La madre de todas las discusiones políticas
Pavel Gómez
PRODAVINCI
Es trivial e impreciso afirmar que el mundo del presente es
políticamente más convulsionado de lo que fue hace una o tres décadas o
un siglo. Lo que realmente varía son nuestras expectativas de progreso,
de avance en términos de alguna simplista idea de evolución desde lo
menos hacia lo más, desde lo precario hacia lo exuberante, desde lo
primitivo hacia lo sofisticado. Hoy, simplemente, parece más probable el
retroceso. La frustración de las promesas que nos creímos, la rabia que
sucede a la amenaza, el miedo que castra el pensamiento, un poco de
todo esto, nos ha regresado a la certeza de que también es posible la
involución, el retroceso, la conversión de los sueños en cenizas.
Lo que resulta cierto es que dos de los principales paradigmas de
nuestra civilización, la democracia liberal y el capitalismo de mercado,
están hoy amenazados. En unos casos, estas amenazas son apenas fuerzas
latentes, sugerencias de rabias políticas incubadas, señales tenues de
posibles mareas o ríos crecidos, pero en otros, cada vez más cercanos,
hablamos de resultados políticos concretos, de triunfos electorales de
la furia y el lodo que prometen arrasar libertades y conquistas en
nombre de verdades reveladas y venganzas milenarias.
Cuando Hugo Chávez irrumpió en la presidencia de Venezuela, en
diciembre de 1998, a muchos les resultó un giro tan simpáticamente
irreverente como inocuo. Luego descubrimos que la rabia contra esos dos
paradigmas liberales no era un ejemplo pasajero más del realismo mágico
latinoamericano, sino más bien una pandemia de complejas raíces virales,
largo alcance y devastadoras consecuencias. Así creció la fuerza
política de Viktor Orban en Hungría, Geert Wilders en Holanda, Recep
Tayyip Erdoğan en Turquía, Jarosław Kaczyński en Polonia y Donald Trump
en los EEUU.
Mi intención no es, sin embargo, volver al lugar común de éstos hijos
de perlas. Lo que quiero, acá, en estas líneas o en estos minutos que
ustedes me regalan, es dibujar el tamaño de la amenaza, fijar una
posición más allá de toda duda razonable, y atisbar una lectura de las
señales que anticipan el barranco y de dónde hay que mirar para prevenir
accidentes.
El malestar con la democracia liberal
En la edición de enero de 2017 del Journal of Democracy,
Roberto Stefan Foa, de la Universidad de Melbourne y Yascha Mounk, de la
Escuela de Gobierno de Harvard, publicaron un interesante artículo cuyo
tema central podríamos aproximar como “Las señales del retroceso democrático“.
Foa y Mounk comienzan mostrando el crecimiento de la insatisfacción
ciudadana con las instituciones políticas de la democracia liberal en
una muestra de seis países: Australia, Gran Bretaña, Holanda, Nueva
Zelanda, Suecia y los EEUU. En todos estos casos, uno de los elementos
más preocupantes es la reducción en la proporción de quienes consideran
como esencial vivir en una democracia, cuando se comparan entre sí a las
seis cohortes nacidas entre 1930 y 1980. Veamos, por ejemplo, el caso
de Australia: mientras alrededor del 70% de los nacidos en la década de
1930 consideran esencial vivir en una democracia, esta proporción cae a
40% entre los nacidos en la década de 1980 (millennials). Este patrón de descenso generacional se repite en los seis países mencionados.
En otra referencia similarmente escalofriante, se observa que en una
muestra de 22 países de los cinco continentes ha habido un incremento
relevante de los ciudadanos que opinan que “un líder fuerte que no tenga
que preocuparse con parlamentos y elecciones sería una buena
alternativa para dirigir su país”. Esta variación, aterradora para
quienes nos consideramos liberales, se obtiene al comparar los
resultados de la encuesta realizada en 1995-97 con los obtenidos de la
misma encuesta realizada entre los años 2010 y 2014.
El resto de la argumentación de Foa y Mounk se centra en el análisis
de los casos de Polonia y Venezuela, como evidencia de (1) que existen
señales previas que anticipan estos procesos de “deconstrucción” de la
democracia, las cuales suelen ser ignoradas o no percibidas por los
políticos tradicionales, y (2) que el ascenso de populistas al poder
suele implicar un desmontaje muy costoso (y quizás irreversible) de las
salvaguardas institucionales de la democracia liberal, tales como la
independencia del poder judicial, la existencia de medios de
comunicación libres y la protección de los derechos políticos de las
minorías.
