CARLOS RANGEL, CONCIENCIA VIVA
“¿Por qué la gran mayoría de los intelectuales
latinoamericanos
hicieron suya, sin
reservas, en el siglo XX, la causa del marxismo
y sus derivaciones
tercermundistas? ¿Por qué han asumido como
posición de avanzada los dogmas de dicho pensamiento?
Plinio Apuleyo Mendoza
Años atrás, retomé la lectura de ese extraordinario y agudo
pensador venezolano que fue Carlos Rangel, con ocasión de un ensayo que escribía
sobre las relaciones comerciales hemisféricas.
Sin duda, era obligada consulta, particularmente, en el
asunto de los vínculos de EE.UU con Latinoamérica, los desencuentros y
animosidades entre ellos, los contrastes en los niveles de desarrollo y sus
causas, entre otros temas.
Evocaba lo que él decía acerca del exitoso recorrido de EEUU y lo que representaba
como “escándalo humillante para la otra
América”, la cual no daba al mundo, ni se daba a sí misma una explicación
de su relativo fracaso; de allí que con el tiempo se comenzara a racionalizar y
a atribuir su situación de rezago y carencias a aquel país convertido en gran potencia.
Su reflexión acerca de Latinoamérica es esclarecedora. Señalaba los mitos
políticos y económicos que han distorsionado y desviado el análisis de las causas
de los problemas de nuestras naciones. Las observaciones certeras de este
intelectual sobre el antiamericanismo y el tercermundismo, dos creencias-ideologías que han contaminado
la opinión y la ejecutoria de muchos políticos y gobernantes latinoamericanos,
aún hoy no parecen ser comprendidas por nuestras élites. Esa visión equivocada fue
desmontada admirablemente por Rangel, pero sigue siendo causa de la
reincidencia en los mismos errores.
A Rangel lo había leído por allá lejos, recién egresado de
las aulas universitarias, en su célebre texto Del Buen Salvaje al Buen
Revolucionario, que fue, como era de esperarse, blanco de ataque de la
izquierda marxista de entonces. Más tarde leí su libro El Tercermundismo, en el
que demuele toda esa faramalla retórica llena de mitos, mentiras y medias
verdades, que, por cierto, Hanna Arendt, calificó de ideología.
Debo confesar que la real dimensión, el alcance de su visión,
no la capté del todo entonces, aunque no se me escapaba la lucidez y la solidez
de argumentos que mostraba.
En días pasados, la escritora Milagros Socorro publicó un
oportuno artículo en el que recuerda los planteamientos premonitorios que
formuló Rangel, lo cual me da pie para reiterar las ideas de éste respecto de
cómo la visión tercermundista ha repercutido negativamente en nuestro
comportamiento económico, y de la que los venezolanos tenemos amargas pruebas
en los últimos 22 años.
El tercermundismo
es un concepto acuñado por el economista francés Alfred Sauvy, que utilizó para
designar al conjunto de los
nuevos estados independientes, antiguas colonias europeas. Según él, a ese
Tercer Mundo, “explotado y olvidado y despreciado” a semejanza del Tercer Estado de la Revolución francesa,
no le prestaban atención ni el mundo capitalista, el primer mundo, ni el
comunista, el segundo.
Por muchas décadas, la noción logró cautivar a intelectuales y hombres
públicos, incluso, más allá del ámbito de la izquierda política. A sus
propuestas básicas se engancharon un número significativo de políticos moderados
en nuestro continente, y ellas tuvieron eco en las ideas sobre las relaciones internacionales.
Sobre ese asunto, Rangel nos entregó una lúcida reflexión, en la que desmonta
los fallos de una ideología, marxista en el fondo, que escamotea la verdad
sobre las causas de los males que aquejan a los países en vías de desarrollo o
emergentes. Así, los ideólogos del tercermundismo
han pretendido convencernos de que el capitalismo sería la causa directa y
fundamental de la situación de minusvalía política y económica de los países
más pobres.
Dice Rangel que para el tercermundismo
“los cargos contra el capitalismo y su
influencia en el Tercer Mundo son, en síntesis, que la condición de los países
pobres es hoy peor de lo que nunca antes había sido, y que ésa pérdida de una
supuesta beatitud anterior es enteramente debida al rol de complementariedad
que los países ´imperialistas´, es decir, los países capitalistas avanzados,
han impuesto a los ´países proletarios´. En otras palabras, el mundo
desarrollado es rico porque el mundo subdesarrollado es pobre, y viceversa”.
De este modo, el subdesarrollo de los países de la periferia
capitalista se debe exclusivamente a relaciones de dominación-dependencia
política y económica que ha ejercido el imperialismo,y no al papel de los factores
internos de los países. En consecuencia, estos países, para poder crecer y desarrollarse,
deberán romper los lazos de dominación-dependencia, y emprender la senda del
socialismo revolucionario, como dirían algunos dependentistas.
En el prólogo del libro, Jean François Revel observa, certero,
sobre el papel de la izquierda en la difusión mundial de esta ideología. Señala
que la izquierda en los países ricos “ha
trasladado al Tercermundismo su imaginación ideológica y su sed de
culpabilidad, fuentes de su deseo de omnipotencia eterna. Pero esa imaginación
y esa sed, lo mismo que hasta hace poco la ilusión comunista, no se originan en
ninguna preocupación por curar, en la práctica, la pobreza en el mundo. El objetivo del tercermundismo es acusar, y si
fuere posible, destruir las sociedades desarrolladas, no desarrollar las
atrasadas. Un éxito específico contra el subdesarrollo implicaría una revisión
dolorosa de lo esencial de la ideología tercermundista”.
Rangel estaba muy claro en este tema. Valientemente se
enfrentó a la corriente predominante que no solo incluía a la izquierda
política. Para algunos políticos,
incluso hoy, sigue siendo un ideario inspirador.
El término tercermundismo se
mantiene en la retórica política, a pesar de que las circunstancias que dieron
lugar a la expresión desaparecieron en gran parte, despojándola de sentido. Los
fundamentos que explicaban la existencia
de esta categoría de países han sido refutados por los hechos.
Tal visión quedó para los discursos de los populistas y demagogos de todo
pelaje. Con ella, en lugar de ayudar a los países en desarrollo a superar sus
problemas, los han hundido más en la pobreza; verbigracia, Eduardo Galeano con su
libro Las venas abiertas de América
Latina, del cual él mismo admitió la inconsistencia de sus fundamentos
económicos.
Carlos Rangel, también tempranamente, pudo adelantarse en el
cuestionamiento de esa monserga tóxica, o como diría Octavio Paz, de esos “velos que interceptan y desfiguran la percepción de la realidad”, que nos han mantenido en el rezago en términos de
desarrollo político, institucional y económico, mientras muchos países
emergentes, supuestamente condenados al subdesarrollo por el Imperialismo
capitalista, han avanzado reduciendo la
pobreza y alcanzado altas y/o medianas cotas de bienestar colectivo.
Carlos Rangel: pensamiento vivo, conciencia viva.
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