ELVIA GOMEZ
POLITIKA UCAB EDITORIAL
El Gobierno de Nicolás Maduro procura,
por todos los medios, tener frente a sí a una sociedad extenuada. Sus
planificadores, en vez de diseñar políticas públicas para el bienestar
de la población –como en cualquier país donde haya algo de sensatez–
dedican horas a pensar en giros, recovecos, torceduras que eleven el
nivel de dificultad de la supervivencia cotidiana de los 30 millones de
personas que habitan este territorio. Todo por conservar el poder.
Esta semana, Venezuela traspasó el límite
que había mantenido a algunos economistas en el debate semántico y
técnico, pero que ya había sido plenamente interpretado por los
bolsillos: hiperinflación. Por primera vez, según el índice de medición
que elabora la Asamblea Nacional –ante el silencio del BCV– la inflación
mensual pasó en octubre del 50% respecto del mes anterior, lo que
cumple, según los expertos, con el requisito para hacer historia. Al
propio tiempo, Nicolás Maduro anunció el quinto aumento del salario
mínimo en lo que va de año –que según el ajuste diario no alcanza para
dos Toronto– en una muestra de que continuará por la ruta del
empeoramiento de todo y, si no es suficiente el foso en el que metió al
país, usará una retroexcavadora.
Hace unos días, antes de constatarse el
dato de la hiperinflación, el presidente de Fedecamaras, Carlos
Larrazábal, habló del acumulado de la caída del PIB en Venezuela en los
últimos cuatro años: más del 35%. Esa cifra –recordó el dirigente
empresarial– es mayor a la caída sufrida por los Estados Unidos tras el
quiebre de su bolsa de valores en octubre de 1929, y que sumió a ese
país en uno de los peores episodios de su existencia.
Son muchos los indicadores que pueden
medir la pérdida del poder adquisitivo de los venezolanos, pero uno que
resulta muy gráfico es el aportado por Larrazábal, y también por el
presidente de la Federación Nacional de Ganaderos (Fedenaga), Carlos
Albornoz, sobre la caída en el consumo de carne de res. Larrazábal
afirmó que el consumo en 2017 apenas se acerca a los siete kilos por
persona al año. Albornoz recordó que en 2012 el consumo per cápita en
Venezuela era de 82 kilos y bajó en 2016 a 34 kilos al año. Hoy, la
cantidad de carne promedio que un venezolano consume es de 19 gramos al
día, el equivalente a dos Toronto. Eso sería así si todos tuvieran su
magra ración, pero la realidad es que algunos comen –cada vez menos– y
otros hace mucho rato dejaron de hacerlo.
La pobreza creciente de los venezolanos
tiene muchos lados para mirarla y medirla, no en balde, el Grupo de Lima
urgió el 30 de octubre a la Organización de Naciones Unidas a
intervenir “ante (la) gravedad que tiene una crisis política en cámara
lenta en el corazón de América del Sur”. “La crisis humanitaria es real y
tiene efectos”, apostilló el canciller de Perú, Ricardo Luna, luego de
sostener un encuentro con Antonio Guterres, secretario general del
organismo mundial. Luna lamentó “la involución” democrática de
Venezuela, la “consolidación del régimen” y “la fragmentación de la
oposición”.
Mientras la comunidad internacional se
alarma más por el deterioro de la nación –por sus efectos perniciosos
sobre toda la región– el Gobierno continúa con su manejo al margen de la
realidad, enfocado sólo en vencer a sus diezmados adversarios políticos
para instaurar su autoritarismo a placer. Así, privilegia el pago de
los bonos de la deuda externa, “ordena” y “decreta” una reestructuración
para buscar liquidez y mantener a flote su particular isla de Laputa,
que Jonathan Swift describió hace casi 300 años como el asiento de
unos gobernantes distraídos que sólo se veían a sí mismos y a sus
necesidades. Pero el Gobierno de Maduro sí sabe de los padecimientos de
sus “súbditos” y mantiene, por diseño del modelo, a la población
hambrienta como antes la mantuvo ocupada por horas, haciendo colas, con
la ilusión de encontrar alimentos, para intentar anular cualquier
mecanismo de organización social que le resista. No obstante esa enorme
distracción, la sociedad venezolana se organizó y logró hacer el
plebiscito del 16 de julio, que la dirigencia política no supo
administrar a favor de la lucha por la restitución de la democracia.
Entonces, abatido y exánime por la falta
de calorías –por añadidura, palúdico y tuberculoso– es como el Gobierno
de Maduro quiere tener al país para rendirlo. De eso ya no deben
albergar dudas los que aún tienen recursos para meditar y luchar. Por
eso, el Gobierno se niega a abrir las puertas a la ayuda humanitaria
ofrecida desde la ONU y diversos gobiernos de América y Europa, ayuda
que le han pedido aceptar en tono suplicante ONG e instituciones de todo
calibre, como la Iglesia católica, que cuentan en vidas, en lugar de
días, el tiempo que transcurre. Pero mientras el Gobierno disponga de
los recursos petroleros, por mermados que estén, y los dislates y
desaciertos de los partidos que le adversan continúen, la cotidianidad
nacional se parecerá cada vez más a un relato de Jack London, cuya prosa
no dejaba resquicio a la esperanza. A menos que algo radical y
contundente pase –y la sociedad venezolana haga que así sea– Tom King*,
ese veterano boxeador desnutrido, perderá la pelea…y todo por un
bistec.
*Por un bistec (A piece of steak), cuento de Jack London / 1909.
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