EL MÁS VULNERABLE
SEBASTIAN DE LA NUEZ
LA GRAN ALDEA
La película Fresa y chocolate fue una bofetada al régimen castrista, testimonio del sufrimiento gay que casi se lleva el Oscar a mejor película del ‘94. El caso Reinaldo Arenas también se popularizó a través de una película, Antes que anochezca. El machismo convertido en política de Estado es otro aprendizaje de los chavistas adoctrinados en Cuba, viene aparejado a las formas de la tortura y la discriminación.
Es otro síntoma del atraso mental de unos individuos que crecieron y se hicieron del poder al amparo de Hugo Chávez, el recio comandante que leía con fruición El oráculo del guerrero. Eso fue en los primeros años de su mandato; en ese tiempo ya Boris Izaguirre era una estrella en la televisión española y en un programa apareció leyendo algún párrafo del librito de cabecera de Chávez, para luego exclamar, alborozado: «¡Esto es una mariconada!».
Hay que atender a Boris cuando expresa un criterio de tal naturaleza. El régimen chavista, con Chávez y también con Maduro, o sobre todo con Maduro, ha tenido, entre otros, dos elementos que lo definen: Homofobia e hipocresía respecto a la igualdad de género. Sus mujeres han sido encargadas de las tareas más viles y ruines dentro del régimen, las que quizá ningún macho tuvo la suficiente desvergüenza como para llevar a cabo o continuarla hasta más allá de la última raya. El caso de la presidenta por muchos años del CNE, sin ir más lejos.
El chavismo se pone en guardia ante lo diferente, todo lo diferente lo ve como enemigo o potencial agresor. Para Nicolás Maduro, Roland Carreño no es ni un periodista venezolano ni una ficha de la oposición siquiera. Es, primero que todo y a secas, un «mariconsón», como apostrofó a Henrique Capriles Radonski una vez. Un «invertido», también dentro de la jerga decimonónica del castrismo. Es decir, uno que hubiese ocupado lugar de privilegio dentro del lumpen embarcado desde el puerto de Mariel hacia Miami en la era Carter.
Para algo debe servir la experiencia y la experiencia directa me dice que Roland Carreño, como puede decirlo cualquiera que lo haya conocido, ve una pistola y se horroriza, pega un respingo. Es imposible que él haya tenido alguna relación con armas. Quien aparezca diciendo lo contrario es un redomado embustero. Lo que hayan mostrado los secuaces del régimen se lo habrán sembrado, como han hecho en ocasiones anteriores (el caso del abogado Roberto Marrero, por ejemplo).
El único punto débil de Roland, humanamente hablando, frente a un régimen sin escrúpulos, es su afectación, su manera de ser o gesticular y expresarse. Su mariconería, pues. Eso lo señala como la presa fácil que prefieren los esbirros del Sebin, o de la PNB o de la Guardia Nacional. Roland, sí, es el más vulnerable entre los posibles vulnerables. Uno puede imaginárselo entre cuatro paredes y un par de machos cabríos, perros amaestrados para la tortura, con porras en las manos. No digo yo lo que puede cantar o firmar Roland sino cualquiera en esa situación.
Una vez estuvo el poeta Allen Ginsberg en La Habana. Se hospedó en la habitación 1802 del Hotel Habana Riviera. Un poeta cubano residenciado ahora en Las Palmas de Gran Canaria me lo contó. Conversó con el gringo barbudo, un admirador de la revolución fidelista en una época en que todo intelectual que se preciara debía de serlo pues, si no, no tenía alma en el cuerpo o se llamaba Jorge Luis Borges. Con todo, y estando de invitado en La Habana por el propio Gobierno, le dijo al poeta Manuel Díaz Martínez lo siguiente:
-Me gusta la revolución, pero me disgusta lo que sucede con los homosexuales, porque yo mismo soy homosexual.
¿Y qué sucedía con los homosexuales en Cuba? Bueno, que ya se sabía que el Che -ese héroe incomprendido, según la biografía de Jon Lee Anderson- había mandado a cientos de los que llamaba «pervertidos sexuales» a campos de trabajo. A continuación le comentó Ginsberg a Manuel Díaz Martínez lo que había dicho Walt Whitman: Que la homosexualidad no es un problema social sino una forma, una variedad, de la naturaleza humana.
De modo que Ginsberg citaba a Whitman para refrendar ante su colega cubano lo que debía de ser obvio para cualquiera con dos dedos de frente sin necesidad de que se lo ratifique un autor venerado por todos. Dijo asimismo Ginsberg, y esto está en un libro de memorias de Díaz Martínez, que «en este siglo mecanizado, la ternura entre los hombres sirve de buena simiente para la democracia y el comunismo. Como dicen los jóvenes poetas rusos, el comunismo viene del corazón, o lo que es igual, del feeling. Entonces no hay porqué cuidar policíacamente el corazón. He oído que aquí existe un departamento de Lacras Sociales…».
Hay que recordar que Ginsberg murió en 1997. Hay que recordar también que quien se engañaba con Cuba, se engañaba también con los soviéticos, fueran o no poetas. Hoy en día, al menos en Venezuela, si un poeta de verdad apoya al régimen de Nicolás Maduro, o no es un poeta de verdad o es un poeta vendido al mejor postor.
Vladimir Cruz, la contrafigura de Jorge Perugorría en Fresa y chocolate, regresó a Cuba en junio de 2016 desde España para intentar actuar en una filmación. A Cruz le impresionó el temor que cundía en La Habana ante la crisis venezolana. Todos temían revivir los tiempos en que la Unión Soviética había dejado de funcionar como una caja registradora. Cruz escribió una crónica para el libro «Cuba en la encrucijada», que reúne a doce plumas de la Isla bajo la coordinación de Leila Guerriero: «La gente hablaba del comienzo de otro Periodo Especial, aunque el gobierno lo desmentía y, al tiempo, anunciaba restricciones en el uso de combustibles y grandes dificultades financieras ante la falta de liquidez (…). Me estremeció la semejanza del momento con aquellos lejanos días de 1993».
Respecto a la dependencia financiera cubana de Venezuela, construida gracias a la buena voluntad del comandante Hugo Chávez y cuyas consecuencias están recogidas con exactitud en el libro reseñado en este mismo portal, «La invasión consentida», cabe hablar metafóricamente, ya que el marco de este artículo así lo impone: A Fidel Castro siempre lo llamaron, en Cuba, el Caballo, un apodo festivo, una manera de referirse a su inquieta energía. Metafóricamente, repito, cabe la posibilidad de que Chávez haya jugado el papel de la yegua ante el Caballo, a partir de 1998 y hasta su muerte.
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