El mensaje es claro y la evidencia mostrada por casos como el
venezolano es incontrovertible: La democracia está en peligro. Los
populistas pueden llegar al poder gracias a los mecanismos de la
democracia liberal, pero al destruir estos mecanismos podemos quedarnos
sin los medios para removerlos. Mientras estemos a tiempo, es preciso
defender a la democracia liberal de los intolerantes, lo cual pasa por
comprender las fuentes de la desafección ciudadana y tomar medidas de
respuesta.
El malestar con el capitalismo y los callejones sin salida
Las críticas al capitalismo son tan antiguas como religiosamente
arraigadas en ciertos segmentos de la sociedad civil global. El gran
problema es que cuando las críticas al capitalismo mezclan la
religiosidad marxista con la ceguera del resentimiento, y esto se
traduce en un proyecto de cambio político exitoso (sea por la vía
electoral o por la vía de la violencia revolucionaria), las medicinas
terminan siendo peores que la enfermedad. Todos los experimentos
revolucionarios han desembocado en las versiones más perversas del
capitalismo: el capitalismo de mafias, familias y militares, cuyos
negociados son protegidos por todo el poder coercitivo de Estados
autoritarios.
Quienes hemos vivido de cerca estos procesos revolucionarios,
llámense Corea del Norte, China, Cuba o Venezuela, sabemos que tras el
asalto idealista siempre viene un resurgimiento de un tipo de
acumulación de capital basada en la escasez y en los mercados negros,
pero que esta vez es abiertamente monopolizada por amigos y familiares,
por militares y cuadros del partido, por mafias, policías y
guardaespaldas, mientras esta acumulación de capital es protegida u
ocultada por el fervor de los creyentes y los vengadores milenarios.
Uno de los riesgos más alimentados por los desastres revolucionarios
es el retorno a una defensa acrítica, y también mitológica, del
capitalismo realmente existente. En primer lugar hay que decir, de
manera clara e inteligible, que la mejor respuesta conocida a una
sociedad dominada por mafiosos, policías y creyentes es una mezcla entre
capitalismo de mercado e instituciones democráticas. Pero también es
preciso reconocer que la discusión sobre la factibilidad de esa mezcla
está a menudo arrinconada por la diatriba entre revolucionarios y
conservadores, esa que plantea las cosas en los términos simplistas del
“todo o nada”. Sin una discusión seria e informada sobre los problemas y
las raíces del malestar, estaremos condenados a movimientos pendulares,
a la acumulación de resentimientos que cada tanto explotan y traen a un
Trump o a un Chávez, a un vendedor de ideas simplistas de supremacías y
enemigos externos, a un agitador o a un obispo que cava una trinchera y
nos expulsa.
Es mejor Macri que los Kirchner, pero sin una discusión seria y
sin respuestas institucionales apropiadas, pronto regresará Perón.
Los problemas del capitalismo y las respuestas institucionales
En un papel de trabajo (working paper) publicado en julio de
2017, simultáneamente por la Escuela de Negocios de la Universidad de
Chicago y por la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por
sus siglas en inglés), y titulado “Hacia una teoría política de la firma“, Luigi Zingales aborda la discusión sobre los problemas del capitalismo y sugiere un conjunto de respuestas institucionales.
Zingales parte de un dato estilizado: si agregamos países y empresas
según el valor de su producción total para el año 2015, diez empresas
aparecen dentro de las 30 entidades más grandes del mundo. Walmart (N°
9), State Grid Corporation of China (N° 15), China National Petroleum
(N° 15), Sinopec Group (N° 16), Royal Dutch Shell (N° 18), Exxon Mobil
(N° 21), Volkswagen (N° 22), Toyota (N° 23), Apple (N° 25), y BP (N°
27). “En algunos casos, estas grandes corporaciones tenían fuerzas de
seguridad privadas que rivalizaban con los mejores servicios secretos,
oficinas de relaciones públicas que harían ver pequeñas al centro de
dirección de una campaña presidencial de los EEUU, más abogados que el
Departamento de Justicia estadounidense y suficiente dinero para
capturar (mediante donaciones electorales, lobby y sobornos explícitos) a una mayoría de los representantes electos.” [1]
El argumento central del trabajo de Luigi Zingales es que la
interacción entre el poder concentrado de las grandes corporaciones (o
grupos económicos) y la política representa una amenaza para el
funcionamiento de una economía de libre mercado, y para la prosperidad
económica que este tipo de economía puede generar, y al final del día,
una amenaza también para la democracia.
