62 AÑOS DESPUÉS
CARLOS CANACHE MATA
Han transcurrido 62 años después de aquel 23
de enero de 1958 en el que el pueblo venezolano en la calle y la Fuerza Armada
Nacional unidos, derrocaron la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y recuperaron
la democracia, “el peor de los sistemas creados por el ingenio del hombre,
excepto todos los demás”, así descrita por Winston Churchill. Han sido 40 años
de democracia (1958-1998) y corremos
hacia los 22 años del régimen dictatorial del chavismo/madurismo. Quienes desde
1999 detentan el poder en Venezuela, detestan la fecha del 23 de enero porque
temen que pueda repetirse en el momento más inesperado. En un mitin realizado
en la Plaza Caracas, el teniente-coronel Hugo Chávez, en las vísperas del 23 de
enero del año 2001, dijo: “¿Tienen ustedes alguna razón para celebrar el 23 de
enero? No, no hay ninguna razón para celebrar el 23 de enero, que marcó el
inicio de una de las eras más nefasta de nuestra historia”. Sin embargo, una
que otra vez, al darse cuenta del arrastre popular de la fecha, después de
haberla apostrofado, hubo el atrevimiento de arroparse debajo de ella.
Se llega al 23 de enero como culminación de
una lucha de resistencia antidictatorial valiente y bordeada de heroismo. Apenas cae el gobierno constitucional de
Rómulo Gallegos, se enarbolan las banderas del combate. Leonardo Ruiz Pineda,
Alberto Carnevali, Antonio Pinto Salinas, y
otros conductores, sacrificados en su entrega a la causa popular, tuvieron, sin paréntesis, sus testigos en la continuación de la lucha.
Ya al final de la tiranía, se presentan los hechos decisivos. El 1° de
mayo de 1957, la Iglesia Católica se expresa a través de la Carta Pastoral de Monseñor Rafael Arias Blanco en la que se
denuncia, además de la situación de los trabajadores, que “una inmensa masa de
nuestro pueblo está viviendo en condiciones que no se pueden calificar de
humanas”. En el mes de junio se forma la
Junta Patriótica, integrada por representantes de los partidos Acción
Democrática, URD, Copei y el Partido Comunista. El 21 de noviembre estalla la
huelga estudiantil (desde entonces esa fecha pasó a ser el Día del Estudiante)
dirigida por el Frente Universitario. El 15 de diciembre, con el mayor descaro,
la dictadura burla su propia Constitución, la de 1953, sustituyendo con un plebiscito la elección
presidencial y de organismos legislativos que debía realizarse. El 1° de enero de
1958 se produce el alzamiento militar que dirige el Coronel Hugo Trejo, que no
logró su objetivo, pero que fue una clara pista de que era falso el gran apoyo
militar del que dragoneaba el dictador. El 21 de enero la Junta Patriótica
convoca a una huelga general, el 22 el país amanece sin periódicos, y al
mediodía tocan a rebato las campanas de las iglesias, las sirenas de las
fábricas y las bocinas de los automóviles, que era la señal para el inicio de
la huelga general. El régimen ametralla la protesta popular en El Silencio,
barrios de Carcas y varias partes del país. En las jornadas de enero, el diario
El Nacional reportó un saldo de 300 muertos y centenares de heridos. En la
noche del 23, la Fuerza Armada depone a Pérez Jiménez, que en la madrugada del
día siguiente huye a Santo Domindo en el avión presidencial.
Se puso en marcha, entonces, el cambio
democrático.
La subordinación
del poder militar al poder civil es uno de los grandes logros de los 40 años
democráticos que siguieron después del 23 de enero de 1958. No dejaba de ser
una hazaña en un país como el nuestro, que entre 1830 y 1958, sólo había tenido
9 años de presidencia civil. Los gobiernos de las cuatro décadas democráticas
fueron deslastrando atinadamente de golpistas a las Fuerzas Armadas. Una vez me
dijo Rómulo Betancourt en Nápoles que las diversas conspiraciones que enfrentó
durante su ejercicio del poder, le sirvieron como oportunidades para la
depuración de la institución castrense de los oficiales antidemocráticos que se
alzaban desconociendo sus obligaciones constitucionales. Y acotaba que no
podía, como lo pedían algunos, “hacerlo ya”, en frío, porque tal vez ni se
habría secado la tinta de la firma de expulsión de tales oficiales sin que
éstos intentaran derrocarlo. Los recursos defensivos de la democracia hay que
manejarlos con firmeza y prudencia, y Betancourt supo manejarlos con comprobada
maestría.
“El país fue dejado por la dictadura al
borde de la bancarrota”, dijo Betancourt en su Mensaje del 13 de febrero de
1959 al Congreso Nacional. Es cierto que el régimen de Pérez Jiménez tuvo, a
costa de un gran endeudamiento y de entrega de concesiones petroleras, una obra
material importante, pero, como lo señala Eleazar Díaz Rangel en su libro “Días
de Enero”, en los primeros 10 años de gobierno de la democracia fue superior lo
realizado en obras públicas, salud, vivienda y desarrollo industrial a lo que
se realizó en los casi 10 años de la dictadura perezjimenista. En materia
petrolera, se aplicó una política que culminó con la nacionalización de la
industria por ley aprobada por el Congreso Nacional en 1975, lo que hizo decir
a un senador republicano de Estados Unidos que “ese calvo (Pérez Alfonzo) es
más peligroso que este barbudo (Fidel Castro)”.
Y junto a eso, y por encima de todo
eso, con el 23 de enero de 1958, del
cual esta semana se cumple un año más, volvieron la democracia y la libertad.
Para salir de la dictadura de ahora, se necesita un nuevo 23 de enero, con el
pueblo y la Fuerza Armada unidos, reencontrados.
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