Maradona: el héroe indiscreto
Trino Márquez
Para muchas personas de mi generación, y otras tantas de las
que vinieron después, Diego Armando
Maradona era un héroe. Imposible olvidar
aquel gol que marcó frente a la selección de Inglaterra en el mundial de México
86, en un partido promocionado como la revancha de Argentina luego de la
derrota sufrida en la Guerra de Las Malvinas, cuatro años antes. Tampoco puede ignorarse
la hazaña de haber cargado sobre sus espaldas
un equipo mediocre como era el Nápoles, hasta convertirlo en campeón de la
exigente liga italiana. Ver jugar aquel torrente de energía, liderazgo en el
campo y destreza, era mágico. Parecía que había nacido con un botín de
futbolista y un balón adherido a su maravillosa pierna izquierda. Alguna vez
leí en algún lugar -o tal vez estoy inventándolo- que Diego no golpeaba el
balón, sino que lo acompañaba acariciándolo, hasta encajarlo en la red del
equipo contrario sin que el adversario pudiera evitarlo.
Esta habilidad
prodigiosa para jugar fútbol, y haber sido el nervio de la selección argentina cuando
obtuvo el campeonato mundial de 1986, lo convirtieron en héroe nacional,
colocado en el Olimpo junto a Perón, Evita y
Carlos Gardel. En la iconografía argentina, esos son los cuatro seres
mitológicos. Hasta una religión posmoderna, paródica, se creó en Rosario en
1998 para exaltar su figura: la iglesia marodiniana. Más de quinientos fieles
reúne ese culto.
No voy a
condenar las convicciones políticas de Maradona. Se identificaba con
concepciones políticas que yo enfrento en mis artículos y ensayos. Se definía
con como un hombre de la izquierda
revolucionaria. Le gustaba identificarse con Ernesto ‘Che’ Guevara. Se sentía
orgulloso de reunirse con Fidel Castro y
Hugo Chávez, todos ellos expresión de esa América Latina anclada en el pasado
caudillista y militarista que tanta miseria ha causado. Estaba en su derecho.
La libertad de pensamiento y de opiniones hay que respetarla y practicarla,
sobre todo cuando esas convicciones
difieren de las nuestras.
Maradona me recordaba a Gabriel
García Márquez, el escritor hispanoamericano que me parece más fascinante. He recorrido
toda su obra. A partir de cierto momento –luego de haber leído Dulces guerreros cubanos, de Norberto
Fuentes- empezó a costarme la aproximación a sus libros. Me producía rechazo
que un escritor genial como ese, Premio Nobel para más cuento, se hubiese
dejado seducir por un personaje tan nocivo como Fidel Castro, y se prestase –a
lo mejor de forma inconsciente- para que su casa en La Habana fuese, en la
práctica, un centro de espionaje del servicio secreto cubano.
Yo habría preferido a un Maradona y a
un Gabo más comprometidos con los ideales republicanos, liberales y democráticos
en los cuales creo y por los que lucho desde mi propia trinchera: la palabra
escrita y oral. Pero, los seres humanos somos complejos y contradictorios. El
ideario de la izquierda revolucionaria fidelista ha dominado durante décadas el
mundo intelectual, político y académico latinoamericano. Castro imantó hasta a
demócratas incuestionables como Carlos Andrés
Pérez. Que haya embrujado a Diego Maradona y a García Márquez no hace sino
demostrar el poder que ejercen los caudillos mesiánicos en este continente,
donde las instituciones están siempre amenazadas por el personalismo.
Lamento el fallecimiento de Diego
Armando Maradona. Pero mucho más deploro que siendo un ídolo de masas, no haya
sabido llevar con dignidad ese título que los amantes del fútbol y, en general,
los argentinos y los latinoamericanos, le concedieron gracias a la proverbial destreza
con de su zurda. El Pibe de Oro, elevado al altar reservado a los dioses, no
fue capaz de entender que ese estatus comporta obligaciones morales insoslayables.
No se trata de hipostasiar a un personaje como se desprende de los
señalamientos de Thomas Carlyle en su libro clásico Sobre los héroes: el culto al héroe y lo heroico en la historia. Carlyle
talla unas figuras impolutas, adornadas de tantas virtudes, que cuesta mucho
encontrarlas en la realidad concreta.
El héroe moderno es mucho más mundano
y terrenal que los titanes románticos. Sin embargo, Maradona abusó de la
terrenalidad. Los límites del ídolo son flexibles, pero no tanto como para
aparecer drogado en público, sobre todo si eres un deportista o entrenador de
dimensión planetaria hacia quien están volcados todos los reflectores. No puedes
caer en la adicción, salir de ella, y caer de nuevo exhibiéndote en estado lamentable. Pelé, Ronaldo, Messi,
Figo y Zidane, no creo que sean del tipo de héroes acartonados que aparecen en
las telenovelas mediocres. Sin embargo, según todos los indicios públicos,
llevan una vida sin desmesuras.
Maradona era lo suficientemente
inteligente para preguntarse en la entrevista final que concedió, si luego de
sus innumerables desmanes públicos y privados la gente seguiría queriéndolo:
por lo que estamos viendo en Argentina, la respuesta es sí La gente le perdonó
sus excesos y continuó queriéndolo a pesar de él. Un héroe que pudo haber sido
ejemplar, terminó siendo indiscreto.
@trinomarquezc
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