martes, 19 de enero de 2021

MARI PILI LA ENAMORADA 


SEBASTIAN DE LA NUEZ


LA GRAN ALDEA


Elemento 1. Para Mari Pili Hernández fue un honor haber acompañado al comandante Hugo Chávez en su gestión, hasta el último día de su vida. Eso le ha declarado a Kico Bautista no hace mucho, en un programa de TV llamado «Kicosis». Le ha dicho, de igual forma, con el rostro muy blanco y suntuoso que ella tiene, que ha tomado distancia de Nicolás Maduro por sus nefastas políticas económicas, pero ojo, advierte, no es enemiga de Maduro (como tampoco de Juan Guaidó, se apresura en aclarar), y eso le permite gozar ahora de la libertad de no militar en ningún partido político y concentrarse en el periodismo. «No estoy teniendo actividad política en este momento», remacha, «me estoy concentrando en el periodismo». 

Elemento 2. Las mujeres para quienes ha sido un honor haber trabajado con el comandante, además de Mari Pili: Iris Varela; Tibisay Lucena; Adina Bastidas; María Cristina Iglesias; Carmen Meléndez; Jacqueline Faría; Blanca Eekhout; Ana Elisa Osorio; Erika Farías; Yadira Córdova; Gladys Gutiérrez; Luisa Estella Morales; Eugenia Sader; Vanessa Davies; María Lourdes Urbaneja; Nancy Pérez Sierra; Cilia Flores; María León; Tania Díaz (entre otras). No todas han trabajado directamente en el tren ejecutivo chavista, pero todas pusieron con placer, por decirlo de algún modo, su granito de arena por el comandante eterno, arrimadas a su socialismo del siglo XXI, a la sombra de su capa de resentimiento. ¿Dónde está el común denominador entre esas damas? Todas fueron seducidas por el golpista, en el sentido más laxo del verbo, aunque algunas sí lo fueron en el sentido menos laxo, pero eso es ya otra historia.

La seducción operó desde una vaporosa promesa de país y gracias al discurso incendiario y macho de Hugo Chávez, el cacique, el semental. Era un macho que prometía la hoguera para los adecos y, una vez en el poder, su merecido a Marisabel aquella misma noche del discurso contra Bush.

Algo deben haber visto ellas, sus colaboradoras más arrebatadas, en la primera dama y no fue envidia ni celos sino identificación. Marisabel también era una revolucionaria, con todo y su pinta de rubia a lo Lady Diana. ¿Acaso no se había atrevido a declararle a una redactora de la revista Estampas su encierro en un Volkswagen durante la primera noche con su novio el recién salido de Yare, sin remilgos ni sandeces, cuando seguramente fue concebida Rosinés?

Puede que haya sido un culebrón en varios episodios lo que sedujo a las amanuenses del comandante, no el comandante por sí mismo, a solas. Puede que este colectivo de ministras y oficiosas abogadas o periodistas patria o muerte fuera tan conquistado por el líder como por su consorte. Era una pareja atrayente. Las feministas ultrosas cayeron por efecto rebote de las telenovelas que habían odiado y amado (a la vez) en su juventud. El idilio entre el héroe y la casquivana hija de la pequeña ciudad con fama de tierra dominada por oligarcas, Carora, se vendió bien, se parecía a la televisión en blanco y negro. Con razón las viejas adecas de Barquisimeto y El Tocuyo odiaban a Marisabel y decían lo que decían de su madre. Los tradicionales apellidos de la zona no la tragaban. En cambio, entre la clase media entresacada de las aulas universitarias o directamente del fracaso profesional, Marisabel y Hugo, Hugo y Marisabel, construyeron una dualidad que encandilaba. La izquierda trasnochada ha debido verse en el desparpajo de ella, en ese atrevimiento de escaladora social a lo Barry Lyndon. Napoleón Bravo y Ángela Zago la seguían con fruición. Ella era parte de los ángeles adorados por la izquierda progre.

Elemento 3. En ese grupo estaba Mari Pili, cómo no. Con su blanca palidez podría haber sido Laura Pérez, la sin par de Caurimare. Pero no, llevaba en sus genes un neutrón fidelista o un protón Me Too. Una adelantada. Pero una adelantada con un culebrón en la cabeza.

