El Nacional
Generalmente nos
avergonzamos del siglo XIX, porque pensamos que en su seno reinaron la
vulgaridad y la mediocridad para que Venezuela renegara de las altas metas que
había propuesto Bolívar. Absurda y lampiña pretensión.
Hoy debemos enaltecer
lo que sucedió entonces para que ocupe el lugar que merece en nuestra memoria,
especialmente ante las peripecias bochornosas que hemos presenciado hace poco
en el Capitolio Nacional.
Jamás nada tan
rudimentario, vulgar y desfachatado en el terreno de los negocios públicos
sucedió después de la Independencia, entre los años 1830 y1899, pese a la mala
prensa que los ha zarandeado Veamos algunos asuntos relativos a ese lapso
fundacional, con el ánimo de sugerir analogías con la oscuridad a la que hemos
llegado en el siglo XXI dominado por el chavismo.
Es preciso detenerse
en la lucidez de los venezolanos que provocaron el desmantelamiento de Colombia
y el desconocimiento de la autoridad del Libertador. La brocha gorda del patrioterismo, usada por los oradores de turno
y por los cagatintas de la oficialidad, que llegaron a la más alta tribuna en
el siglo XX cuando el pueblo tuvo la ocurrencia de votar por Hugo Chávez,
consideran que entonces floreció una traición debido a la cual el país torció
su ascendente rumbo. Han llegado al disparate de hablar de un parricidio
colectivo, es decir, de un pecado cometido contra el padre por toda la sociedad
que solo se puede lavar después de cruenta penitencia, o gracias al ejemplo y a
la doctrina de un iluminado como el comandante Hugo Rafael.
Pero los pasos de la
fundación de la autonomía fueron guiados por la primera generación crítica que
pensaba con cabeza propia en Venezuela, hasta el extremo de diagnosticar los
males producidos por la guerra contra España y de plantearse una urgente
rectificación que obligaba al alejamiento del autoritarismo militar y de quien
lo representaba con creces desde Bogotá.
De tal atrevimiento
nace un dinámico movimiento intelectual, pocas veces repetido, y la siembra de
un civismo de cuño liberal que no solo se convierte en la guía del momento,
sino también en reto y faro del porvenir. Un siglo que se baña en esas aguas
lustrales para hacer un país, no puede rodar hacia el precipicio de las
oscuranas que ven quienes lo miran desde la altura del hombro.
Bolívar pronosticó la
llegada de una serie de tiranuelos, de lamentables caporales ignorantes, pero
la profecía no cristalizó. Ciertamente desfilaron por la casa de gobierno unos
mandones en cuyo desempeño resulta difícil encontrar cualidades dignas de encomio,
como los hermanos Monagas, Julián Castro, Joaquín Crespo y quizá Linares
Alcántara, pero nadie puede descubrir un oprobio como el anunciado por el mayor
de nuestros profetas.
Tal vez solo en el
predicamento de Crespo, un campesino temeroso ante la letra de imprenta,
enemigo del sufragio, respetuoso de las supersticiones, aficionado a la
brujería y al derramamiento de sangre, puedan descubrirse pasos sombríos del
todo, anécdotas que conviene esconder para que no alienten a quienes nos juzgan como bárbaros antes de la llegada de la
barbarie, pero una sola golondrina no hace verano.
En los pasos
destacables de Páez como estadista, en la sobria prudencia de Soublette, en la
afición del mariscal Falcón por las letras, aún en la petulancia de Guzmán y en
las administraciones sin eco de Rojas Paúl y Andueza Palacio, pueden
encontrarse actos de gobierno y conductas que no solo impiden el naufragio de
la república, sino que también conducen a procesos de modernización debido a
los cuales Venezuela no es entonces segunda de nadie en el ámbito continental.
La época está dominada
por la violencia, ciertamente, las diferencias se resuelven en una cadena de
guerras civiles que provocan gran mortandad, pero no existe entonces otra
manera de buscar el poder, o de mantenerlo. Sin universidades después de la
sangría de la Independencia, sin comunicación entre las regiones, desaparecidos
o en franco menoscabo los entendimientos de la época colonial, sin partidos
realmente establecidos en toda la geografía, sin recursos materiales para la
administración del territorio desde un centro indiscutible, o para la
divulgación de la legalidad, las espadas y una clientela de desarrapados son
herramientas familiares y accesibles.
Se ha hecho este
vistazo solo un poco para que dejemos de mirar el siglo fundacional con miopía
e ignorancia. En realidad se ha redactado para que lo comparen con el tiempo
venezolano que preside el usurpador heredero de Chávez, a ver cómo puede quedar
de maltrecho en la analogía.
Les sugiero, amigos
lectores, que partan del deleznable ataque del chavismo a la Asamblea Nacional,
ocurrido hace poco, para ver si es posible que topen con una peripecia tan baja
en la centuria injustamente subestimada, con un acto tan vil y bárbaro, con un
basurero semejante, con algo tan alejado de la civilización que se fue formando
cuando nos convertimos en Estado autónomo. Pueden partir de la orden que dio
uno de los dirigentes del chavismo al diputado traidor que pusieron al frente
de la Cámara. Le dijo: “Siéntate y cuida esa mierda”.
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