ARTURO PEREZ-REVERTE: "El siglo XXI milita en la mediocridad. La brillantez se penaliza"
ABC
Arturo Pérez-Reverte regresa en su nueva novela a un escenario que le es conocido: la bahía de Algeciras y el peñón de Gibraltar ya desempeñaron un papel importante en libros como La reina del Sur. Pero en esta ocasión el escritor lleva al lector a la Segunda Guerra Mundial. Ambientada en 1942 y 1943, El italiano se basa en hechos reales: los torpedos humanos italianos, pertenecientes a la Décima Flotilla MAS, que hundieron o dañaron barcos aliados en la bahía de Algeciras y otros puertos del Mediterráneo. A lomos de sus torpedos, bautizados como maiale –'cerdo' en italiano–, atacaban, con nocturnidad y valentía, las embarcaciones enemigas.
Nos reunimos en Gibraltar con el escritor, una calurosa tarde de verano. Pide un Bloody Mary y se sienta a hablar. «¿Te ha gustado el libro? Eres el primero que lo lee».
XLSEMANAL. Sí, atrapa al lector. Y la historia de los maiale es francamente sorprendente.
ARTURO PÉREZ-REVERTE. ¿Sabes cómo surge este libro? De pequeño, me gustaba mucho el cine. Tendría 11 años cuando fui con mi padre a ver una película de la Guerra Mundial que se llamaba I due nemici –que en español se tradujo como Su mejor enemigo–, en la cual los italianos hacen un papel patético. Y mi padre me dijo: «No te creas que eso fue siempre así, hubo italianos muy valientes que lucharon muy bien». Y me contó la historia de los maiale y los ataques en el Mediterráneo. Y se me quedó en la cabeza.
«La patria se puede abandonar u olvidar. Una patria no es más que un lugar donde te encuentras bien. Yo no he renegado, podría haberme ido y no lo he hecho. Y soy de los que podrían haberse ido»
XL. Y ahora ha decidido novelarla.
A.P.-R. Ha ocurrido poco a poco. Fui a Italia, vi los maiale en el museo de La Spezia y en el de Venecia y fui reuniendo material, por gusto, sin pensar en nada. Y un día de pronto, ¡pam!, vi la novela.
XL. Ha tardado...
A.P.-R. Las novelas van contigo, van cuajando, viviendo contigo y, de pronto, un día una de ellas se desprende del conjunto y dice «aquí estoy, escríbeme». Ellas te eligen a ti, eligen su momento.
XL. Conoce la zona, que aparecía ya en otras novelas suyas.
A.P.-R. Gibraltar es un lugar de frontera, y las fronteras son lugares de guerra. Cuando no es guerra de tiros, es de narcotráfico. A mí siempre me ha gustado mucho la frontera. En la frontera pasan cosas, hay más aventura, más clandestinidad, más imaginación también. Más conflicto… Me atraen mucho.
XL. Como en muchos libros suyos hay también un homenaje a la valentía.
A.P.-R. Es que los cobardes son muy aburridos. Un valiente, hombre o mujer, da muchas posibilidades narrativas. El valor no es más que la elegancia bajo presión, mantener unas actitudes cuando todo está en contra de esas actitudes. En la vida he conocido a muchos valientes, hombres y mujeres. No es una teoría. Esto lleva a un tema interesante.
XL. Cuente, por favor.
A.P.-R. El valor es una virtud, como la cobardía es un defecto, evidentemente. Esto sirve para enfrentarte a tu jefe en la empresa o para combatir en el frente. Pero el valor no excluye defectos y estos no excluyen el valor. Uno puede ser un canalla, un miserable, un violador, un asesino, un ser deleznable... y ser valiente.
XL. ¿Algún ejemplo?
A.P.-R. El valor en una persona no compensa sus infamias, pero no deja de ser admirable. Uno puede admirar, y esto maticémoslo porque es peligroso lo que voy a decir... Te puede repugnar la palabra 'SS', como me repugna. Pero al mismo tiempo uno puede admirar el valor de las Waffen-SS en los combates de Normandía contra los aliados. En España, esto nos lleva a un tema muy interesante.
XL. ¿Cuál?
A.P.-R. Aquí decimos: si era fascista, no puede ser valiente; si era comunista, no puede ser valiente. Tendemos a quitar toda virtud a aquel que no coincide con nuestros criterios ideológicos. En España, nos falta esa capacidad de reconocer virtudes en el adversario.
XL. El padre de su personaje Elena le enseña a reconocer a los héroes. ¿Cómo distinguirlos?
A.P.-R. Ahí a Elena le presto una experiencia personal también. Yo estudié latín y griego, leí la Ilíada, la Odisea, la Eneida, a Jenofonte… Cuando fui por primera vez a la guerra, yo veía lo que había traducido. Veía a Ulises, a Héctor despidiéndose de Andrómaca, veía arder Troya… Y eso me permitía reconocer mejor los personajes.