El problema con el capitalismo actual es que el poder de las grandes
empresas es tal, que les otorga una posición privilegiada para diseñar
las reglas del juego (unas que les favorezcan) y para transformarse en
fuerzas políticas determinantes. Zingales llama a esto “el Círculo
vicioso de los Médicis”: El dinero es usado para ganar poder político y
el poder político es entonces usado para ganar más dinero”.
Para Zingales, la respuesta más eficaz frente al Círculo vicioso de
los Médicis es la orquestación de una serie de amarres institucionales,
del tipo creado por los países escandinavos. A grandes rasgos, estos
países muestran un balance entre un Estado con una fuerte capacidad
administrativa basada en el principio de la “imparcialidad“,
por una parte, y un sector privado económicamente competitivo. En
particular, las herramientas políticas o institucionales que definen a
esos “amarres institucionales” son las siguientes:
—Una normativa que incremente la
transparencia de las actividades corporativas (e.g., leyes de
transparencia del lobby; obligaciones de comités de auditoría
independientes, cuyos miembros sean responsables de conocer y atender
las desviaciones éticas);
—Mejores reglas que limiten las llamadas
“puertas giratorias” entre los funcionarios del Estado (agencias
regulatorias, principalmente) y el empleo en la empresa privada, con
énfasis en atender el riesgo de captura de científicos y economistas por
parte de los intereses corporativos;
—Un uso más agresivo de las autoridades antimonopolio y procompetencia;
—Prerrogativas que protejan la
independencia de los medios de comunicación y de los periodistas, frente
a los intereses políticos, gubernamentales y corporativos;
—Una mezcla entre limitaciones al
financiamiento privado de las campañas electorales y un grado de
financiamiento público de estas; y
—El uso de mecanismos que protejan la independencia de la Fiscalía y del Poder Judicial
Conclusiones
El auge del populismo, tanto de izquierda como de derecha, y las
victorias electorales de sus representantes representa una de las más
preocupantes amenazas a la democracia liberal. Los populistas son
elegidos gracias a la frustración de los ciudadanos frente a la labor de
los políticos tradicionales y frente a las expectativas de incrementos
sostenidos del nivel de vida y de las oportunidades económicas y
sociales. Este desencantamiento ha llevado a muchos electores a
depositar su confianza en actores políticos advenedizos, a los cuales se
les suele entregar poderes especiales, con la esperanza de que lleven
adelante políticas que beneficien a las mayorías sin las limitaciones
que imponen los intereses de las élites tradicionalmente favorecidas.
La experiencia reciente nos enseña que estas apuestas de los
electores decepcionados resultan sumamente costosas, debido a que una
vez que se eliminan o cercenan los balances y equilibrios
institucionales (e.g., se otorgan poderes amplios a los presidentes, se
reduce la autonomía del poder judicial y de los medios de comunicación),
entonces se reducen peligrosamente las posibilidades de desplazar
democráticamente a gobernantes impopulares. Estas entronizaciones
políticas que generan las “cartas blancas” a los populistas también
incentivan la formación de mafias, de poderes no sujetos a la
competencia política abierta, los cuales se especializan en proteger sus
beneficios, sobre la base de la profundización de mercados negros y
situaciones de escasez.
Sin embargo, una inmunización política frente a estos riesgos, que
sea democráticamente sostenible, implica una revisión abierta de los
problemas que la relación entre negocios y política implica para el
sostenimiento del capitalismo de mercado. La ignorancia o el desprecio
de la discusión señalada por Zingales y otros,
tanto por razones políticas cortoplacistas como por velos ideológicos,
no hace sino postergar el avance del populismo y destruir la legitimidad
del capitalismo de mercado. Esto nos deja frente a dos versiones
semejantes de un mismo fenómeno: el capitalismo de Estado, basado en la
monopolización de las oportunidades bajo un manto de escasez y mercados
negros, o el capitalismo de “amigos y familiares”, basado en una
simulación de competencia y en la cooptación de la política por parte de
las empresas.
*
[1]. Zingales, L. (2017), Towards a Political Theory of the Firm.
Stigler Center for the Study of the Economy and the State University of
Chicago Booth School of Business, New Working Paper Series N° 10,
Página 2.
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