sábado, 25 de julio de 2015

PARÁBOLA

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  AMERICO MARTIN

Según consagra la Lengua y confirma el uso, la parábola es un relato deliberadamente ficticio que sirve para engarzar a la narración una lección moral, que si pensamos en los fabulistas más célebres, tales Esopo y La Fontaine, llamaremos “moraleja”. Algunas son de una impresionante actualidad. Por ejemplo, la zorra que después de mucho esfuerzo no pudo llegar al racimo de uvas, en lugar de sentir frustración decidió que las uvas estaban verdes.
Las parábolas cristianas llenan con sutileza y eficacia los evangelios, pero ahora quisiera acercarme al uso que comenzaron a darle los políticos a este concepto, los políticos revolucionarios de principios del siglo XX, para ser preciso. Al final mencionaré alguna curiosa paradoja de las que plagan el discurso del presidente Maduro, no exclusivas suyas, por cierto.
Carlos Marx había escrito para la Europa democrática, sin escondrijos, “seudónimos” o palabras que diciendo algo insinuaran lo contrario. Su movimiento no era propiamente clandestino.
Pero otra cosa fue cuando los bolcheviques de Lenin tuvieron que desempeñarse bajo la autocracia zarista, mitificaron la clandestinidad y se acostumbraron al lenguaje de Esopo para no facilitarle la tarea a la policía secreta del régimen (la famosa Ojrana). El asunto era decir algo que para sus compañeros de partido significara otra cosa, según un código secreto previamente elaborado.
Esas parábolas comunistas carecían de moraleja, no tenían intención didáctica, sino que eran de puro empleo instrumental y por lo tanto de parábolas -según el sentido admitido por el idioma o del evangelio cristiano- no tenían absolutamente nada. En todo caso para algo servían, así no fuera sino para ser aprovechado exclusivamente por los asociados en empresas conspirativas.
He recurrido a esa relación más bien anecdótica después de reflexionar sobre el lenguaje cada vez más asiduo del gobierno que padecemos. Las parábolas de Maduro no tienen la menor intención moral, pero lo más curioso es que tampoco son útiles para nada, como las que para eludir la persecución policial usaban los bolcheviques de Lenin y otros conspiradores devotos del secreto. A veces, incluso, los que hablan por los jefes del gobierno son los hechos, hechos “paradójicos” sin duda, ya que no “parabólicos”.
La metáfora del “mar de la felicidad”, en el cual terminaríamos unidos en algazara con Cuba, ha caído en desuso por ninguna razón ajena a la separación virtual en las políticas de Venezuela chavomadurista y Cuba raulista. Insistir en que Cuba siguiera siendo el destino de la revolución bolivariana hubiera sido como anunciar la audaz apertura de relaciones con EEUU y la proscripción inmediata del socorrido argumento de las conspiraciones e inminentes invasiones preparadas por el Departamento de Estado, el Pentágono, la Casa Blanca, la CIA, el FBI y -no faltaría más- “Uol Street”. Que en algún momento la necesidad lo empuje en esa dirección, si es que aún no ha sido desplazado pacíficamente por el voto democrático y popular, no implica tener que abandonar ese arsenal, utilizado para explicar todos los disparates mediante el ardid de culpar a los demás.
¿Pero entonces a cuál nuevo mar de la felicidad dirigirse, ya que no al prometido por el comandante de la revolución?
Momento ideal para disparar la metáfora madurista.
  • ¡Seguiremos el ejemplo de Grecia!, se le ocurrió decir
Grecia, la hermosa y desdichada cuna de la civilización occidental, sumergida por sus propios errores de concepción en un profundo drama financiero, a punto de ser separada del euro, declarada en default, fue puesta en 3 y 2 por la llamada “troika”. Aceptaba el durísimo recetario demandado como base para un nuevo gran aporte europeo o sencillamente quedaría a la buena de Dios.
Impaciente, la troika entró con arrogancia en el referendum del SI o NO. Han podido dejar la decisión a los griegos mismos, sin presiones tan ostensibles y quizá otro hubiera sido el resultado. Pero Tsipras, y su partido de izquierda Syriza se batieron por el NO. La dignidad de un pueblo tan extraordinario los respaldó. Era una decisión temeraria, pero fue la que adoptó soberanamente el país. Lo lógico era entonces que los paladines del NO dijeran en voz alta cuál era el sacrificado camino que pedirían seguir a sus compatriotas, si es que tuviera algún viso de racionalidad.
Pero aquí está la paradoja. Inmediatamente después del dictamen del referendum, Tsipras insistió en seguir negociando. No era un mal paso si formara parte de alguna estrategia alterna. No fue así, seguramente para sorpresa de quien anunció que Venezuela seguiría la vía griega. Pasaron 48 horas y Tsypras aceptó la totalidad de las exigencias contenidas en la propuesta de los amigos del SI. Detengámonos por un momento en este gran viraje –sin esperar a que lo pellizquen, por lo menos- de 180%. Alexis Tsipras, integrado a la multitud, había logrado conquistar nada menos que 61% del electorado. Esa masa engañada creyó en él, se dejó arrastrar por su retórica y sus promesas y le entregó su confianza.
¿Ni dos días bastaron para que su radicalismo incendiario de largos meses se decantara en tan artera y alevosa claudicación?
¿Cómo puede alguien jugar con las emociones de la gran mayoría del pueblo y sin pedir perdón, sin explicar nada, hacer exactamente lo que condenó con tanto vigor?
Lo cierto es que Tsipra sigue al frente del país, aunque gran número de sus encolerizados partidarios lo abandonaron. Sigue ahí y por el peso de las realidades de la política necesitó apoyarse en los seguidores del SI.
¿Qué le tocaba a este hombre? Renunciar.
¿Es ese el camino que se propone el presidente Maduro?

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