TRINO MARQUEZ
Para
Nicolás Maduro el Covid-19 ha resultado providencial. La pandemia mantiene
ocupada a gran parte del planeta en ver cómo amortigua los efectos devastadores
que está causando en el terreno de la salud y en el económico y social. Según
los expertos, la recesión de 2020 podría ser peor que la de 2008 y comparable a
la de 1929. La epidemia ha desatado una catástrofe cuyas consecuencias están
por verse. Solo existe la certeza que causa estragos. Nadie sabe cómo se
resolverá con éxito en el campo sanitario, ni cómo se superarán sus efectos en
las otras áreas. Para Maduro ha sido una
oportunidad de salir del foco de los reflectores. Atenuar el atractivo de la
jugosa recompensa que ofrecieron por él. Tomar algo de aliento. Sacarle un poco
de provecho político a las sanciones aplicadas por Estados Unidos y la Unión
Europea.
Intenta mostrar unos niveles de eficacia
que jamás alcanzará por la sencilla
razón de que los productos básicos para
combatir la propagación del virus son, por un lado, el agua, el jabón y las
mascarillas para cubrir la boca y la nariz, bienes que no existen o resultan
muy costosos de adquirir para la inmensa mayoría de la población. De acuerdo
con los últimos sondeos del Observatorio Venezolano de los Servicios Públicos y
el equipo de trabajo designado por Juan Guaidó para monitorear el curso de la
pandemia en Venezuela, apenas 15% de los hogares reciben el servicio de agua de
forma permanente. ¿Cómo puede haber una política preventiva eficiente en medio
de ese cuadro?
El aislamiento social, la otra
recomendación que plantea la OMS para evitar el contagio, es una práctica que
no puede mantenerse en gran escala en Venezuela porque el Estado carece de los
recursos financieros que le permitan cubrir el déficit generado por el cierre
de empresas industriales, y sobre todo de servicios, que no pueden pagarles a
sus empleados mientras estos se quedan en sus casas guardando la cuarentena. Por encima de 50% de la fuerza laboral trabaja
en el mundo de la informalidad. Carece de patrón. Necesita ganarse el sustento
a diario. Esos venezolanos están obligados a salir todos los días a buscar
ingresos para llevar comida y medicinas a sus hogares.
En Venezuela, el Covid-19 no se ha
propagado al ritmo de otros países porque la nuestra es una nación aislada, que
desde hace muchos años no recibe turistas. La principal razón del contagio es
el contacto personal. Por ese motivo en Italia, España y Nueva York, por
ejemplo, el contagio fue meteórico. Caracas dejó desde hace tiempo de ser la
capital cosmopolita que fue en el pasado. La gente venía a conocer una de las urbes
más modernas de la región, atravesada por grandes autopistas y llena de
edificios y centros comerciales diseñados por arquitectos vanguardistas. Los
gerentes de las principales empresas de América Latina y del mundo contaban con
representantes locales porque el país era un mercado atractivo que debía ser
satisfecho. Con el socialismo del siglo XXI, Caracas se volvió una ciudad
provincial. Poco atractiva por la inseguridad personal, el deterioro de los
servicios, las dificultades para movilizarse y la violencia generalizada.
El Presidente de la República, la
Vicepresidente y el ministro de Información, se atribuyen en el combate al
Covid-19, unos logros que son producto de la fantasía. A quien hay que
agradecerle el bajo impacto que ha tenido hasta ahora la pandemia en el país,
no es al gobierno, sino a la Divina
Providencia. El aislamiento internacional y el aldeanismo de Caracas, y más aún
de la inmensa mayoría de las de las ciudades del interior, ha impedido hasta
ahora que el virus se disemine de forma exponencial. De haber ocurrido, la
tragedia sería gigantesca. La red hospitalaria habría evidenciado el grado de
postración en el que se encuentra.
La pandemia pasará en un plazo
determinado. El país y el mundo volverán progresivamente a la normalidad. Pero,
esa estabilidad no podrá disfrutarla Venezuela mientras Maduro sea quien
gobierne. Las lesiones que le ha infringido al cuerpo social son demasiado
graves y profundas. Incurables, si no hay una solución política que permita su
relevo. El mandatario gana tiempo. Aprovecha
para castigar el entorno de Guaidó. Desecha los acuerdos de gobernabilidad con
la oposición. El pandemonio actual le creó un escudo protector que opaca la
crisis de la gasolina, de la electricidad, el agua, el gas, el transporte
público, la devaluación y la inflación. Pero, esos dramas están allí, y cada
vez más acentuados. Cuando las aguas
retornen a su nivel, se verá de nuevo el fango y los escombros que su gobierno acumula
a diario. Entonces, ya no contará con los efectos encubridores del Covid-19.
@trinomarquezc
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