LA SOBREVIVENCIA
Carlos Canache Mata
Desde hace tiempo suenan a repique las
campanas del cambio. El actual usurpador del poder no quiere irse. Un país devastado es el legado
de su ejecutoria gubernamental. La historia tiene sus estafas, pero ésta, la
que ahora se le hace a Venezuela, es de marca mayor. Habrá que cincelarla en piedra para que sobre
ella no caiga la piedad del olvido. Cuando vuelva la libertad, las nuevas generaciones tendrán presente a
Santayana, quien consideraba que
“aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”.
Sobre el desastre ha caído la deshonra.
Tenemos un presidente de facto, engendro de una farsa electoral, que ha
ofendido la soberanía nacional con su reciente declaración de que Raúl Castro
“es nuestro hermano mayor y protector” y
que el embajador de Cuba asiste a las reuniones del Consejo de Ministros
en el Palacio de Miraflores. Este retorno a una especie de semi-colonia
seguramente ha generado repulsa en el seno de los sectores de la FAN que ni
están comprometidos con la dictadura ni
participan en sus latrocinios. Esa cesión de la dignidad del país será pagada.
Como dice el libro del Eclesiastés, “en este mundo todo tiene su hora”. Y como
lo recuerda la sabiduría popular, la justicia a veces tarda, pero llega.
Tenemos una catástrofe política, una
hecatombe económica y una tragedia social.
La catástrofe
política se patentiza en la demolición del Estado de Derecho. La Constitución
Nacional es más que papel mojado, es papel hecho trizas. No hay separación de
poderes, se ultrajan los derechos humanos, los principales partidos políticos
están inhabilitados, los periódicos impresos que no cantan loas al régimen han
ido desapareciendo y migran a la digitalización que también es bloqueada, las
torturas están a la orden del día, el terrorismo y el narcotráfico anudan
vinculaciones cómplices en las alturas oficiales, y un contubernio con países
antidemocráticos extracontinentales crean riesgos geopolíticos en nuestro
hemisferio. El único poder legítimo existente, la Asamblea Nacional, no puede
sesionar en el Palacio Federal Legislativo
porque un cerco militar y policial, con la ayuda de los llamados
“colectivos”, se lo impiden.
La hecatombe
económica es multidimensional. Más de 6 años con severas caídas del producto
interno bruto, una hiperinflación de las mayores del mundo (en diciembre
pasado,la canasta alimentaria familiar se ubicó en un monto de 8.250.481,71
bolívares, en tanto que la canasta básica superó los 27 millones de bolívares,
según ha informado el Cendas-FVM), la moneda nacional está pulverizada (y no
cumple con sus funciones de unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor
para el ahorro), una voluminosa deuda externa en default, las empresas básicas
de Guayana en el suelo, caída en picada de la producción petrolera de PDVSA que
la OPEP informa fue de 714.000 barriles
diarios en diciembre pasado. El reputado economista Ricardo Hausmann declaró el
23 de este mes que “Venezuela tenía un sistema bancario que tenía activos por
80 mil millones de dólares y ahora están en mil”, y que, además, “tenía un
sistema eléctrico que podía generar 35.000 megavatios de potencia y ahora no
llega a 12 mil, que este era un país que estaba produciendo 10 veces más comida
de lo que produce ahora, que tenía un sistema industrial que era 10 veces más
grande de lo que tiene ahora”. En toda la Administración Pública, campea la
corrupción; Transparencia Internacional publicó el jueves pasado el Índice de
Percepción de la Corrupción (el principal indicador mundial de la corrupción en
el sector público) correspondiente al
año 2019, y allí se informa que “Venezuela es el país más corrupto en América y
el quinto del mundo”.
La tragedia social es manifiesta en
servicios públicos esenciales como la salud y la educación. Como consecuencia
de la prolongada contracción económica, hay una alta tasa de desempleo. La
pobreza y el hambre arropan a la gran mayoría de la población. Existe una
emergencia humanitaria compleja.
Aquí, en nuestro país, no se vive, se
sobrevive.
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