DICTADURA IMPRESENTABLE
Carlos Canache Mata
Todas
las dictaduras son imprensentables, pero si además se coronan con el oscuro
adorno de unas relaciones cómplices con
el narcotráfico y el narcoterrorismo, alcanzan la cima
del desprecio nacional e internacional, con la sola excepción de los
países con gobiernos de igual prosapia antidemocrática. Ése es el caso
del régimen que desde hace más de veintidos años despotiza a Venezuela.
Aquí no
hay libertad de expresión, se han cerrado y se siguen cerrando medios de
comunicación, se reduce el espacio de los partidos políticos y sus autoridades
legítimas se ven obligadas a confrontar
la pretendida usurpación de autoridades asignadas
judicialmente, se hostiliza
hasta a las organizaciones no gubernamentales (ONGs), las cárceles se
hinchan con presos políticos, han muerto las libertades democráticas que deambulan insepultas por las calles públicas,
se enterró la separación de poderes (¡Ay!, gime Montesquieu desde su tumba), la
Constitución y las leyes
son papel mojado postrado a los pies de la arbitrariedad. El doctor Ramón Escovar León registra
la tragedia que azota
al país y señala
su causa en
artículo que publicó en El Nacional del
día 14 de este mes de septiembre: “…Una demostración de que en Venezuela no hay Estado de
derecho es que nuestro
país se encuentra
en el último puesto
del índice de
Estado de derecho publicado
por la organización World Justice Projec
(WIP). Y ello porque el Poder Judicial está altamente sometido al grupo
que controla el poder y sus
sentencias carecen de credibilidad”. Por
su parte, el doctor Víctor Rodríguez Cedeño, al referirse a la necesaria
reinstitucionalización de la justicia, expresa: “…Reestructurar el sistema
implica, entre otras, la constitución inmediata de un Tribunal Supremo de
Justicia independiente, integrado por profesionales capaces,
honestos, liberados de las órdenes y
de las presiones
políticas a las que ha estado
sometido el actual
tribunal, convertido en el brazo
‘judicial’ de la dictadura para
perseguir y castigar sistemáticamente a la oposición y a la disidencia”. Solo así pasaría
a ser árbitro de los conflictos de la
sociedad venezolana y no guardia
al servicio del Estado pretoriano que
usurpa el poder en nuestro país.
Como es
sabido, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU creó en el año 2019 la Misión
Internacional Independiente de Determinación de Hechos sobre Venezuela para
investigar las acusaciones de violaciones de los derechos humanos (torturas,
violencia sexual, tratos crueles)
contra opositores del régimen que preside Nicolás Maduro, acusaciones
soportadas en medios de prueba manipulados o sembrados; fue precisamente esa
Misión la que presentó el pasado jueves 16 de septiembre su
segundo informe, de 212 páginas, acerca del cual Marta Valiñas, la presidenta de la Misión, dijo: “ Según nuestra última investigación existen motivos razonables para creer que en
razón de una
presión política que
fue intensificándose, los jueces,
las juezas y las y
los fiscales han desempeñado,
a través de sus actos y omisiones, un papel importante en graves violaciones de derechos
humanos y crímenes
cometidos por diversos actores del Estado en Venezuela”.
También
es muy grave que en ese informe, punto 73, de la Misión de la ONU, se reproduzca, a
manera de confirmación, el testimonio de una víctima que informó a un tribunal
venezolano que durante la sesión
de interrogatorio fue
asfixiado, lo que originó que
fuera trasladado a un hospital militar
para ser reanimado,
y que “funcionarios de la DGCIM le señalaron que aplicarían el ‘Sippenhaft’… algunos
funcionarios de la DGCIM fueron
posteriormente a su casa y arrestaron a
sus dos hermanas y a su cuñado”. ¿Qué es el Sippenhaft? Una práctica de castigo colectivo que
utilizaban los nazis contra
familiares y amigos
del disidente acusado
de un presunto delito, como forma de presión
para obtener
confesiones. En el informe de la Misión de la ONU
se evidencia que ese procedimiento
nazi, totalitario, lo aplica la
dictadura venezolana, tal como también ha sido denunciado,
con la presentación de
casos concretos, por los medios de comunicación del país.
Se
tiene al totalitarismo como un
fenómeno característico del siglo
XX, aunque diversos autores citan como antecedentes históricos,
el dominio absoluto de los espartanos sobre los ilotas en la antigüedad griega, la época de
Diocleciano con su régimen corporativo en el
Imperio Romano, la existencia
del que se llamó despotismo
oriental en Asia, y la dictadura
teocrática de Calvino en
Ginebra que tuvo su mayor
desarrollo desde 1555 hasta 1564. El totalitarismo moderno surge, en el siglo pasado, sobre la base de ideologías conservadoras,
como el fascismo o el
nazismo, liderados por Mussolini y Hitler, respectivamente, o sobre bases revolucionarias o de izquierda, como la
dictadura soviética de Stalin.
Pero, en
todos los casos, el
totalitarismo recurre al
terror, que forma parte
de su ser, de
su naturaleza.
Se ha señalado
“la utilización del terror como verdadera esencia
del totalitarismo en
cuanto sistema de gobierno”. Así lo
apunta, en sus conclusiones, Hannah Arendt en su
libro “Los Orígenes del Totalitarismo”
(1951), del cual no puedo hacer
la cita textual porque el
ejemplar que tenía
en mi biblioteca se lo
regalé, poco antes de su
muerte, a mi amigo Pompeyo Márquez, sí, a
Pompeyo Márquez, quien al
final de su tránsito vital fue autocrítico de la actuación guerrillera del
Partido Comunista de Venezuela,
en cuyas filas militó.
Entretanto,
después del informe
acusatorio de la Misión de la ONU, que deja al desnudo el talante totalitario de un
régimen que recurre al terror policiaco del ‘sippenhaft’
nazi, los democraticidas de manos ensangrentadas refugiados en
el Palacio de Miraflores continúan escribiendo órdenes
que aumentan su propio prontuario, y los venezolanos, envueltos con la
bandera de la “solidaridad del
martirio” de que
habló Albert Camus, seguiremos en la
resistencia y en la lucha.
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