domingo, 26 de julio de 2015

CALMA CHICHA I

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ELIAS PINO ITURRIETA

La reacción de la sociedad ante la conducta del gobierno no ha dejado de sorprender a quienes quieren o esperan movimientos enfáticos. No es posible, se escucha en las tertulias y en las ocasiones que se ofrezcan, la pasividad o la indiferencia de la gente ante las urgencias que la oprimen. Según los analistas de sobremesa, o de acuerdo con otros opinadores más acuciosos, la violencia, las colas en las puertas de los mercados, el deterioro de los servicios de salud, la corrupción y el discurso estéril del oficialismo, no reciben la contestación que merecen. Se va del asombro a la crítica ante lo que parece una indiferencia incomprensible. Nadie hace nada significativo frente a los desmanes y la incuria de los mandones, concluyen. ¿Cosa extraña? Tal vez no estemos frente a un fenómeno inusual, de acuerdo con lo que se tratará de plantear a continuación.
Los que se impresionan ante lo que parece un desdén insólito deben saber que topan con una forma de no reaccionar, o de escurrir el bulto, que ha sido común en Venezuela desde antiguo. Como se nos ha dicho en la letra del himno nacional que somos el “bravo pueblo”, juramos que no existe una colectividad más aguerrida en la defensa de sus derechos y en la lucha contra las injusticias, en la batalla contra las dictaduras. Pero sobran las evidencias para señalar lo contrario, con el perdón de los autores de la venerada canción patriótica. Un vistazo de las formas medrosas y aún complacientes o bobaliconas de actuar frente a las autocracias desde el siglo XIX, conduce a comentarios más ajustados a los rasgos de una ciudadanía que no ha sido ejemplo de valentía frente a sus opresores.
Bastó un ataque del Congreso en 1842, una sola muestra de colmillos afilados, para que se apagaran los humos levantiscos del pueblo que se estrenaba como republicano. Diez años vergonzosos de gobierno familiar dan cuenta de la sumisión popular en sentido general. Solo unos cuantos valientes se atrevieron entonces con “movimientos fusionistas” que carecieron de soporte social. Después el guzmancismo debió lidiar con alzamientos de caudillos condenados al fracaso, mientras el pueblo que había leído de derechos ciudadanos y se había entusiasmado con la creación de partidos políticos y había contemplado o padecido la sangría de la Guerra Federal, bajaba la cabeza ante uno de los regímenes más groseros en su vanidad y en su prepotencia. Si señalamos la excepción de un grupo de muchachos llenos de ensueños y de una veintena de autores sin lectores, no aparecen dígitos favorables en las cuentas del “bravo pueblo”. Mientras una sucesión de administraciones grises se estableció como por inercia, una fracción de la sociedad se atrevió a seguir el llamado de unos hombres de armas sin ideas en la cabeza para facilitar el estado de postración panorámica y de abandono del republicanismo que caracterizo el siglo en sus postrimerías.

Venezuela de rodillas ante Gómez es el caso más escandaloso de abyección, de negación de ideales cívicos y patrióticos. Nos regodeamos hoy en el recuerdo de la Generación del 28, quizá porque sea lo único digno de memoria en un lapso de 27 años caracterizado por el encierro de un centenar de hombres valientes, pero viejos y cansados, que pagaban su arrojo en La Rotunda mientras los intelectuales hacían la apología del Benemérito con la complacencia o el silencio de las mayorías. Ese tiempo de dolor y barbarie, de latrocinios e ignorancia, de oscuridad sin paliativos, contó con la compañía del “bravo pueblo”. Peor todavía: en la actualidad abundan las anécdotas benévolas y las reminiscencias pintorescas de lo que fue, para general desdicha, una caverna habitada por millones de personas.
En los sucesos posteriores tampoco se caracterizó la sociedad por el compromiso con eso que llamamos con pompa “grandes causas”, con el credo de los padres fundadores, con la fe en una sociedad de hombres decentes y esforzados, asunto que se tratará en el artículo del próximo domingo antes de ponerse a meter el dedo en la llaga de la pasividad de nuestros días frente a los desmanes del chavismo, como hacen los opinadores mentados al principio. ¿Acaso no sigue el pueblo la corriente de sus antecesores?  

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