TRINO MARQAUEZ
El régimen ha cometido todos los
abusos y atropellos que ha querido. Logró neutralizar la Asamblea Nacional,
impidió el referendo revocatorio en 2016, impuso la asamblea constituyente de
forma fraudulenta y obtuvo una victoria cuestionada, por tramposa, el 15 de
octubre. Además, fusionó el Estado con el Gobierno, y a estos dos órganos con
el Psuv. Desaparecieron todas las líneas que deben deslindar las fronteras
entre, por ejemplo, el TSJ, el CNE y el Psuv. El CNE ordenó repetir las
elecciones en el estado Zulia, el más poblado del país, luego del triunfo de
Juan Pablo Guanipa, pero no se ha ocupado de ordenar la repetición de los
comicios en Amazonas después de que se anuló, hace casi tres años, la
escogencia de los diputados del ese
pobre y deshabitado estado. Las instrucciones para que se cometan esos abusos
han salido de Miraflores, donde pareciera sesionar la dirección nacional del
partido de gobierno. Esa unidad
indisoluble transformó al Psuv, con el respaldo
de las Fuerzas Armadas, en una poderosa máquina de manipulación y extorsión del
voto popular.
El
control de los órganos del Estado y del Gobierno, sin embargo, no le ha
permitido a Nicolás Maduro someter la realidad económica y social, ni ha
mejorado la imagen internacional del régimen. Después de los comicios del 15-O
se desató la hiperinflación, fenómeno nunca antes visto en Venezuela. El
incremento de precios en octubre fue superior a 50%. La devaluación del bolívar frente al dólar en
el mercado paralelo a partir de ese día ha sido superior a 60%. Esta erosión de
la moneda nacional ante la divisa norteamericana arrastró toda la economía.
Junto a la espiral inflacionaria tenemos la tremenda escasez y
desabastecimiento de productos de primera necesidad.
La falta de
medicamentos se ha agudizado. La muerte de Adrián Guacarán se levanta como como
símbolo de la desidia y corrupción que campea en el sector salud. La destitución
del director del Seguro Social, Carlos Rotondaro, no hace sino corroborar las sospechas de que
alrededor de los medicamentos se constituyó una mafia enriquecida sobre los
cadáveres de los venezolanos que han fallecido por la incompetencia y voracidad
de unos personajes desnaturalizados.
La gigantesca deuda
externa, la mora en la cancelación de los intereses y las probabilidades de que
se caiga en cesación de pagos, default,
ha puesto en evidencia la bancarrota de un gobierno que le ordena al Banco
Central emitir todo el papel moneda que se le antoja a Maduro para financiar
sus extravagancias con dinero inorgánico, pero que no puede hacer lo mismo para
imprimir dólares con los cuales honrar los compromisos internacionales, que de
forma alegre e insensata contrajo el Ejecutivo con numerosos organismos
financieros. Al gobierno nacional ninguna entidad seria quiere entregarle
dinero por la fama de maula que merecidamente se ha ganado. El conflicto que
mantiene con la Asamblea Nacional y la vigencia del decreto de emergencia
económica por casi tres años, ha agravado la debilidad del Ejecutivo para
llegar a acuerdos con los prestamistas internacionales. Este cuadro crítico se
agrava por la caída de la producción
petrolera. En la actualidad el gobierno
carece de divisas para financiar las importaciones en todos los rubros: insumos
y materias primas para la industria, repuestos y maquinarias, bienes de capital,
medicinas. La incidencia de estos déficits sobre la producción de alimentos es
crucial. La escasez y la inflación en los meses venideros serán aún mayores.
La realidad se
le impuso al régimen con la misma inflexibilidad que actúa la fuerza de la
gravedad en el campo de la física. El deterioro de la calidad de vida de los
venezolanos continuará agudizándose. Aquí sí es verdad que hay una tendencia
irreversible. Mientras no se corrijan las políticas que han causado este
descalabro, la descomposición seguirá su curso incontenible. Maduro no da ni la
menor señal de querer rectificar. Al contrario, manifiesta el deseo de seguir
por el despeñadero. El último disparate fue la Ley de Precios Acordados,
aprobada por la asamblea constituyente. Ninguno de los adefesios anteriores ha
servido para convencerlo de que los controles representan el peor remedio para
curar la inflación y la escasez.
En medio de
este cuadro tan negativo, tendría que aparecer la dirección opositora con un
programa de cambios creíbles y viables. La realidad se ha erigido en la más implacable
fiscal acusadora de la incuria gubernamental. Es su más tenaz rival. Ahora
falta que resurja la vanguardia organizada que canalice el descontento,
aproveche la debilidad del gobierno y propicie las transformaciones que nos
rescaten del abismo en el que nos hundió la estulticia roja.
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario