martes, 21 de enero de 2020


62 AÑOS DESPUÉS

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CARLOS CANACHE MATA


Han transcurrido 62 años después de aquel 23 de enero de 1958 en el que el pueblo venezolano en la calle y la Fuerza Armada Nacional unidos, derrocaron la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y recuperaron la democracia, “el peor de los sistemas creados por el ingenio del hombre, excepto todos los demás”, así descrita por Winston Churchill. Han sido 40 años de democracia (1958-1998) y  corremos hacia los 22 años del régimen dictatorial del chavismo/madurismo. Quienes desde 1999 detentan el poder en Venezuela, detestan la fecha del 23 de enero porque temen que pueda repetirse en el momento más inesperado. En un mitin realizado en la Plaza Caracas, el teniente-coronel Hugo Chávez, en las vísperas del 23 de enero del año 2001, dijo: “¿Tienen ustedes alguna razón para celebrar el 23 de enero? No, no hay ninguna razón para celebrar el 23 de enero, que marcó el inicio de una de las eras más nefasta de nuestra historia”. Sin embargo, una que otra vez, al darse cuenta del arrastre popular de la fecha, después de haberla apostrofado, hubo el atrevimiento de arroparse debajo de ella.

   Se llega al 23 de enero como culminación de una lucha de resistencia antidictatorial valiente y bordeada de heroismo.  Apenas cae el gobierno constitucional de Rómulo Gallegos, se enarbolan las banderas del combate. Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevali, Antonio Pinto Salinas, y  otros conductores, sacrificados en su entrega a la causa popular,  tuvieron, sin paréntesis, sus testigos en la continuación  de la lucha.  Ya al final de la tiranía, se presentan los hechos decisivos. El 1° de mayo de 1957, la Iglesia Católica se expresa a través de la Carta Pastoral  de Monseñor Rafael Arias Blanco en la que se denuncia, además de la situación de los trabajadores, que “una inmensa masa de nuestro pueblo está viviendo en condiciones que no se pueden calificar de humanas”.  En el mes de junio se forma la Junta Patriótica, integrada por representantes de los partidos Acción Democrática, URD, Copei y el Partido Comunista. El 21 de noviembre estalla la huelga estudiantil (desde entonces esa fecha pasó a ser el Día del Estudiante) dirigida por el Frente Universitario. El 15 de diciembre, con el mayor descaro, la dictadura burla su propia Constitución, la de 1953,  sustituyendo con un plebiscito la elección presidencial y de organismos legislativos que debía realizarse. El 1° de enero de 1958 se produce el alzamiento militar que dirige el Coronel Hugo Trejo, que no logró su objetivo, pero que fue una clara pista de que era falso el gran apoyo militar del que dragoneaba el dictador. El 21 de enero la Junta Patriótica convoca a una huelga general, el 22 el país amanece sin periódicos, y al mediodía tocan a rebato las campanas de las iglesias, las sirenas de las fábricas y las bocinas de los automóviles, que era la señal para el inicio de la huelga general. El régimen ametralla la protesta popular en El Silencio, barrios de Carcas y varias partes del país. En las jornadas de enero, el diario El Nacional reportó un saldo de 300 muertos y centenares de heridos. En la noche del 23, la Fuerza Armada depone a Pérez Jiménez, que en la madrugada del día siguiente huye a Santo Domindo en el avión presidencial.

   Se puso en marcha, entonces, el cambio democrático.

La subordinación del poder militar al poder civil es uno de los grandes logros de los 40 años democráticos que siguieron después del 23 de enero de 1958. No dejaba de ser una hazaña en un país como el nuestro, que entre 1830 y 1958, sólo había tenido 9 años de presidencia civil. Los gobiernos de las cuatro décadas democráticas fueron deslastrando atinadamente de golpistas a las Fuerzas Armadas. Una vez me dijo Rómulo Betancourt en Nápoles que las diversas conspiraciones que enfrentó durante su ejercicio del poder, le sirvieron como oportunidades para la depuración de la institución castrense de los oficiales antidemocráticos que se alzaban desconociendo sus obligaciones constitucionales. Y acotaba que no podía, como lo pedían algunos, “hacerlo ya”, en frío, porque tal vez ni se habría secado la tinta de la firma de expulsión de tales oficiales sin que éstos intentaran derrocarlo. Los recursos defensivos de la democracia hay que manejarlos con firmeza y prudencia, y Betancourt supo manejarlos con comprobada maestría.

   “El país fue dejado por la dictadura al borde de la bancarrota”, dijo Betancourt en su Mensaje del 13 de febrero de 1959 al Congreso Nacional. Es cierto que el régimen de Pérez Jiménez tuvo, a costa de un gran endeudamiento y de entrega de concesiones petroleras, una obra material importante, pero, como lo señala Eleazar Díaz Rangel en su libro “Días de Enero”, en los primeros 10 años de gobierno de la democracia fue superior lo realizado en obras públicas, salud, vivienda y desarrollo industrial a lo que se realizó en los casi 10 años de la dictadura perezjimenista. En materia petrolera, se aplicó una política que culminó con la nacionalización de la industria por ley aprobada por el Congreso Nacional en 1975, lo que hizo decir a un senador republicano de Estados Unidos que “ese calvo (Pérez Alfonzo) es más peligroso que este barbudo (Fidel Castro)”.

   Y junto a eso, y por encima de todo eso,  con el 23 de enero de 1958, del cual esta semana se cumple un año más, volvieron la democracia y la libertad. Para salir de la dictadura de ahora, se necesita un nuevo 23 de enero, con el pueblo y la Fuerza Armada unidos, reencontrados.

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