Whisky y putas
Javier Cercas
El Pais
El 26 de marzo pasado tuvo lugar una reunión telemática de líderes de la UE sobre la crisis del coronavirus que terminó en fracaso. La razón es que los países ricos del Norte, encabezados por Holanda y secundados por Alemania, rechazaron un plan de los países pobres del Sur, encabezados por Italia y España y secundados por Francia; el plan pretendía paliar los efectos de la crisis gracias a medidas como la mutualización de la deuda —lo que supondría emitir deuda respaldada por los 27 socios—, medidas que permitan financiar los gastos que la contención de la pandemia está causando, sobre todo, y de momento, en los países del Sur. Que cada palo aguante su vela, vino a decir el Norte. El ministro neerlandés de Finanzas, Wopke Hoekstra, sugirió incluso investigar por qué ciertos países no han ahorrado el dinero necesario para afrontar la crisis; no dijo que no miraba a nadie, como hubiera dicho Gila, porque todos entendieron que se refería a España e Italia, y tampoco nos acusó de habernos gastado el dinero en whisky y putas porque eso ya lo había dicho tras la crisis de 2008 Jeroen Dijsselbloem, compatriota suyo y expresidente del Eurogrupo. António Costa, primer ministro portugués, calificó la sugerencia holandesa de repugnante.
Es difícil no estar de acuerdo con Costa, pero no deberíamos escandalizarnos; y mucho menos sorprendernos: lo sorprendente es que holandeses y alemanes hubieran dicho lo contrario. Según un estudio reciente del Centro de Política Europea de Friburgo, citado por María-Paz López en La Vanguardia, Holanda y Alemania son los países a quienes más ha favorecido la existencia del euro, y según otro estudio, éste de las universidades de Berkeley y Copenhague, España e Italia perdieron respectivamente el 4% y el 3% de ingresos por impuesto de sociedades debido al dumping fiscal de Holanda, a casi todos los efectos un paraíso fiscal cuyo superávit comercial se acerca al 10% del PIB, lo que quiebra todas las reglas europeas. Traducido: cuando las cosas van bien, nosotros nos beneficiamos de la UE por todos los medios —los lícitos y también los ilícitos—; pero cuando las cosas van mal, nos desentendemos de ella y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga. Más aún: cuando las cosas nos van bien, el mérito es nuestro (que somos la bomba), mientras que cuando nos van mal, la culpa es de los otros (que son una panda de impresentables). Todo el mundo se pregunta qué ha hecho él para merecer una desgracia, pero nadie se pregunta qué ha hecho él para merecer una bendición. Así que no seamos hipócritas; nada de escándalos ni de sorpresas: no hay ningún motivo serio para pensar que, si nosotros fuéramos Holanda y Alemania, no nos comportaríamos, en este momento brutal, de una forma tan insolidaria como se están comportando con nosotros Holanda y Alemania (que además tienen su punto de razón: España incumple por sistema las reglas fiscales desde 2008). En definitiva, quizá no nos merecemos una Europa unida; quizá el proyecto de una Europa unida es demasiado noble y ambicioso para nosotros: al fin y al cabo, se trata de un experimento inédito, de una audacia política sin parangón, que postula o imagina la historia asombrosa de un grupo de viejos países dotados de lenguas, culturas, tradiciones e historias disímiles que, tras siglos de combatirse sin piedad en guerras atroces, deciden juntarse para construir un país nuevo y unido por los valores de la concordia, el bienestar y la libertad de sus ciudadanos… “Too good to be true”: demasiado bueno para ser cierto. Pues sí, quizá el proyecto de una Europa unida es demasiado bueno para los europeos.
El problema es que no hay otro. El problema es que, a estas alturas, todos sabemos que sólo una Europa unida de verdad puede preservar la paz, la prosperidad y la democracia en el continente. El problema es que Europa sólo puede ir hacia delante —hacia un Estado federal, capaz de conciliar unidad política y diversidad cultural, y de compartir lo bueno, pero también lo malo— o hacia atrás —hacia la vieja historia egoísta y autodestructiva del sálvese quien pueda—. Pronto sabremos cuál de las dos direcciones toma.
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