TRINO MARQUEZ
Algunos sectores radicalizados de
la oposición -especialmente varios de los que se encuentran en el exterior,
para más señas en Florida, tecleando con furia y odio el teclado de sus
computadores- han celebrado con júbilo sádico, diría yo, que haya abortado el
dialogo previsto para realizarse en Santo Domingo, y que los eventuales
acuerdos entre la oposición y el gobierno hayan caído en un limbo, del cual
difícilmente saldrán en el corto plazo.
De
este fracaso no hay nada que celebrar y sí mucho que lamentar, pues los más
perjudicados por el naufragio de las conversaciones son los pobres y la clase
media, arruinada y decadente, luego de haber sido la más sólida y amplia, en
términos relativos, del continente. Mientras
el gobierno y la oposición no se sienten a discutir sobre la grave crisis
nacional y traten de buscar una salida concertada al descalabro global, la situación
de los grupos más vulnerables seguirá deteriorándose a un ritmo frenético
Obtener
condiciones electorales que garanticen la equidad de los factores participantes
en los procesos comiciales, atenuar el descalabro de la salud y retornar a un mínimo
equilibrio institucional que les permita a los poderes públicos actuar dentro
de la atmósfera de respeto y cooperación que manda la Carta del 99, pasa porque
se sienten a debatir los líderes del régimen y los dirigentes opositores. En
ese encuentro ninguno de los dos bandos logrará aplastar al otro, y ninguno renunciará
a que se le acepte como fuerza real.
En el fracaso
del diálogo, la responsabilidad del régimen es esencial. Son Nicolás Maduro y
sus colaboradores quienes poseen las palancas para remover los obstáculos. Son
ellos quienes tratan de perpetuarse en el poder a costa de la destrucción de la
economía nacional, la demolición de las
organizaciones opositoras y el secuestro de la democracia. De su
comportamiento autoritario e incluso pandillero ya no queda ninguna duda. La organización Human Right Watch dijo hace pocos días
que a la democracia venezolana ya no le queda ni la fachada. Tiene razón. La
democracia fue devastada por un tsunami autoritario que se gestó hace casi dos
décadas y que ha seguido una trayectoria inexorable. Este dato empírico puede
constatarse simplemente con un rápido recorrido por el panorama político
nacional: presos políticos, líderes nacionales inhabilitados, diputados y gobernadores
electos defenestrados, alcaldes perseguidos y apresados, Asamblea Nacional
ignorada, control de los medios de comunicación, terrorismo de Estado,
colectivos utilizados para amenazar y
coaccionar, uso recursos públicos de forma discrecional para favorecer
al oficialismo. El madurismo exhibe
todos los rasgos de una dictadura.
Ahora bien,
¿esas características niegan la conveniencia de negociar con los verdugos? Para
nada. Al contrario, hacen más necesario y urgente el encuentro, pues la
permanencia de los felones en el gobierno asegura la destrucción del país, el
aumento de la miseria y la extinción total de la democracia. No es cierto que
la comunidad internacional desapruebe que -en un momento en el cual el gobierno
recibe presiones de múltiples frentes, y se encuentra más aislado y
desprestigiado que nunca- la oposición acuda a una mesa de negociaciones. La
comunidad internacional está suficientemente informada acerca de lo ocurrido en
los países de Centro América, donde las fuerzas en pugna tuvieron que ir a
negociar en Contadora y Esquipulas después de que los enfrentamientos violentos
durante años habían provocado centenas de miles de muertos. La Unión Europea,
los países agrupados en la OEA y todas las naciones que han manifestado
preocupación por lo que sucede en Venezuela, aspiran a que los acuerdos se
produzcan antes de que se imponga la brutal lógica de la violencia y el país
siga rodando por la empinada cuesta de la miseria, la inseguridad personal, la
pulverización de la economía y el deterioro de los servicios públicos y la
aniquilación de las libertades.
En nombre de
los millones de venezolanos que han sido lanzados a la más extrema pobreza, al
desempleo y a vivir de la migajas que les da el régimen, los dirigentes
opositores están obligados a demandar que el gobierno acceda a dialogar. En ese
encuentro con el adversario no hay que exigir que Maduro renuncie ya o demandar
un gobierno de transición inmediato. Esos objetivos están fuera del rango de
posibilidades reales de una oposición que no pudo triunfar el 15 de octubre y
que ahora se encuentra desconcertada y dividida. Hay que demandar, como se ha
planteado, que las elecciones presidenciales del año entrante tengan lugar
ajustadas a las normas que plantea la Constitución y la Ley Electoral, que se
habilite el canal humanitario y se respete la Asamblea Nacional. Para alcanzar
esas metas se cuenta fuerza interna y respaldo internacional. El gobierno
necesita una puerta de salida. Las negociaciones pueden abrirla. Seria dialogar
por Venezuela.
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario