martes, 14 de septiembre de 2021

AD, 80 AÑOS

      Carlos Canache Mata


Muerto el dictador Juan Vicente Gómez en 1935, el régimen decidió –para subsistir- que era necesario vestirse con algunos atavíos democráticos. Supresión de la persecución política y de la tortura, libertad de presos, regreso de exiliados, información y opinión en prensa y radio, apertura de organizaciones políticas. Por el postigo abierto, Acción Democrática entró a la historia y comenzó su andadura vital.

En alguna otra celebración aniversaria partidista, dije que Acción Democrática no fue fundada sino descubierta por Rómulo Betancourt, porque ella ya existía en el alma del pueblo venezolano, palpitaba agazapada en la entraña de la realidad nacional. Tuvo su preanuncio  cuando un grupo de exiliados suscribió el 22 de marzo de 1931 el Plan de Barranquilla, en la ciudad colombiana de ese nombre, que concluye con el compromiso de los que lo firman, una vez desaparecida la dictadura gomecista, “a ingresar como militantes activos en el partido político que se organizará dentro del país sobre sus bases”. La forma embrionaria, oculta, se mantuvo clandestina, con el nombre de PDN (Partido Democrático Nacional), durante el gobierno del general López Contreras. Dos circunstancias se presentaron para que ocurriera después el parto del  descubrimiento, para que saliera a la superficie la aurora del nacimiento. Una circunstancia internacional: había un ambiente favorable al establecimiento de la democracia –que se extendió a los países latinoamericanos-  porque en 1941 se estaba en plena Segunda Guerra Mundial, que era la lucha entre la libertad y la tiranía que encarnaba el eje nazi-fascista. Y una circunstancia nacional: en ese año de 1941, Venezuela estaba abocada al problema de la sucesión presidencial, que creó la ocasión propicia para que se lanzara la candidatura “simbólica” de Rómulo Gallegos y se permitiera la legalización de partidos políticos. Así fue cómo Rómulo Betancourt, rodeado de los líderes que lo acompañaban, sacó al partido que  se escondía en el subconsciente colectivo, en el subsuelo del sentimiento popular, y en un acto, no de fundación, sino de descubrimiento, se le dió el nombre de Acción Democrática.

Se nos entregó una democracia incompleta, recortada. Si con Gómez se había detenido el tiempo durante 27 años, y Mariano Picón Salas  reclamaba que era necesario “darle cuerda al reloj detenido” para que Venezuela pudiera “entrar al siglo XX”, es indudale que los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita empezaron a darle cuerda al reloj, pero sólo convirtiendo el tiempo detenido en un tiempo enlentecido en su marcha hacia la democracia plena. No se puede negar que con López hubo una apertura democrática, que se profundizó con Medina, pero sin despejar el camino para que, mediante el sufragio universal, se le devolviera al pueblo venezolano su soberanía en la escogencia del Presidente de la República y de la totalidad de Cuerpos Legislativos.  Tuvimos –para decirlo con palabras del historiador Germán Carrera Damas- una democracia como ejercicio de la libertad, pero no una democracia como ejercicio de la soberanía.

Haber hecho de esa democracia inconclusa, una democracia cabal; dar a los venezolanos el arma del voto sin amputaciones para construir y defender su destino, es uno de los méritos que con complacencia y legítimo honor puede exhibir Acción Democrática al estar cumpliendo este 13 de septiembre sus 80 años de vida.

En su parábola existencial, Acción Democrática se honra con el brillo de otro gran trofeo: haber iniciado en firme, cuando tuvo en sus manos el poder, el proceso de modernización del país, no solo en su dimensión política, sino en los órdenes económico y social, especialmente con una política del petróleo –“vivimos recostados a una sombra”, dijo Valmore Rodríguez- que  culminó con la nacionalización de esa industria en 1976.

Hoy, en este tiempo, confrontamos una situación difícil, pero la superaremos.

¡Feliz cumpleaños, Acción Democrática!

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