domingo, 22 de noviembre de 2020

 HORROR, ABSTENCIÓN Y CONSULTA POPULAR

 ELIAS PINO ITURRIETA


LA GRAN ALDEA


El caso venezolano es insólito debido a que la situación de espanto que lo caracteriza, de declive y penuria sin paliativos, no genera el rechazo generalizado que debe esperarse de las mayorías de la sociedad en todos los rincones del mapa. No produce reacciones enfáticas contra el establecimiento, sino estados de parálisis aparentemente capaces de multiplicar las conductas debido a las cuales se fortalece el factor negativo que reina en las alturas. Una manifestación tan extravagante obliga a pensar en las razones que la provocan, con las esperanzas puestas en la posibilidad de que solo sea así a simple vista, o de que pueda cambiar en el futuro próximo.

Es evidente que entre los motivos de la pasividad colectiva está presente la posibilidad de represión que necesita mantenerse y mostrarse sin fecha de caducidad. Pero ahora la dictadura anuncia constantemente que reprimirá a los protestantes, mostrando solamente el tramojo. ¿Esto es novedoso? Sí. Estamos ante una represión que busca las maneras de hacerse presente sin necesidad de llegar a alardes masivos. Como en la actualidad escasean las multitudes soliviantadas por motivos políticos, actúa sobre la cabeza de un grupo de dirigentes a quienes hostiga para que sepamos que no ha bajado la guardia. La dictadura no oculta que los acosa sin atenerse a fórmulas legales, como aviso de lo que puede hacer contra las vanguardias más activas, y de lo duro que se pondrá si suceden protestas colectivas de envergadura. No es un entendimiento erróneo de la comunicación del miedo, debido a que ha logrado excelentes resultados. ¿No ha tocado la fibra de los dirigentes de oposición, hasta el punto de llevarlos a una moderación y a un disimulo dignos de estudio?, ¿la dictadura no actúa distinto a como actuaba antes de la muerte de Chávez, o cuando se estrenó Maduro? Si no hay en la calle centenares de guardias armados hasta los dientes y dispuestos a disparar es porque ya hicieron el trabajo cuando reinaba el “comandante eterno” y cuando su sucesor dio los primeros pasos, porque sembraron la memoria de sus sanguinarios instintos y saben que el recuerdo de la muerte y la saña no pasa con facilidad. Ahora solo es cuestión de administrar la sensación de pánico, de decir estoy aquí, agazapado, en acecho constante. 

El pueblo que se jugó la vida pasa ahora por el aprieto de la subsistencia. Si antes lloró la desaparición de sus jóvenes y de familiares o amigos aguerridos en horas de dolor y matanza, ahora pugna por un pedazo de pan. Si medio podía vivir en hogares maltrechos, pero todavía hospitalarios, ahora sus tejas  apenas sirven para guarecer una rutina de penurias. Si medio tenía para medicinas, hoy se familiariza con ilusorias pócimas. Y así sucesivamente. No piensa salir a la calle a buscar la libertad por la que luchó en la víspera, sino a ver cómo gana horas de respiro rodeadas de prevenciones. No está para nuevas gestas, porque ya las hizo sin llegar a nada. Se ha procurado un descanso en las batallas porque todas las perdió. Pero de algo está seguro: De no apoyar en lo más mínimo a la dictadura, de estar lo más lejos posible del usurpador y de sus acólitos, de no creer ni una palabra de lo que digan ni esperar nada de sus vanas promesas. Tal es la seguridad que lo distingue y el capital que atesora. Es lo único que tiene en el bolsillo. Pero no es poca cosa. Es la veta que se debe explotar, la mina que puede dar frutos otra vez, la posibilidad de la esperanza guardada en los rincones. Por lo menos está seguro de la importancia de su desconfianza, de la firmeza de la decisión de no querer nada del chavismo, y es lo más prometedor que ofrece a los líderes de la oposición si saben cómo encontrarlo.

Pero esos líderes deben saber que la abstención electoral que se avecina no será una realidad de importancia porque lo dispusieron ellos en sus despachos, sino por una decisión popular. La desconfianza generalizada hacia los proyectos de la dictadura es anterior a la intención de no participar en las parlamentarias convocadas por la cúpula que oprime a la sociedad y, por lo tanto, su madre indiscutible. Estamos ante una enigmática procesión de adentro, que no esperó a que los dirigentes tocaran las campanas para llegar a la curiosa decisión de no moverse. Decisión retadora porque no ha sido provocada por la indiferencia, sino por la necesidad de formar barreras sanitarias contra un mal sufrido en carne propia y cabalmente identificado. Conducta retadora porque debe hacer que los líderes de la oposición busquen la manera de encontrar dinamismo en lo que parece apatía, o fuerza en lo que muchos confunden con desgano.

Tal vez la consulta popular propuesta por miembros de la sociedad civil y acogida por el Gobierno encargado sea la llave capaz de liquidar el aparente letargo, si los promotores no ponen la carreta delante del caballo. Deben ver con respeto lo que parece indiferencia y no es. Deben reconocer el fundamento de una sensibilidad masiva que se les fue de las manos.  ¿Pueden aclarar el enigma?, ¿tienen las palabras capaces de provocar una aproximación verosímil hacia un sentir denso sobre la aterradora realidad venezolana? Necesitan una cercanía respetuosa, porque en el trance se les va la vida. Lo cual significa que no deben buscar respuestas para salvarse ellos, para provocar un continuismo egoísta y grosero, para prolongar una agonía que es solo de los que preguntan, pero no de quienes quieren ellos que respondan según su gusto y para su continuidad. La consulta popular merece atención si quiere topar de nuevo con la tragedia de quienes solo quieren ser convocados por la buena fe o por los propósitos honorables. Y sí saben sus líderes que las interrogaciones pueden terminar en un vacío.

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