Unidad para negociar
Trino Márquez
En
los más recientes estudios de opinión que conozco, entre ellos los de
Consultores 21, se ve clarísima la postura de los venezolanos, oficialistas y
opositores, en relación con dos temas.
El primero se refiere a los deseos de unidad
que siente la población opositora. La gente espera que los principales líderes -que
forman un pelotón bastante compacto, con Juan Guaidó encabezando el lote- se
pongan de acuerdo con relación a una estrategia común, que incluya la convocatoria
a elecciones nacionales, y la solución de los principales déficits que afectan
a la nación, en primer lugar, la inflación, considerado el peor azote del país
en su conjunto y por cada venezolano en particular, seguido de la búsqueda de
respuestas al drama de los servicios públicos, la vacunación masiva y ordenada,
y la escasez de agua, gas, gasolina y gasoil.
La conveniencia de que gobierno y oposición se reúnan
a negociar es el otro asunto en el cual existe un amplio acuerdo. Esta
aspiración la comparten maduristas y opositores en rangos similares. Los
ciudadanos no quieren una salida violenta a la crisis. Ni que se produzca una
invasión extranjera. La mayoría se pronuncia contra las sanciones
internacionales, aunque admite que sin esa presión resulta imposible que el
régimen acepte sentarse en torno a una mesa para discutir y pactar. La mayoría
también desea que las conversaciones giren en torno de materias concretas y no
a generalidades o principios abstractos que no aterricen en respuestas especias
al infierno que viven los venezolanos día a día.
El gobierno sabe que una oposición dividida es
una oposición debilitada. Por ese motivo estimula la fragmentación. Esta
política comenzó a aplicarla desde hace años. Durante la fase más reciente,
estimuló la formación de la Mesa Nacional de Diálogo, la ‘mesita de noche’, y
financió a los ‘alacranes’, a quienes les entregó la presidencia de la Asamblea
Nacional electa en 2015, luego del golpe que le dieron a Juan Guaidó. Ambos
grupos carecen de representación y reconocimiento internacional. El régimen
trató de fortalecer esas facciones, pero fracasó. En las elecciones
parlamentarias de diciembre del año pasado, solo lograron movilizar un escaso número
de electores, lo que les permitió lograr unos pocos diputados en la Asamblea.
A pesar del fiasco que representan la ‘mesita’
y los ‘alacranes’, el gobierno insiste en calificarlos de oposición, referirse
de vez en cuando a ellos e incluirlos en las negociaciones. Quiere tenerlos en
México, o donde sea que la ronda se efectúe, para que suavicen las peticiones
del bando opositor, concilien las posiciones encontradas y perfumen las
demandas del gobierno. No serán un factor decisivo, pero le servirán como quinta
columna a Maduro cuando quiera acusar de ‘intransigente’ a la oposición
legítima, si esta no acepta bajar la cerviz ante la soberbia del mandatario.
La oposición representada por Gerardo Blyde
tendrá que lidiar en dos frentes: con el gobierno de Maduro y con sus amanuenses,
que se moverán con sigilo para no quedar al descubierto en los primeros intercambios.
La fuerza con la que llegue la oposición al nuevo
ciclo de negociaciones dependerá del apoyo internacional que reciba y de la
fuerza que obtenga en las próximas elecciones regionales. En relación con este
último aspecto, la ambivalencia de la dirigencia opositora está jugando a favor
del gobierno. Estamos en agosto y todavía no ha habido un pronunciamiento
categórico acerca de si el G-4 participará o no en esos comicios. Esta
ambigüedad propicia la confusión. Se habla de exigir condiciones. El nuevo CNE
señala continuos logros que corrigen los entuertos de los rectores anteriores.
Sin embargo, esos avances no complacen a
quienes se resisten a concurrir a la cita electoral. El gobierno aprovecha el
enredo para apresar a Freddy Guevara, mantener detenido a Roland Carreño,
ordenar la captura de Emilio Graterón, postergar la devolución de la tarjeta de
Acción Democrática a sus legítimos dirigentes.
Maduro y los suyos realizan un trabajo de zapa. Talan y erosionan la
capacidad de las organizaciones democráticas.
Mientras el caos impera en el mundo opositor,
en el oficialismo, a pesar de las diferencias existentes entre el ala que apoya a Nicolás Maduro y la que
respalda a Diosdado Cabello, el proceso avanza. Sus primarias copan la escena
política. En el PSUV bloquean las aspiraciones de Arias Cárdenas en Zulia y de
Elías Jagua en Miranda, dos dirigentes que en el pasado fueron relevantes. Les
impiden a setenta por ciento de los alcaldes oficialistas concurrir a la
consulta electoral organizada por el partido y, en consecuencia, reelegirse. A
golpe y porrazo promueven la emergencia de un nuevo liderazgo regional y local.
Si la oposición no quiere que las nuevas
negociaciones vuelvan a naufragar sin que el gobierno pague los costos, debe
comenzar por ponerse de acuerdo consigo misma. Debe unirse alrededor de una
estrategia y, hasta donde sea posible y conveniente, informarla para que el
país la respalde.
@trinomarquezc
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