XL. «Me enseñaste a reconocer a los héroes y a amarlos», dice ella.
A.P.-R. ¡Amar a un héroe no es fácil! ¿Sabes qué ocurre? Que el héroe no es héroe todo el tiempo. Lo es en determinadas circunstancias: asaltando la cota tal, enfrentándose a un nazi en la calle a hostias, defendiendo a una mujer que está siendo acosada o a un perro al que maltratan. Pero a lo mejor ese héroe no lo es por la tarde en su casa, al día siguiente en su trabajo… No es garantía de que sea una buena persona. En estos tiempos tan de Twitter, tan políticamente correctos, me gusta forzar un poco la máquina. Plantear miradas no convencionales.
XL. Bueno, le gusta forzar la máquina en muchos frentes: en Twitter, en sus columnas...
A.P.-R. Es que es mucho más divertido que adoptar los cánones…
XL. Parece que no se calla una.
A.P.-R. Me callo, me callo [sonríe]. Me callo muchísimo [nuevo trago].
XL. «Son tiempos brutales», dice un personaje en su novela. ¿Cómo son los tiempos hoy?
A.P.-R. Yo no escribo novelas sobre el presente, sobre el siglo XXI. Me parece menos interesante narrativamente que el siglo XX, con eso te lo digo todo.
«En Afganistán hemos jugado con la fe, con la esperanza o la ingenuidad de mucha gente. Y ahora lo están pagando»
XL. ¿Por qué?
A.P.-R. El siglo XXI ha conseguido militar en la mediocridad. Por miedo a vulnerar los cánones sociales actuales, estamos siendo mediocres. La brillantez se penaliza. Y eso satisface a los cobardes, pero calla a los inteligentes. Hay que ser muy valiente para atreverse a que te venga encima el chaparrón social. ¡Y no hablo de mí!
XL. ¿Piensa en alguien concreto?
A.P.-R. En muchos de mis amigos periodistas, por ejemplo. No diré nombres, pero es gente muy brillante. Uno era [David] Gistau. Lo menciono a él porque está muerto. Me decía: «Arturo, a veces tengo que reprimirme». Y era un tipo valiente.
XL. Tampoco era uno que se callase fácilmente.
A.P.-R. No, pero me lo decía él: «Hay cosas que no puedo decir. Las decía hace 20 años y ahora no puedo». Tengo otros amigos que prefieren no tocar ciertos temas o los pasan de lado. Y lo comprendo.
XL. ¿Le ocurre a usted?
A.P.-R. A mi edad, a los 70 años que tengo ya, tengo todo el pescado vendido. No voy a descubrir quién soy a estas alturas. A mí me han hecho campañas muy duras en las redes, pero digamos que ya estoy a salvo y mis lectores me ponen a salvo. Pero a un periodista o un novelista joven lo pueden hundir con una campaña de estas.
XL. Me hace pensar en otra frase que aparece en el libro: las guerras también se ganan con la cultura. ¿Hemos perdido esa batalla?
A.P.-R. La batalla de la cultura está perdida en Europa. Ya lo he dicho, estamos en manos de analfabetos en Bruselas que están bajando la cultura a su mediocre nivel. Las esperanzas son mínimas.
XL. ¿Usted vota?
A.P.-R. Eso es asunto mío. Pero sí me gustaría decir que la cultura será dentro de poco como los monasterios medievales: unos pocos encerrados ahí para mantener la cultura mientras alrededor cabalgan y vociferan los bárbaros.
XL. Otras frases de la novela: «¿Somos compatriotas?». «Lo fuimos».
A.P.-R. Es que la patria se puede abandonar u olvidar. Una patria no es más que un lugar donde te encuentras bien. Yo conocí en Francia, siendo muy joven, a un escritor de origen español, hijo de republicano.
XL. ¿Quién?
A.P.-R. No diré el nombre. Pero hablaba fatal de España y decía que era francés. Y yo, que tenía veintipocos años, me preguntaba cómo puede uno renegar así. De joven no entendí eso, ahora lo entiendo perfectamente.
«Yo no creo en las banderas. He visto cuántos sinvergüenzas se han camuflado envolviéndose en ellas. Pero las respeto todas porque hay gente decente que ha muerto creyendo en ellas»
XL. ¿Le han entrado ganas de renegar?
A.P.-R. Cada vez que he tenido que renegar de España lo he hecho por escrito, en las hemerotecas está. Pero sigo aquí. Si sigo es que no he renegado, podría haberme ido y no lo he hecho. Yo soy de los que podrían haberse ido.
