El panorama político al comenzar 2021
Trino Márquez
Durante
la instalación de la Asamblea Nacional, los líderes del madurismo hablaban como
si hubiesen obtenido un triunfo apoteósico en unas elecciones concurridas,
competitivas y transparentes. Hay que recordarles que la obtención anduvo en
las cercanías de 80%; los principales partidos de la oposición y sus líderes
fueron inhabilitados; y, debido a la Covid-19, la campaña tuvo más
restricciones que las impuestas normalmente por el oficialismo.
El madurismo fracasó en la
convocatoria. No logró movilizar al electorado, a pesar de las enormes
presiones que desató sobre los sectores más humildes para que acudieran a los
centros de votación. También encalló en su intento de construir una ‘oposición
oficial’. El sector que participó de la opereta obtuvo menos de 10% de los
miembros de la Asamblea. De 277 diputados, apenas se quedó con veinte. Una
cifra marginal. Tanto, que Nicolás Maduro no tuvo la gentileza de considerarlos
para integrar la directiva del parlamento,
después de haber intentado lavarle el rostro a unas elecciones concebidas para tapar
todas las rendijas del Estado autoritario. La mesita de noche quedó convertida
en una minúscula linterna de bolsillo.
Resulta interesante apreciar cómo Maduro
sigue atornillándose en el poder y desbrozando el terreno que le permitirá
repetir como candidato presidencial en las elecciones de 2024, evento del cual
habló en días recientes con euforia. Designó a su pupilo Jorge Rodríguez
presidente del foro, relegando a Diosdado Cabello a ser el jefe de una fracción
parlamentaria que tendrá su epicentro no el Palacio Federal, sino en
Miraflores. A Cabello, Maduro le concedió un cargo mucho más formal que real.
Los principales proyectos de ley no serán cocinados a fuego lento en la AN,
sino en palacio. Desde luego que Cabello no está liquidado. En política afirmar
tal cosa puede resultar muy apresurado, pero, por ahora, recibió su buen mazazo.
Quédate tranquilo con tu cargo y tu programa de televisión, le dijeron.
Maduro y su régimen completaron el
cerco alrededor del Estado y la sociedad a pesar de carecer de popularidad,
legitimidad y representatividad. Como buen alumno de los cubanos, no las
necesita. Más de 80% de la población lo responsabiliza de la crisis nacional. Su
elección en 2018 no es reconocida por sesenta países democráticos, además de
que en esa consulta la abstención fue muy elevada. La elección del 6 de
diciembre fue un adefesio a la que concurrió una escuálida minoría. Esos no son
problemas que le preocupen. La legitimidad –ya lo decía Mao Zedong- se
encuentra en la boca de un fusil. Maduro se ha ocupado de montar una sociedad
militarizada en la cual el elemento dominante no son las fuerzas armadas
oficiales, sino los cuerpos paramilitares, que se confunden con la
delincuencia.
El Observatorio Venezolano de la
Violencia (OVV), dirigido por Roberto Briceño-León, señala en su último informe
que la mayoría de los crímenes cometidos en el país, el segundo más violento
del mundo, son extrajudiciales. En ellos participan los cuerpos de seguridad
creados para reprimir y atemorizar a la gente de las barriadas populares y a
los opositores que se atreven a incursionar en los sectores pobres para
promover la organización ciudadana. La popularidad tampoco es obstáculo que
Maduro no sepa cómo eludir. Convoca las elecciones previstas en las
Constitución, previamente inhabilita a partidos y dirigentes adversos, les
quita las tarjetas a las organizaciones opositoras, les corta los suministros financieros
a los grupos que lo critican, y, a la vez, les concede todas las ventajas a sus
partidarios. Las cifras de abstención y participación las maquilla con el CNE
designado a su conveniencia. Finalmente, gestiona el apoyo de los países
autoritarios con los que mantiene alianzas.
Todo resuelto.
Hay que esperar a ver cómo será el
comportamiento del gobierno de Joe Biden con Maduro para tener el panorama más
claro. De acuerdo con lo poco que se sabe, la nueva administración
norteamericana desarrollará una iniciativa diplomática más envolvente que
incluirá a China y a Rusia como factores clave. El objetivo primordial será
lograr elecciones presidenciales justas y supervisadas por la comunidad
internacional en el menor plazo posible. La diplomacia tendrá que agudizar
todos los sentidos si aspira alcanzar esta meta. El madurismo ha resultado un
hueso duro de roer.
La oposición agrupada en torno a
Juan Guaidó, junto a las facciones dirigidas por Capriles, María Corina y
algunos líderes que viven en el exilio, deberán esforzarse por hallar zonas de
encuentro que les permitan llegar a acuerdos mínimos. Nos encontramos en un
punto en el cual la oposición democrática puede cubanizarse. Es decir, puede pasar
a ser insignificante por su incapacidad de tramar acciones y desarrollar
iniciativas que pongan en peligro la estabilidad del régimen. El entendimiento
resulta más urgente ahora que el Estado volvió a ser rojo, rojito.
@trinomarquezc
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