¿Qué se juega Europa en las elecciones de Estados Unidos?
MAURIZIO MOLINARI / ADAM MICHNIK/ JAVIER MORENO / PHILIPPE GÉLIE / ARIANE DAYER|ULF POSCHARDT / CHRISTOPHE BERTI
El próximo 3 de noviembre Estados Unidos se juega su futuro en una de las elecciones más cruciales de su historia reciente. La cifra récord de votos anticipados ―alrededor de 80 millones de ciudadanos ya habían votado este jueves― da una dimensión de la trascendencia de la contienda electoral entre el actual presidente, el republicano Donald Trump, y el candidato demócrata, Joe Biden. Los siete directores de los medios que conforman la Alianza de Periódicos Líderes en Europa (LENA, por sus siglas en inglés) describen la importancia que tendrá para sus respectivos países el resultado de los comicios.
Maurizio Molinari, director de La Repubblica (Italia)
El resultado electoral tendrá un fuerte impacto en Europa e Italia por tres razones convergentes. Primero: el daño económico causado por la pandemia es de tal magnitud, tanto en Europa como en Estados Unidos, que exige una respuesta estratégica a largo plazo por parte de las democracias industriales. Para volver a encarrilarse hacia el crecimiento mundial y que la relación entre Estados Unidos y la Unión Europea sea exitosa, se necesitan líderes capaces de regenerar y fortalecer el vínculo transatlántico. Segundo: el papel de China como rival global de Occidente está ahora claro y esto requiere que la UE armonice sus políticas e inversiones para no perder en una competición tecnológica con evidentes repercusiones geopolíticas. Tercero: ya sean los derechos de la mujer como los de los homosexuales, de las minorías o de los migrantes, nuestros países necesitan una nueva receta para reforzar la protección de los individuos para salvaguardarlos de la discriminación y la agresión, aumentando las libertades personales y colectivas. Desde la reconstrucción económica hasta el fortalecimiento de los derechos humanos en un duelo estratégico con Pekín, Occidente necesita un vínculo transatlántico más estrecho y, por lo tanto, un presidente estadounidense decidido a fortalecer y rejuvenecer la comunidad de las democracias. Es a través de este lente que Europa e Italia miran el duelo entre el presidente actual, Donald Trump, y su rival Joe Biden para la Casa Blanca. Esperando que prevalezca un líder capaz de unir a Estados Unidos y llevarlos a ejercer con convicción su papel de líder del “mundo libre”.
Adam Michnik, director de Gazeta Wyborcza (Polonia)
Durante los últimos 70 años, los europeos hemos vivido con la convicción de que quienquiera que sea el presidente de Estados Unidos, las prioridades estratégicas de la política estadounidense permanecerían inalteradas. Hoy ya nadie cree en eso. Es importante para toda Europa, pero para Europa Central y del Este representa una amenaza inmediata. Polonia es uno de los países que conforman la UE y la OTAN y siempre ha visto su participación en estas organizaciones como una especie de garantía de seguridad, después de décadas sin medios de comunicación libres, derechos humanos, tribunales independientes y sociedad civil. El problema es que todos estos valores han sido desafiados activamente desde hace varios años por la derecha nacionalista, que ejerce el poder, aunque no tiene el apoyo de la mayoría de los ciudadanos. La derecha de Europa oriental construye su capital político sobre la xenofobia y el populismo, negando el sentido de la integración europea. Pero mientras que Hungría se orienta abiertamente hacia Moscú y Pekín, Polonia sigue buscando el apoyo de Washington, ya sea simbólico o real. Y la Administración de Donald Trump se lo está dando, aunque en todos los asuntos importantes para toda Europa, está poniendo en peligro el aislacionismo, incluso cuestionando el sentido de la OTAN en un momento en el que Rusia está llevando a cabo una agresión en el flanco oriental de la Alianza. Polonia está dividida entre la fe en las ideas de los fundadores de EE UU y la política de Trump, que se ha convertido en una caricatura de los valores estadounidenses. El cambio en la Casa Blanca puede dificultar a los populistas el desmantelamiento de la democracia liberal, aunque solo sea hasta cierto punto.
Javier Moreno, director de EL PAÍS
Resulta tentador —y fácil, por lo demás― analizar el resultado de las elecciones de EE UU en cualquier otro país, España en este caso, en términos estrictamente contables. Cómo afectará a las relaciones comerciales o al presupuesto en Defensa. Tentador o fácil, sería también un error. O al menos una grave subestimación de las consecuencias políticas y morales que una reelección de Donald Trump supondría sobre el tejido democrático de España. Este país ha visto en los últimos años una legitimización de discursos y prácticas políticas que eran simplemente inaceptables hace una década. Un ascenso del populismo con tácticas y palabras copiadas —a veces de forma literal— del presidente de EE UU. Varios Gobiernos regionales se sostienen con los votos de la ultraderecha. Sus portavoces se visten con los ropajes de Trump. Como decía Tolstoi, cada país es desgraciado a su manera, y los problemas de España no van a desaparecer cuando se sepa quién ganó la Casa Blanca. Pero si los estadounidenses echan a Trump, el ruido de su caída resonará en las plazas de España. Y fuerte.