XL. En el libro surge varias veces en la conversación: ¿se lucha por la patria o se lucha por otra cosa?
A.P.-R. Yo he visto luchar y morir a mucha gente. Algunos por la patria, pero muy poquitos. Unos lo hacen porque lucha el compañero, porque tiene unos hijos a los que defender, porque cree, sobre todo, que es su obligación. Tú puedes no creer en la bandera española ni en la patria, pero te toca luchar. Porque te invaden, no sé, los franceses, los portugueses, los americanos. Cómo no vas a luchar. Es incluso más bonito así.
XL. ¿Por qué?
A.P.-R. Luchar por ideas, luchar por conceptos heroicos, patrióticos… siempre hay algo ahí de sospechoso. No en ti, sino en quien lo maneja. Pero si luchas por deber, por tus amigos, tus vecinos, por lealtad, orgullo o coraje, por honor... para que no entre un francés en tu casa a fumarse tu tabaco o a violar a tu mujer... De los que luchan por eso siempre me he fiado. Me fío menos de los que lo hacen por la patria, la bandera. ¡La humanidad doliente os llama, a las barricadas! Eso siempre me ha sonado raro.
XL. Tampoco me lo imagino quemando banderas.
A.P.-R. ¡En absoluto! ¿Sabes por qué respeto las banderas?
XL. Dígame.
A.P.-R. Yo no creo en las banderas, he visto cuántos sinvergüenzas se han camuflado envolviéndose en ellas. Pero las respeto todas porque hay gente decente que ha muerto creyendo en ellas.
XL. De niño creía en barcos fantasma. ¿Y ahora?
A.P.-R. No me quiero poner trascendente. Creo en cosas todavía, aunque no sean las mismas en las que creía de niño. Sigo creyendo en barcos fantasma, los he visto. Y digamos que… [piensa]. Creo en los perros, en el amor, en la lealtad, en el valor y en la muerte. La muerte es la que cierra de una manera adecuada todo el proceso. Digamos que mi religión, la única que practico todavía, es la lealtad. A los amigos y a las cosas en las que crees. A lo mejor mañana no crees en ellas ya, pero mientras crees en ellas eres leal.
XL. Podemos cambiar de opinión.
A.P.-R. Claro. Puedes hacerlo mil veces en la vida. Con 70 años he cambiado de opinión muchísimo, en algunas cosas, en otras no.
XL. Un tuit suyo sobre Afganistán ha tenido mucha repercusión. Con una foto de los talibanes en el palacio presidencial de Kabul, usted se pregunta: ¿qué puede salir mal?
A.P.-R. Los occidentales cometemos un error: pensar que podemos exportar nuestras fórmulas democráticas y de convivencia, que ha costado siglos conseguir que se asienten y que no siempre funcionan, como sabemos muy bien. Hay lugares donde la sociedad, la mentalidad, la religión y el carácter tribal son muy diferentes.
XL. ¿No puede haber democracia en Afganistán?
A.P.-R. En el islam no hay comunistas, por ejemplo. Es muy significativo: no arraiga. Son sociedades que rechazan ciertos mecanismos, e intentar imponer fórmulas ajenas puede tener un efecto desastroso. Eso ha ocurrido en Afganistán.
«La cultura será dentro de poco como los monasterios medievales: unos pocos encerrados ahí para mantener la cultura mientras alrededor cabalgan y vociferan los bárbaros»
XL. ¿Qué ocurrirá ahora?
A.P.-R. La tragedia es la gente que se lo ha creído. Que se lo ha jugado todo a una carta: su vida, su trabajo, su familia… Y ahora hemos visto que esa carta era falsa. A los americanos nunca les ha importado la democracia en Afganistán. Biden lo acaba de reconocer. Es muy triste ver como al final pagan los de siempre. Hemos jugado con la fe, con la esperanza o la ingenuidad de mucha gente. Y ahora lo están pagando. Occidente ha exportado un fraude.
XL. ¿Podemos hacer algo?
A.P.-R. No caer en la estupidez de pensar que basta desear para conseguir. Ahora firmamos manifiestos, hacemos cadenas humanas solidarias, y con eso tenemos la conciencia tranquila. No podemos abandonar a las mujeres de Afganistán, dicen. ¿Cómo se hace? ¿Con firmas, manifestándonos delante de la Embajada de Afganistán?
XL. Es ingenuo.
A.P.-R. Es una mezcla de ingenuidad y de estupidez. Antes la gente tenía excusas para ser ingenua, para ser ignorante. Ahora existe Internet, tenemos una educación obligatoria. Hay un montón de mecanismos para aprender. El que no ve la realidad es porque no quiere.
