centra, por encima de cualesquiera otras consideraciones, en no equivocarse al diseñar y poner en práctica la estrategia que permita desmontarlo y minimizar sus posibilidades de recomposición hasta donde sea realista alcanzar tal objetivo. En este sentido, buscar atajos internos o externos sólo ayuda a retardar el deshielo y por consiguiente aleja el arribo de la primavera.
Es verdad que, per se, abrigar esperanzas no se traduce en la formulación de estrategia alguna, pero es cierto también que al opacar la creencia de que la victoria es razonablemente alcanzable se le restan alicientes al acto de mantenerse en la lucha y se le niega todo sentido a la tarea de trazar las líneas de acción que sean necesarias, oportunas y pertinentes para materializar el cambio. Una cosa es ser realistas al reconocer las dificultades y vicisitudes presentes en el camino y otra muy distinta es pintar paisajes que vaticinan de antemano la derrota al fungir de profecías auto-cumplidas. Toda argumentación que dé a entender que se está anclado en puntos muertos sin salidas aparentes, amén de ser rotunda mentira, es motivo poderoso para la desmovilización de la gente. No en balde, gobernar sobre masas descorazonadas es la condición ideal en la cual el poder tiránico perpetúa su despropósito opresor.
El plegarse a una opinión política porque esté de moda demuestra muy poca inteligencia, o cuando menos inexistente capacidad de articular criterio propio, máxime si dicha opinión sólo esconde el afán de convertirse en tendencia o de ganar audiencia para la satisfacción personal de quien la emite. Sobran aquellos a quienes les importan más los seguidores que cuentan o los aplausos que reciben, antes que la resolución práctica de la tragedia que sufre el país. Las falacias y las medias verdades son perniciosas, en especial si los encargados
de regarlas hasta ayer no más elucubraban a favor de la tiranía y hoy se desgañitan para aparecer como los más radicales entre los radicales. No hay que olvidar que aquellos que en algún momento cohonestaron la infamia indefectiblemente están condenados a desesperarse por borrar de la memoria colectiva la vergüenza que los arropa. Por su parte, quienes los siguen, a veces sin saberlo, otras veces conscientemente, actúan como caja de resonancia de la maldad camuflada.
El análisis debe trascender la circunstancia inmediata y no anclarse en las insustanciales controversias que se estructuran en las redes sociales con la intencionalidad manifiesta de desviar el foco de los asuntos importantes o para dar cabida al brillo momentáneo de quien en otra circunstancia no superaría su oscuro y sempiterno anonimato. El posicionamiento de una etiqueta en la galaxia del pajarito, aun cuando no haya sido artificialmente construida por los equipos propagandísticos que actúan subvencionados por el poder autoritario o por intereses grupales, individuales o partidistas ocultos con habilidad discursiva, no define el destino de un país. La política tiene su propia dinámica y ella es imperturbable. Acercarse al entendimiento de esa dinámica es avanzar en la comprensión de los esfuerzos pendientes y de las temporalidades implícitas, cuyo acatamiento es insoslayable. En más de una oportunidad, al hacer política es recomendable andar despacio, especialmente si se tiene la valedera prisa del momento.
A ser realistas: no siempre se obtiene lo que se desea. Lo fundamental es garantizar que lo alcanzado sea consistente con la materialización de la libertad.
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