sábado, 1 de junio de 2019


O SE VAN POR SUS PROPIOS PIES O NEGOCIAMOS.



Emilio Nouel V.

No pocos artículos de opinión y declaraciones hemos leído esta semana sobre la reunión de Oslo.

De nuevo, en el cotarro político de los sectores que adversan la tiranía militar-cívica,  no se ha hecho esperar la polémica entre los grupos que allí hacen vida.

Así, por un lado, los que consideran que con los usurpadores del gobierno no se puede ni tomar un café, y se oponen de manera rotunda y hasta airada a que se haya atendido la invitación de los noruegos, arguyendo que eso significaría hacerle el juego y retrasar su caída al darle más tiempo en el poder, y por otro, los que juzgaban conveniente, política y diplomáticamente, acudir al encuentro, porque nada se perdía con ello; porque se pudiera poner en riesgo los apoyos internacionales negándonos a ir y, además, porque se ha dicho hasta la saciedad que todos las opciones están sobre la mesa, y eso obviamente incluye una eventual negociación.

Entre estas dos posiciones, más allá de los matices y énfasis particulares, se debate el sector democrático.

En esta controversia, quien escribe estas líneas tiene, por supuesto, su posición, que ha reiterado en unas cuantas ocasiones.

Estoy claro sobre el tipo de adversario que tenemos enfrente. Lo que he dicho al respecto está a la disposición de quien pueda navegar por internet. Nadie podrá decir que he sido ambiguo, tibio o guabinoso en la caracterización de la tiranía que ha descalabrado al país.

No obstante, consciente de ese adversario destructor, inescrupuloso y perverso, creo que para salir de la calamidad que padecemos, antes que cualquier cosa, prefiero recorrer una vía pacífica, consensuada, ajustada a la Constitución y la ley en lo que sea posible. Esa es mi aspiración como ser humano y ciudadano que repudia la violencia, que le tiene pavor a vivir una guerra, un enfrentamiento sangriento entre venezolanos.

Subrayo: eso es lo que prefiero, y por lo que abogo, sin que ello signifique que lamentablemente otra pudiera ser la vía, sobre todo, si el gobierno sigue irracionalmente aferrado a un poder que se está desmoronando y no se aviene a una salida negociada que abra un cauce a un gobierno de transición, que a la brevedad posible llame a unas elecciones libres, con una institución electoral verdaderamente imparcial, con todas las garantías para los competidores y supervisadas por la Comunidad Internacional.

Es por ello que juzgo una decisión correcta haber atendido la invitación de Noruega. Desde lo político y lo diplomático, era lo obligante, lo más conveniente. Guaidó hubiera podido perder muchos de los soportes internacionales que trabajosamente ha logrado si se negaba a ello. No se hubiera comprendido una negativa de su parte. Con seguridad tales apoyos hubieran podido enfriarse si se adoptaba una posición inflexible, cerrada.

Porque, en definitiva, nada se perdió con ir al encuentro; más bien se demostró un talante razonable, serio y responsable ante el mundo. Se probó firmeza y se ganó credibilidad.

Por su parte, el gobierno no ha ganado tiempo, como lo afirman equivocadamente algunos. ¿Cuánto? ¿2, 3 días?  ¿Es que ir a Oslo iba a retrasar la caída de Maduro esta semana que pasó?  Eso es lo que cabe preguntar cuando se ve ciertos ridículos argumentos, blandidos en las redes sociales.

Siento que lo de Oslo no se ha cerrado. Como, igualmente, creo que no se pueden descartar otras puertas a la negociación, con los noruegos o sin ellos.

Estoy convencido de que ése es un camino muy difícil y que los impacientes no lo soportan, como tampoco los que rechazan cualquier tipo de acercamiento con el enemigo y se inclinan por la utilización de métodos de fuerza expeditos, supuestamente, más eficaces y definitivos, pero que, por cierto, no vemos quien estaría dispuesto realmente a emplearlos, más allá de la retórica amenazante.

Todas las cartas están sobre la mesa. Los usurpadores, cada día más ahogados por la terrible situación que ellos crearon, solo dos opciones claras les quedan: o se van por sus propios pies y dejan que los venezolanos resolvamos la reconstrucción del país libremente, o negocian los términos de un gobierno de transición que ponga las bases de la reconciliación nacional, que reactive la economía y abra un proceso de elección transparente de las autoridades ejecutivas del país.

Tengo mis fuertes dudas sobre que la primera opción pueda darse, dado el talante casi suicida de muchos de los usurpadores. 

Lo que veo muy claro es que la alternativa a ambas posibilidades podría ser espantosa en términos de costos materiales y de vidas. 

Seguimos apostando por la vía pacífica y consensuada. 


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