XL. Dice que si fuese un joven novelista se lanzaría a los videojuegos o las series de televisión.
A.P.-R. Si fuera joven, ahora no. La literatura, la narrativa en forma de libro, está sentenciada. No sé si le quedan 10, 20 o 50 años o un siglo, pero está sentenciada sin duda.
XL. ¿Qué la matará?
A.P.-R. Los formatos actuales. Las plataformas, las series, los videojuegos. No le veo gran futuro a la narrativa en forma de libro. Me orientaría hacia estos soportes modernos más a tono con los tiempos que vienen. Hay lectores a la antigua evidentemente, y ojalá duren mucho, pero están en extinción.
XL. ¿Serviría esto como consejo: si empiezas ahora, escribe guiones?
A.P.-R. Yo no doy consejos, yo doy opiniones.
«Te puede repugnar la palabra 'SS', como me repugna. Pero al mismo tiempo uno puede admirar el valor de las Waffen-SS en los combates de Normandía»
XL. Tengo la sensación de que le preguntan mucho por la muerte últimamente.
A.P.-R. No sé por qué le dan tanta importancia a la muerte, la verdad. La gente lleva cientos de miles de millones de años muriendo. Y por mucho que corras te llegará cuando llegue. Yo he llegado a aceptarla de manera muy natural. Me sorprende no haber muerto todavía, de hecho.
XL. ¿Por haberla tenido tan cerca?
A.P.-R. No, no. Pero me sorprende que mi vida se prolongue tanto. El mundo es un lugar muy peligroso y las oportunidades de morir son muchas. La asumí desde muy joven porque empecé a ir a la guerra muy joven. Empecé a ver gente morir con mucha facilidad: una mina, una calle, una bala, un barranco, lo que fuera… Y hay algo más.
XL. Dígame.
A.P.-R. Yo soy todavía de una generación en la cual a los niños se los educaba en la familiaridad con la muerte. Ahora se les oculta la muerte, no vayan a traumatizarse. Cuando era niño te decían: «Ha muerto el abuelito, acércate a darle un beso». No me parece extraordinaria, me parece lógica. Creo que el ser humano se da demasiada importancia y convierte la muerte en algo terrible, pero
es el final de un proceso que se llama vida. Y no somos tan importantes, morimos y el mundo sigue igual.
XL. A veces da más miedo la muerte de los seres queridos que la propia.
A.P.-R. Pero también eso hay que asumirlo. Es duro, es amargo, triste, penoso, terrible… pero no es extraordinario. ¡Se ha muerto! Pues claro, un infarto, Covid, un accidente de coche… no tiene nada de extraño. ¿Qué creías que era la vida?
XL. Con la pandemia nos ha entrado también mucho miedo a la muerte.
A.P.-R. Yo tengo cuidado, pero lo que no puedes es vivir obsesionado. ¡Peligro, minas! Pues no pises ahí; cruzas la calle, pues no lo hagas con el semáforo en rojo. Disparan, no asomes la cabeza. Hay Covid, no te beses con la gente por la calle. No seas imbécil en definitiva. Pero hay cosas que no puedes prever, pues que ocurra lo que tiene que ocurrir.
XL. ¿Cómo vivió la pandemia?
A.P.-R. Trabajando. Este libro es fruto de la pandemia.
«Si fuera joven, me orientaría a las plataformas de televisión, las series, los videojuegos. La literatura, la narrativa en forma de libro, está sentenciada»
XL. «Me caen hostias de derecha e izquierda», ha dicho. ¿Alguna que duela más?
A.P.-R. Bueno, también me caen aplausos de derecha e izquierda. Unos compensan a otros. A mi edad no duele ninguna ni halaga ninguna. ¿Con mi biografía? ¿Tú crees que puede doler algo? Igual que los abrazos y los aplausos tampoco me hacen sentir especialmente bien.
XL. También dice que no aspira a pasar a la posteridad, que sus libros se habrán olvidado en dos generaciones.
A.P.-R. ¡Los míos y los de todos! ¿Quién lee hoy a Cela y a Torrente Ballester? Va pasando todo. Los clásicos se mantienen, pero yo no soy un clásico. Cervantes no se olvidará y Homero tampoco, pero Pérez-Reverte por supuesto, y no me puedo quejar.
XL. No es muy de vida social.
A.P.-R. No soy nada de vida social. Tengo cuatro amigos a los que veo y ya. No me verás en saraos ni en prensa del corazón.
XL. ¿Salió a navegar este verano?
A.P.-R. Sí, estuve un mes. Tuve que volver por la segunda dosis y ya he empezado mi siguiente novela.
XL. ¿De qué va?
A.P.-R. No cuento nada. Una novela no existe hasta que no está escrita.
XL. Aunque Alatriste le está esperando.
A.P.-R. Ya, ya, eso me dicen. Y Falcó. Seguirán esperando un poco.
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