Philippe Gélie, director adjunto de Le Figaro (Francia)
Nunca somos sólo espectadores de una elección estadounidense. No hablemos ya de las interferencias y manipulaciones con las que se divierten los rusos, los chinos y los iraníes, sin dominar realmente los efectos de su desinformación. Pero las repercusiones globales —y especialmente transatlánticas— de la elección del hombre más poderoso del mundo significan que nos estamos jugando mucho con cada elección presidencial en Estados Unidos. Imaginemos el estado del mundo después de cuatro años más de Donald Trump. ¿Qué quedaría de la OTAN, cuya credibilidad descansa menos en el aumento de los presupuestos de defensa que en el compromiso intangible de solidaridad del artículo 5? ¿Qué quedaría del sistema multilateral, gradualmente privado de financiación, desacreditado e instrumentalizado por el primero de sus miembros fundadores? ¿Podría la Unión Europea aumentar su poder para no encontrarse entre el martillo americano y el yunque chino? ¿Dónde estarían nuestros aliados, aparte de en nuestra propia familia europea? Sin cambiar necesariamente de rumbo, una victoria de Joe Biden produciría más tiempo de maniobra y menos brutalidad. Pero el desafío seguiría siendo el mismo: ganar nuestra independencia respecto a EE UU.
Ariane Dayer, directora de Tribune de Genève (Suiza)
¿Está Suiza madura para el advenimiento del hombre fuerte? A menudo parece soñar con ello, enredada como está en la complejidad de su sistema federalista y multilingüe, que frena cualquier decisión clara, que iguala a los ciudadanos. A veces se estremece ante el deseo de la bestia y contempla, fascinada, este animal Trump que representa todo lo que nunca nos atreveríamos a ser: gritos, mentiras, vulgaridades. Excesivo. Pero es precisamente la complejidad del sistema lo que neutraliza los intentos. Los que querían imponerse han sido llamados a hacerlo desde el interior, integrándose en lugares del poder legislativo o ejecutivo. Este fue el caso a nivel nacional de Christoph Blocher, el líder del Partido Popular Suizo (SVP) con su lucha contra la Unión Europea. También a nivel local, donde los intentos de división como el Mouvement Citoyens Genevois (MCG), por ejemplo, siempre llegan a su fin. ¿Cómo mantener una postura antisistema cuando estás absorbida por ella? El populismo se enfrenta regularmente a la misma barrera. Pero eso no significa que conserven esa inocencia para siempre. Es sobre todo la salud económica del país la que lo protege del triunfalismo. Si se deteriorara, si se deshiciera de las clases medias, podría abrir las puertas a lo peor.
Ulf Poschardt, director de Die Welt (Alemania)
Alemania es una potencia mundial ―cuando se trata de moralidad―. El país se ve a sí mismo no solo como el alumno modelo de Europa, sino como una superpotencia humanitaria. En consecuencia, titulares como los que calificaron a Angela Merkel de “Líder del Mundo Libre” fueron bálsamo para el alma de una nación que ha basado su salvación en el poder blando. Sin embargo, Alemania necesita a Estados Unidos más que nunca. Este país no es solo —sino también— un mercado de venta de coches alemanes y una garantía para nuestra seguridad. Y de nuestra futura prosperidad, también, porque Alemania es más dependiente de la globalización que casi cualquier otro país. Además, en la medida en que la alianza transatlántica se ha resquebrajado en los últimos años, las fuerzas santurronas y proteccionistas que preferirían abandonar la Unión Europea por completo han ido en aumento en este país. Las democracias de Occidente solo pueden hacer frente a los desafíos del siglo XXI juntas, pero eso requiere transatlánticos en ambos lados. En Washington, pero sobre todo en Berlín.
Christophe Berti, director de Le Soir (Bélgica)
Es una extraña elección la que tendrán que hacer los estadounidenses el próximo 3 de noviembre. Una elección entre un presidente de 74 años que ha sacudido todos los códigos establecidos, se ha atrevido con todos los excesos, ha partido en dos a su país y ha desafiado todas las reglas internacionales y, por otro lado, un pretendiente de casi 78 años que aparece como un hombre del pasado que quiere “reconstruir mejor” y volver a una cierta “normalidad”. Es una elección extraña, en realidad. Pero una elección inmensamente importante por cómo Trump ha sacudido EE UU y todo el planeta, con una postura de eterno candidato, totalmente liberado de la noción de verdad y enredado en la crisis de la covid. Biden juega la carta anti-Trump al máximo. Veremos si esta postura es suficiente para ganar y seguiremos siendo cautelosos, ya que las encuestas se equivocaron en 2016. Aunque nadie, a excepción del campo populista, echará de menos a Donald Trump desde el punto de vista europeo, sería simplista creer que la victoria de Joe Biden restablecería “como antes” las relaciones entre EE UU y la Unión Europea.
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