Ismael Pérez Vigil
Al decidir la oposición mayoritaria participar en las elecciones regionales y locales del 21 de noviembre (21N), el problema pasa a ser cómo derrotar a los candidatos del régimen; pero, este no es el único problema que tiene la oposición democrática; otros obstáculos se presentan, nada fáciles y sin ninguna garantía de que se puedan evitar satisfactoriamente: la abstención y los problemas internos.
¿Posible triunfo?
Por algunos indicios podemos pensar que derrotar al régimen y sus candidatos es posible. El primer indicio de que esto es posible, es la actitud del propio gobierno y sus esfuerzos por incrementar la abstención. Paradójicamente, el régimen se presenta “celebrando” la decisión de la oposición democrática de participar, porque sabe bien que cualquier alabanza o celebración suya al respecto produce el efecto contrario: hace que la gente se cierre más y rechace la convocatoria. De allí las intervenciones del propio Nicolás Maduro “festejando” que la oposición democrática participe.
El segundo indicio, naturalmente, lo proporcionan las encuestas, si las damos como válidas, pues muestran un elevado nivel de rechazo al régimen actual, dada la intensificación, por la pandemia, de la aguda crisis económica y social que asola a la población del país. En algún momento el pueblo decidirá “pasar factura”, bien sea absteniéndose de votar o dejando de votar por el que considera el culpable de esto, o bien votando por la opción contraria
El tercer indicio es el hecho objetivo que en elecciones regionales y locales no está en juego el núcleo del poder, por lo que el régimen no se empleará a fondo en ganarlas, además que sus conflictos internos han salido a flote en su proceso de primarias y porque no cuenta con los recursos económicos para hacer sus campañas demagógicas, de compra de conciencias y votos.
La abstención, estrategia del régimen, al final podría jugar en su contra, pues, como veremos más adelante, al reducirse la abstención en un pequeño porcentaje se incrementa el número de gobernadores y alcaldes que puede obtener la oposición, sobre todo si contamos con que, en elecciones regionales y locales, una pequeña cantidad de votos puede hacer la diferencia.
Vistos los resultados obtenidos en las dos últimas elecciones de gobernadores −2012 y 2017− y la falta de participación en los procesos de 2018 y 2020, cualquier resultado que se obtenga, será ganancia; siempre y cuando en esta elección no vayamos en la actitud triunfalista, que suele nublar y entorpecer el análisis objetivo. En el lado positivo, debemos anotar que pareciera que está vez esté no será el caso, lo cual es una ventaja, pues nos permite concentrarnos en el objetivo fundamental, que es retornar la vía de la participación electoral y romper con el inmovilismo paralizante de los últimos años.
Pero además, tras lo ocurrido recientemente en el escenario internacional, alcanzar mayores niveles de participación y organización popular es importante, pues ya estamos viendo que no hay ninguna nación democrática que esté dispuesta a salir en rescate −sobre todo por la fuerza− y resolver las “inequidades”, las diferencias, de otra nación o sociedad, ni siquiera en nombre de la democracia o en preservación y protección de los derechos humanos; cada país, internamente, tiene que resolver su situación y solo así podrá contar con cierto apoyo y respaldo externo.
Pero, acercarse a ese “triunfo” supone superar los obstáculos ya mencionados: la abstención y los problemas internos de la oposición
La Abstención.
Continuar discutiendo las ventajas o desventajas de participar o abstenerse no tiene ya sentido, pues la decisión de participar está tomada; el problema ahora es como remontar la abstención, que se ha instalado como una endemia en el 35% desde 1998; un peso muerto y ni siquiera podemos decir que quien se abstiene lo hace conscientemente; simplemente para ese grupo lo político, lo electoral, no existe; no es que no le afecte, que lo hace y mucho, simplemente no está en su “radar” de vida. A esa cifra hay que agregar un porcentaje variable, que puede pasar del 15%, de los que se abstienen por razones “políticas”, aunque no hagan nada más por manifestar su insatisfacción.
Es una de las barreras a vencer, pues cada vez que la abstención ha bajado de ese 35%, la oposición obtiene triunfos importantes; para citar un solo ejemplo, la abstención en las elecciones parlamentarias de 2015, bajo al 26% y ya conocemos los resultados.
Siempre ocurre que los eventos políticos recientes −derrotas presidenciales o de referendos− impactan muy negativamente el ánimo de los electores; a los factores anteriores se suma el hecho que en los dos procesos electorales recientes −presidencial 2018 y parlamentarias 2020− la oposición llamó a la abstención. Y hay otros dos factores que tampoco debemos subestimar, uno es la estimulación de la abstención y la desacreditación del voto, por parte del régimen y el otro, la merma de votos producto de la llamada “diáspora” y la sub inscripción en el Registro Electoral (RE).
