Contra la usurpación
Ramón Peña
Dos caminos se abren a partir del próximo diez de enero, el
primero, la usurpada prórroga de un Estado abusivo –
comprimido en un poder único- que estructura sus decisiones
sin consideración alguna por los derechos humanos, con una
legalidad que es una ficción unilateral y cuya ética no es más
que una conducta delictiva encubierta en un teatro de mentiras.
Es el residuo vil de lo que hace dos décadas fuera un proyecto
de revolución; una fábula cruel, corrupta, que ha liquidado todo
progreso en salud, educación, infraestructura, incapaz de
garantizar la seguridad personal de sus ciudadanos y causante
de dramática penuria alimenticia.
Seis años más bajo la férula de este Estado que, por primera vez
en nuestra historia, reúne las condiciones de Forajido y Fallido,
es sencillamente una condena indefinida a la miseria.
La segunda opción es emprender la vía hacia la restauración de
la institucionalidad democrática. Senda indudablemente ardua
frente a un establishment sustentado en la complicidad del
poder militar.
Difícil entender que ante una perspectiva semejante no fuese ya
palmaria la cohesión entre nuestros partidos democráticos, sus
dirigentes, las organizaciones de la sociedad civil, gremios y
sindicatos, para armar una estrategia común e impedir el
enquistamiento del azote gobernante. Más difícil aun es
comprender cómo el divismo y el tribalismo han subordinado a
sus propósitos particulares el interés de la sociedad entera,
sembrando escepticismo y resignación en el colectivo. No
superar estos desatinos sería imperdonable ante la historia y
ante los demócratas del mundo que nos apoyan y esperan de los
venezolanos una reacción a tono con la crudeza de nuestro
drama.
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