Colette Capriles
LA GRAN ALDEA
Si la progresión de la epidemia no muestra la misma curva que otros países latinoamericanos que están casi en el mismo estadio que Venezuela. Si en el país hay un número bajísimo de casos “confirmados” y un número extraordinariamente alto de pruebas, superando a países como Holanda, Suecia, Reino Unido, Francia. Entonces el abismo entre verdad y falsedad se desliza en lo que ocurrirá en las próximas semanas, y no solo por el comportamiento del Covid-19, sino por la resistencia de la gente ante la cuarentena y su necesidad de salir a la calle a jugarse la vida y hacerse de algún ingreso para poder comer.
Parece chocar con
el sentido común, pero el hecho de que Venezuela presente estas anómalas bajas
cifras de casos confirmados de Covid-19 es preocupante. Pongamos de lado por un
minuto la cuestión de que los números son incontrastables por la censura impuesta
por el gobierno de Nicolás Maduro, quien comparece marcialmente todos los días
con unos números stajanovistas,
heroicos. El asunto central es más bien el de la historia
natural de las epidemias. Estas cesan cuando una mayoría muy apreciable de la
población deja de contagiar porque se ha vuelto inmune al virus.
Hay dos maneras
de que eso ocurra: Vacunación y exposición. No hay por ahora vacuna contra el Covid-19, por lo que la inmunidad social (para no llamarla
“inmunidad de rebaño”) solo
puede provenir de que la mayor cantidad de gente posible sea expuestaal virus.
La lucha de estas semanas en todo el mundo ha consistido en intentar
bajar la velocidad de contagio,
de modo que ese 10% de los contagiados que necesitará cuidados hospitalarios pueda ser atendido,
dadas las capacidades de la infraestructura sanitaria. La cuarentena generalizada
permite lograrlo, pero deja intacto el problema de fondo: Que en algún momento casi todos deberemos contagiarnos para
ser inmunes.
Ese es el dilema del des-confinamiento que ahora los países que
ya pasaron por lo peor tienen que enfrentar. Ciertamente la carrera
por la vacuna es tan feroz que quizás se disponga de alguna antes de lo previsto, pero su masificación
(literalmente, su hiper-masificación)
será un proceso lento. Mientras tanto, solo queda apostar a “cronificar” la epidemia.
En
realidad la estrategia correcta consiste en correr la arruga, estirar la curva,
de tal manera
que no se acumulen casos graves simultáneamente sino que se distribuyan a lo largo
del tiempo. Pero es necesario que se adquiera esa inmunidad social, es
decir, que
haya muchos casos de infectados (y mucha capacidad de atención de los casos graves,
evidentemente). Que no los tengamos en nuestro país como sí sucede con otros países
latinoamericanos que están casi en el mismo estadio de progresión de la epidemia
solo indica (en el caso de que los datos sean ciertos) que la adquisición de
esa inmunidad tardará mucho más y la cuarentena tendría que prolongarse,
lo que desde
ya luce imposible.
EL MALEFICIO DE LA DUDA
Para variar, Venezuela es excepción: Un número bajísimo de
casos “confirmados” y un número
extraordinariamente alto de pruebas. Y una cuarentena que se extiende
pero que cada día se respeta
menos. Se han sugerido todo tipo de hipótesis para explicar esta
paradoja. Desde el aislamiento que ya
veníamos padeciendo (aunque precisamente con China se mantenía un intercambio constante), hasta la simple
mentira y ocultamiento, pasando
por tesis como mayor inmunidad por la vacunación obligatoria para la
tuberculosis, o por la
precocidad con la que se decretó el confinamiento. Y es que las cifras de casos confirmados en otros países
latinoamericanos son mucho mayores, y siguen una progresión parecida al resto del mundo, a pesar de que el
número de tests aplicados es
mucho menor. Con navaja de Occam en la mano, deberíamos inclinarnos
por la explicación más simple: El
gobierno miente siempre.
PERO QUIZAS SINO A RATOS
Venezuela reporta más de 7.000 pruebas por millón de habitantes y solo 7
casos por millón de habitantes.
Es tedioso comparar cifras (recomiendo pasar por
Worldometers) pero vemos que Taiwan, para mencionar a uno de los
buenos alumnos del grupo,
aplicó 1.982 pruebas por millón, con 17 casos por millón. Venezuela aplica más
tests por millón que Holanda, Suecia, Reino
Unido, Francia,…
Y una explicación a este milagro bolivariano puede ser bastante
sencilla: El gobierno de Maduro
puede estar reportando como casos confirmados aquellos que han sido testeados con la técnica PCR, mientras
oculta los resultados de las pruebas de sangre que son las que dice aplicar masivamente y que
arrojan un gran porcentaje (más del 30%) de “falsos negativos” (esto es, de casos que están contagiados pero
que aún no desarrollan
anticuerpos que la prueba pueda detectar). Habría pocos casos confirmados
porque se hacen pocos exámenes
PCR, que exige un análisis molecular cuyo monopolio se reservó el Gobierno a través
del Instituto Nacional de Higiene (habiendo disponibles, sin embargo, varios laboratorios que podrían
ampliar muchísimo la pesquisa).
Por supuesto, puede que todo sea cierto o que todo sea mentira, y en ese abismo entre verdad y
falsedad se desliza lo que ocurrirá en las próximas semanas.
El Gobierno quiere sustituir el miedo a la epidemia por
el miedo a su poder. A los pocos enfermos
que se cuentan, se les culpabiliza y se les amenaza con hospitalización forzada. Mientras en otros países la
epidemia deja lecciones en cuanto al papel del Estado en la seguridad de las personas y de la economía,
o en cuanto a cómo construir sistemas
de cooperación efectivos; en Venezuela se le quiere capitalizar como un ejercicio de control y radicalización que
a la vez muestra la catastrófica orfandad de la gente: Alentada por el milagroso “aplanamiento de la curva”,
hostigada por la necesidad,
vigilada por el vecino y desesperada por hacerse de algún ingreso, se va a
la calle a jugarse la vida.
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