Según los últimos datos del CNE, el RE para el proceso del 21N es de 21.159.846 votantes, que incluye 229.859 extranjeros con derecho a voto en comicios locales y regionales, por tener más de diez años de residencia en el país; si redondeamos esa cifra a 21 millones −para efectos prácticos de cálculo y análisis− de los 21 millones un 35%, como ya dijimos, es un peso muerto, que no participa, por apatía e indiferencia; unos 2.5 millones, de los 6 millones de venezolanos que están en el exterior, no votaran el 21N; se calcula en 10% la subestimación del RE, es decir, unos 2 millones más; a eso hay que restar 20%, entre los que votan por el régimen y los que votan por su “oposición oficialista”, por llamarla de alguna manera; por lo tanto, a la oposición democrática le quedan “limpios” menos de 7.4 millones de votos, que hay que recuperarlos todos −evitando que se vayan a la abstención− y recabar o “rescatar” lo más que se pueda entre los abstencionistas endémicos y votantes que lo hicieron por el régimen y por la “oposición oficialista”. No es tarea fácil, pero no imposible, sobre todo considerando que en 2017 en muchas de las gobernaciones se perdieron por estrecho margen de diferencia con los ganadores del régimen y en estado con alto porcentaje de abstención.
Los problemas internos.
Por tales problemas no me referiré a las diferencias con los llamados radicales, en cuanto a la discusión sobre si negociar o no hacerlo, sí participar o abstenerse, pues creo que quienes rechazan las opciones de negociar y participar son grupos que, aunque ruidosos y activos en redes sociales, son poco numerosos y quienes se encierran en posiciones abstencionistas terminan languideciendo y desapareciendo, pues −con muy contadas excepciones− nunca logran concretar una opción alternativa. Me referiré a otros tres temas, mas importantes.
Primero, constatemos que buena parte de la indiferencia por la política y el rechazo por parte de la población obedece al sentimiento −presente también en muchas partes del mundo− que el sistema democrático no ha respondido cabalmente a las necesidades de gran parte de la población; nuestros partidos democráticos no escapan a ese sentimiento y a la falta de una renovación profunda en sus estructuras y liderazgo que permitan enfrentar esa situación. Adicionalmente, por circunstancias bien conocidas desde hace 22 años, nos encontramos con partidos políticos acosados, perseguidos, diezmados, sin recursos y hoy con buena parte de sus líderes en el exilio, en semi clandestinidad, que les ha dificultado mejorar su credibilidad por parte de la población y la formación ideológica y política de sus militantes y dirigentes.
Adicionalmente, creo que hay tres factores muy importantes, comunes a todos los partidos en muchas partes del mundo, que afectan su desempeño y el de sus lideres; uno es que no han sabido explicar que, además de su naturaleza política como partido, que es disputar el poder, también necesitan resolver sus necesidades económicas, reales, legitimas, que pueden limitar y comprometer su actuación pública y que los llevan a participar en procesos electorales por cargos, en los que pueden tener acceso a recursos. Dos, la falla en separar los intereses personales, de los del partido, del gobierno y de la gestión pública, que una vez en el poder y cuando les toca ejercer esa gestión pública, puede ensombrecer su accionar.
El tercer factor u obstáculo que afecta al interior de la oposición, particularmente en Venezuela, se refiere al personalismo y a la falta de compromiso con el valor de la unidad. Me explico. Lo de contar con candidaturas unitarias, apoyadas por todos, es un desiderátum, es lo ideal; pero, eso realmente no ocurre o no ha ocurrido, porque en realidad lo de la “unidad” parece no ser un principio que tenga el mismo valor para todos nuestros políticos, dirigentes e incluso lideres de la sociedad civil. Es algo así como un principio secundario o “retórico”, que cuando conviene se utiliza, pero que fácilmente se deja de lado, supeditado a intereses grupales o personales. Creo que nunca ha habido un compromiso real en nuestro estamento político con eso de la unidad y es algo fácil de comprobar que cuando hay candidatos que se deciden por elecciones primarias, por consenso o por encuestas, los perdedores, cuando no rechazan los resultados bajo cualquier pretexto y los aceptan, hacen “mutis por el foro”, jamás se suman realmente a la campaña del candidato ganador; permanecen “por allí”, en lo que algunos denominan “la reserva”, agazapados esperando su nueva oportunidad.
En resumen, la abstención, los intereses particulares, el personalismo, la falta de un debate abierto, el no hablarnos directamente sino a través de prensa, TV y ahora por redes sociales y la falta de firmeza en ciertos valores y puntos que no deberían estar sujetos a cambios, son factores que nos hacen tanto daño, como los candidatos del régimen y son igualmente difíciles de derrotar; pero esa es la tarea.
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