Comunicadora social con posgrado en Historia de las Américas, en la UCAB. Se hizo técnico superior en Pedagogía, estudió música en un conservatorio; fue coordinadora de la Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis de Caracas. Fue fundadora del Movimiento Quinta República. En fin, una larga carretera de inquietudes. No hallaba en qué palo ahorcarse, de tan inquieta.

Empezó su carrera periodística como ancla en Venezolana de Televisión y casi una década después fue presidenta del canal. Fue responsable de la salida de la televisora de Simón Díaz con su programa dedicado a los niños. Era algo que ella no podía consentir, ese señor tan oligarca cantando boberías a los hijos de la patria. Después estuvo, como buen ejemplo chavista, en diversos cargos, muy distintos unos de otros, y en ninguno pudo desempeñar una labor que pueda ser destacada. En 2008 tomó las riendas de la televisora Canal I, que pregonaba su centralidad equidistante. Ay, pero lo financiaba un sinvergüenza con mucha plata que había roto el boicot de los barcos petroleros en la época en que Chávez estuvo a punto de sucumbir…, y eso lo salvó.

Pues eso, que ella tiene una telenovela en su pasado, y esa telenovela le quemó las neuronas. No hay otra manera de explicar su amor por Hugo Chávez. Lo sigue amando porque hay amores que duran mil años, aunque no haya cuerpo que lo resista. Toda mujer venezolana lleva una telenovela por dentro. La mayoría permanece con ese virus en el pecho toda la vida y son asintomáticas. Igual debe haber un montón de caballeros llevando un Albertico Limonta en el alma, el problema es que esos gérmenes asalten el cerebro un día. Pero no es lo común. Mari Pili y sus amigas son excepciones.

Mari Pili no debe haber digerido debidamente a los personajes interpretados por Marina Baura o Ivonne Attas, la que siempre hacía de mala. Kico debió preguntarle qué recuerdos guarda de Marisabel al cabo de todos estos años. A lo mejor se hubiese echado a llorar en pleno programa: o tal vez se le hubiesen encendido las pálidas mejillas con un rubor insospechado, de pura rabia. Es difícil saberlo.

En todo caso, ella y las demás chavistas de vocación, chavistas de amor puro y duro, permanecerán por siempre amarradas a una idea del feminismo equivocada. Se han quedado en puro gesto, en esa tonta parafernalia lingüística. La lucha por los derechos de la mujer en Venezuela no puede ser de marca chavista, cualquier reivindicación verdadera para la mujer es ajena al chavismo. Es imposible ser chavista y trabajar por unas condiciones igualitarias para la mujer y el hombre. Al chavismo no le interesan esas luchas. Le interesa manipular esas luchas para sus propios fines.

Marisabel se divorció y ya, al parecer sin mayores traumas. Mari Pili no se ha divorciado de aquella idea romántica y perversa, de aquel pastel de cursilería bolivariana y romanticismo izquierdoso con dosis de brutalidad machista.

Elemento 4Mari Pili es una cómplice, no es mejor que Iris Varela ni que la fiscal Luisa Ortega. Mari Pili sabe que ya no puede abandonar el barco. Hoy es más chavista y madurista que nunca, diga lo que diga públicamente. Le dijo a Kico que ahora ejercía el periodismo sin ningún compromiso partidista. En estos días en que la democracia norteamericana se ha visto tan comprometida, escribió un tuit en el que instaba a Nicolás Maduro a ponerle los ganchos a Juan Guaidó. Sus palabras textuales fueron: «Difícilmente Nicolás Maduro encontrará un mejor día que hoy para, por fin, meter preso a Juan Guaidó, cuando Donald Trump está armando tremendo lío en Estados Unidos y justo el día en que la Unión Europea deja de reconocerlo».

Tremendo ejercicio de periodismo, ¿ah? Mañana o pasado podría publicar otro tuit, si Guaidó está encerrado en la torre de Plaza Venezuela, preguntándole al mismo Maduro por qué no terminan de una vez de tirarlo por la ventana, a Guaidó, ya que tienen experiencia en el asunto.

¿No hay una Ley del Odio en Venezuela, no es este un caso para aplicarla?

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